Ha quedado más que demostrada la paciencia, aguante y tranquilidad con que nuestro pueblo recibe palo, indiferencia o pésimos servicios de sus autoridades. Mucho podrán quejarse los gobiernos de que nuestra idiosincrasia es dejar todo para última hora, por ser sucios, desordenados y hasta indolentes, pero estas características juntas hacen una mínima parte de todo el conjunto de vainas, trabas y sacrificios que nos imponen a diario, sea para obtener una tarjeta de identificación ciudadana, para recibir mínimas asistencias sociales, educativas o de salud, no digamos la indispensable seguridad ciudadana o para utilizar un servicio colectivo de transporte que no es «regalado», sino proviene del dinero que sale de los impuestos, como del pago del boleto respectivo.
Es cuestión de todos los días y de todo el año; fuera porque vayamos a gestionar la forzosa constancia de antecedentes policíacos, a tramitar una de tantas licencias, permisos, pólizas, inscripciones o certificaciones, incluso el pago de los impuestos. En todas partes hay aglomeraciones o colas de gente, conformadas hasta con veinticuatro horas de anticipación, para que a la hora de llegar al sitio en donde se supone nos atenderán, recibamos en vez de un pronto y eficaz servicio, trompas y malos modos de empleados que no saben ni dónde están parados, con esto más, que se exigen una y mil veces los requisitos de siempre, cédula, fotocopias y todo un chorro de papeles cada vez más absurdos como difíciles de satisfacer. ¿Exagero?, a ver, cuénteme estimado lector, ¿cuánto tiempo le toma al chapín, común y corriente, sin cuello alguno, para que medio lo atiendan, si bien le va, en un centro de salud u hospital nacional?, ¿cuántas horas, días, semanas o meses debe perder para que le extiendan el mentado Documento de Identificación Personal? Y ¿cuántos años de lucha fueron necesarios para que la población pudiera renovar rápidamente la licencia de conducir vehículos automotores, pagar anualmente el impuesto de circulación o para que le extendieran un pasaporte? Pero con la mentada Tarjeta Prepago, que tampoco es regalada, ¡se les fue la mano! A nadie le pasó por la mente que algún día, para poder montar una camioneta, una entidad «secreta», porque nadie sabe su origen mucho menos su conformación, iba a poner ilegalmente en confesión a todo el pueblo sobre asuntos de su vida privada. Pero lo peor de todo es ¿quién nos garantiza que todas estas jodarrias, como bien decía don Clemente Marroquín Rojas, van a ser útiles para que por fin podamos contar de un transporte público puntual, seguro, confiable y eficaz? ¿»Si así son los caminos, cómo será la catedral»? Falta entonces comprobar lo más importante, que lo que ha venido diciendo una costosa propaganda sea verdad y que al pueblo se le informe puntualmente de la componenda organizativa, como de los compromisos adquiridos que tarde o temprano el pueblo tendrá que pagar.