La guerra terminó en Irak para Estados Unidos y la nueva operación, llamada «Nuevo Amanecer», se inició oficialmente el miércoles, anunciaron el vicepresidente estadounidense Joe Biden y el secretario de Defensa Robert Gates, en visita a este país invadido por tropas norteamericanas en 2003.
Siete años después de la invasión del país que provocó la caída del ex presidente iraquí Sadam Husein, el ejército estadounidense debe ahora concentrarse solamente en la formación de las fuerzas iraquíes, en un país sin embargo muy lejos de estar estabilizado.
«La liberación de Irak ha terminado, pero nuestro compromiso continúa mediante la operación «Nuevo Amanecer»», declaró Joe Biden durante una ceremonia en la base estadounidense de Camp Victory, en la periferia de Bagdad.
Biden llamó además a los dirigentes iraquíes a «formar rápido un nuevo gobierno», seis meses después de las elecciones legislativas.
Por su lado, el general Lloyd Austin asumió el mando de las fuerzas de Estados Unidos en Irak, en reemplazo del general Ray Odierno.
En la ceremonia de relevo, el general Odierno aseguró que «las fuerzas de seguridad iraquíes están listas» para hacerse cargo del país.
Antes de asistir a esta ceremonia, Robert Gates había afirmado que la presencia norteamericana en Irak había entrado en su «fase final».
«Diría que ya no estamos» en guerra, dijo Gates, al responder a periodistas en la base militar estadounidense de Camp Ramadi, unos 100 km al oeste de Bagdad.
«Las operaciones de combate terminaron», agregó. «Vamos a seguir trabajando con los iraquíes en la lucha antiterrorista, vamos a hacer mucha asesoría y formación».
«Por lo tanto, diría que estamos en la fase final de nuestra participación en Irak», prosiguió.
En un solemne discurso a la Nación, el presidente estadounidense Barack Obama anunció horas antes el fin oficial de la misión de combate en Irak y destacó que los iraquíes eran ya responsables de la seguridad de su país.
Transcurridos siete años de guerra y violencia, Irak no ha encontrado estabilidad ni en el ámbito político ni en el de la seguridad. Los partidos políticos no han logrado llegar a un acuerdo para formar un nuevo gobierno, casi seis meses después de las elecciones del 7 de marzo.
Al ser interrogado si la guerra valió la pena, Gates dijo que la respuesta le corresponde a los historiadores.
«El problema de esta guerra para todos los norteamericanos es que las razones que se esgrimieron para justificarla no resultaron ser válidas», afirmó, aludiendo a la amenaza de armas de destrucción masiva invocada por la administración Bush, algo que según Gates «ensombrece» el balance final.
Los efectivos del ejército estadounidense son ahora de algo menos de 50.000 militares, frente a 170.000 en 2007. Más de 4.400 soldados de Estados Unidos murieron en Irak. De aquí a fines de 2011, la totalidad de las fuerzas estadounidenses preven dejar el país.
Gates no excluyó sin embargo que sea mantenida una presencia militar de Estados Unidos una vez pasada esa fecha. Pero subrayó que para ello Bagdad debería pedir una renegociación del acuerdo de seguridad suscrito en noviembre de 2008.
«Creo que habrá que esperar a la formación de un nuevo gobierno iraquí para que este asunto sea o no planteado», afirmó Gates. «Estaríamos dispuestos a examinar» esa eventualidad «pero ello debe hacerse a iniciativa de los iraquíes», añadió.
Al anunciar el fin de la misión de combate en Irak, Obama exhortó a los dirigentes iraquíes a hallar rápidamente un acuerdo para formar gobierno.
Varios analistas advierten que un callejón sin salida en el ámbito político puede ser muy peligroso para Irak.
Por otra parte, agosto fue un mes muy sangriento. En total, 426 iraquíes — de ellos 295 civiles — fueron víctimas mortales de la violencia o de atentados, según un balance divulgado el miércoles por varios ministerios iraquíes.
Estas cifras confirman un nuevo rebrote de violencia en el país, y avivan las inquietudes sobre la capacidad de las fuerzas iraquíes para hacer frente a ella.
No obstante, el primer ministro iraquí Nuri Al Maliki afirmó el martes que sus fuerzas son perfectamente capaces para tomar el relevo de los estadounidenses.
El ex primer ministro británico Tony Blair «lamenta profundamente» los muertos causados por la guerra de Irak pero insiste en defender la polémica invasión de ese país en 2003, según sus memorias largamente esperadas que salieron a la venta este miércoles.
En el libro, que lleva por título «A Journey» (Un viaje), el hombre que transformó la política británica aborda asimismo la compleja relación que mantuvo durante la década que permaneció en el poder (1997-2007) con su ministro de Finanzas y luego sucesor Gordon Brown, a quien acusa de la reciente derrota laborista, y en una de las revelaciones más inesperadas que las presiones del cargo le llevaron a «apoyarse» en el alcohol.
En cuanto a la guerra de Irak, que empañó su última etapa en el poder, el ex primer ministro habla de la «angustia» que sintió y todavía siente ante los familiares de las víctimas del conflicto iraquí.
«Lo siento profundamente» por todos los que murieron, no sólo los militares británicos sino también los estadounidenses y otros aliados de la coalición, así como por los ciudadanos iraquíes, diplomáticos y hasta rehenes.
Blair, hoy de 57 años, afirma sin embargo que «no puede lamentar la decisión de ir a la guerra», aunque «nunca pudo imaginar la pesadilla que se desarrolló» después.
El ex primer ministro mantiene también que derrocar al presidente iraquí Sadam Husein fue la decisión correcta, incluso si al final falló la principal justificación al no encontrarse armas de destrucción masiva.
«En base a lo que sabemos sigo creyendo que dejar a Sadam en el poder era un riesgo más importante para nuestra seguridad que derrocarlo, y que aún cuando las repercusiones hayan sido terribles, podría decirse que la realidad de Sadam y de sus hijos a cargo de Irak habría sido peor», escribe.
Admite que aunque «la campaña militar de conquista fue un éxito brillante», la campaña civil de reconstrucción no lo fue».
«No habíamos anticipado el papel de Al Qaida o de Irán», en la planificación del post-conflicto, señala el ex primer ministro, hoy enviado especial del Cuarteto para Oriente Medio.
Al referirse al ex presidente estadounidense George Bush, de quien fue el principal aliado en la guerra de Irak, Blair señala que llegó «a admirarlo y a quererlo».
«Tenía una integridad genuina (…) Era en un sentido extraño, un verdadero idealista», agrega Blair cuyos adversarios le pusieron el apodo de «caniche de Bush».
Tony Blair, quien se encuentra en Washington para el inicio de las negociaciones directas entre israelíes y palestinos, defiende también su idea de la «guerra contra el terrorismo» lanzada tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, y hace un llamamiento a las fuerzas internacionales a «continuar» en Afganistán «tanto tiempo como sea necesario para derrotar el extremismo».
Aunque la política internacional constituye una parte importante del libro, algunas de sus reflexiones más duras las reserva para el ámbito interno y esencialmente para Brown, quien le sucedió en 2007, a quien define como alguien «exasperante» y con «cero inteligencia emocional».
Pese a reconocer que se trata de alguien «brillante», Blair dice que estaba convencido que «nunca iba a funcionar como primer ministro», pero que cuando se colocó en la posición de sucesor era «casi imposible pararlo» sin desestabilizar al gobierno.
Además, acusa a Brown de la derrota de los laboristas en los comicios de mayo tras 13 años de poder ininterrumpido por haberse alejado del Nuevo Laborismo.
«Si hubiese continuado con la política de Nuevo Laborismo, el tema personal hubiera seguido haciendo difícil la victoria, pero no habría sido imposible», afirma Blair, cuyo libro debería convertirse en un éxito de ventas.
A título más personal, el que fuera el primer ministro más joven de la historia cuando llegó a Downing Street, señala que la presión que sintió durante sus años de gobierno le llevó a aumentar su consumo de alcohol.
«Un whisky solo o un gin tonic antes de cenar, un par de vasos de vino o incluso media botella también. No excesivamente excesivo. Tenía un límite. Pero era consciente de que se había convertido en un apoyo», confesó.