El título alude a la clave utilizada por la inteligencia militar y era con la que se registraba a las personas secuestradas y que con seguridad habían sido asesinadas; esta denominación aparece consignada en los archivos hallados en el año 99 por la investigadora Kate Doyle, justamente en mayo hace diez años. Los mismos formaban parte del Archivo Nacional de Seguridad (NSA por sus siglas en inglés). La autenticidad de los casos registrados en ese archivo quedó probada, al ser analizados a la luz de otro archivo que registra también el autoritarismo de una época, el Archivo Histórico de la Policía Nacional. La semana última de mayo sirvió para presentar públicamente dicha constatación que reitera la culpa, el terror y la violencia de un Estado.
Los eventos violentos registrados en dichos documentos sucedieron hace casi tres décadas y sobre ese manto de crimen que yace a nuestros pies, hemos tratado de avanzar en el tiempo instaurando más mal que bien, las nuevas estructuras de la llamada democracia. Las columnas que sostienen dicha estructura están sembradas sobre una alfombra de terror que guarda miles de almas que claman justicia. Edificar sobre ese pasado embarga cualquier futuro como sociedad y condena a las generaciones que vienen a la indignidad como colectivo.
Haber implementado una fuerza asesina como procedimiento político sistemático, corrompió la sociedad y la envenenó. Es debido y urgente sistematizar, informar, abrir las puertas, ofrecer acceso libre, levantar museos especializados en la memoria, construir monumentos que rememoren, porque conocer es el primer paso en el largo camino del resarcimiento que sólo se completa si ocurre justicia. Contrario sensu, acciones como la reticente de la Procuraduría de Derechos Humanos, al «restringir» información del Archivo de la Policía sólo generan duda, desconfianza, deslegitimidad en una de las instituciones baluarte de la nueva edificación democrática; confirmo mi juicio sobre edificar sobre una alfombra que guarda miles de cadáveres.
Esta sociedad está enferma, le fueron acertadas las peores heridas, las que no sanan nunca. Expresiones como los linchamientos, las conspiraciones políticas, asesinatos diarios, muchos con saña desconcertante; los suicidios en el puente El Incienso; la pobreza lacerante que tiene un barranco de distancia de una riqueza que insulta; la corrupción con alternativa de vida; el miedo instalado en el inconsciente y en el consciente colectivo, son algunas de esas heridas que supuran.
Cicatrizar será difícil, ese proceso impone el replanteo general sobre el destino de la nación, que si bien comprende a todos, compromete sobre todo a los que volvieron ilegítimo el control de la fuerza desde el aparato de Estado, en primera instancia el aparato represivo, pero también a los que manipularon el aparato ideológico.
Como se ve, el Estado debe ofrecer o al menos expresar voluntad para implementar alternativas sociales de reconciliación y justicia, porque yace en su esencia, la contradicción de su responsabilidad y de su culpabilidad histórica, pero a la vez la posibilidad de resurgir como sociedad. En este marco, el Estado que no es ni público ni privado sino la condición de cualquier distinción entre una y otra dimensión, debe abrir y descubrir todos los sótanos que guarden archivos de la perversión y del terror, cualquier registro que consigne culpa y deshonra. De lo contrario no seremos viables como conglomerado social en términos de humanidad.