Se han publicado cientos de libros y esto es mala seña


Juan Carlos Lemus (Guatemala 1964) Licenciado en Letras por la Universidad de San Carlos, es catedrático en Lengua y Literatura en la Universidad Rafael Landí­var. Actualmente se desempeña como Editor Cultural en el medio de comunicación Prensa Libre.

Es un destacado poeta que ha incursionado en el cuento. Su obra es de los auténticos escritores que ya quedan pocos, con fuerza y garra Juan Carlos nos describe los momentos donde la imagen llega al poema con una verdadera estética.

Entre sus obras publicadas se encuentran La Era del Moscardón(1997 y 2002) Noví­simos, El Mago, año de 1998, Un rayo desordenado de mariposas, primer lugar en el Certamen Nacional de Poesí­a, Los que escriben, año 2000. En Cuentos: Y que siga la Chingadera (2001).

Hugo Madrigal

Entrevistamos al poeta y esto fue lo que nos dijo:

¿Cómo ha visto el panorama cultural en este año 2006?

Por una parte, muchos se han dejado seducir una vez más por cuanta porquerí­a les ponen enfrente los artistas conceptuales. Han ganado terreno quienes hacen de un pedo una obra de arte. Los escritores más astutos son a la vez los más burros y convencen a sus jefes universitarios, editores, o en los medios de comunicación de que son eminentes. Se han publicado cientos de libros y eso es mala seña: mire usted cómo está de llena de ventas la sexta avenida. Está atiborrada de pantalones, todos iguales, de camisetas de moda, algunas pretenden asustar con imágenes diabólicas, otras, son Puma con mal corte; mire como hay de chancletas desechables, cinchos, bolsos; uno va de una esquina a la otra viendo las mismas cosas, las mismas marcas, lo mismo ha venido sucediendo con la literatura nacional. Creo que donde hubo más cosas buenas en este 2006 fue en el canto, en la ópera, también la música orquestal; sí­, en la música estuvo mejor.

Ya que menciona la literatura, vemos que las editoriales están publicando cada vez más libros de escritores guatemaltecos. ¿Qué opina usted al respecto?

Es fácil publicar un libro y hay egos hambrientos qué satisfacer. Esto lo saben algunos y montan su editorial. Por un lado hay una necesidad genuina del ser humano de agenciarse de fondos para sobrevivir. Una editorial, como cualquier otra empresa, es un negocio. En consecuencia, lo único que quieren algunos que se dedican a hacer libros (que no siempre pueden ser llamados editores) es cobrar el dinero. Eso es bueno y que cada quien haga lo que quiera, que salve su pellejo como le dé la gana, pero no dejaremos de mencionar que eso corroe la calidad literaria. Le voy a poner como ejemplo mis libros. Todos son una basura. No tuvieron un trabajo editorial adecuado, excepto los que me publicó Guinea Diez y í“scar de León; y ni siquiera puedo decir que me robaron porque todos me los han hecho de gratis. Sin embargo, ahora, frustrado y malagradecido, cuando los releo admito que tienen tantos errores como las porquerí­as que leo en librejos de reciente manufactura. Quisiera gritarles al oí­do a los escritores nacionales, con altoparlante: Oigan, nos han engañado, sus libros son cochinos y carecen de lo esencial, hacen libros estúpidos y se creen genios. Oigan, editores: ustedes son los causantes de la debacle social del libro y de que no se nos tome en serio ni en Frankfurt ni en San Juan Chamelco.

Por otro lado, déjeme decirle que tantos libros son las nuevas tarjetas de presentación que hay en el mundo. Es ahora más atractivo decir soy fulano y tengo publicadas dos novelas. O, soy Juan y grabé dos CD’s ¿Quién no publica ahora? Hasta los sicólogos son escritores. Desde 1980 hasta la fecha todo mundo es poeta y narrador. Me cago en todos. Vamos por mal camino. Y encima hasta hemos creí­do que lo hacemos bien.

¿Por qué dice que algunos que se dedican a hacer libros «no siempre pueden ser llamados editores»?

Porque en realidad no son editores, lo que hacen es poner o quitar comas de los textos, eso lo hace cualquier viejito de imprenta, y con más eficiencia. Además, por editar entienden descubrir gazapos en una página y dar instrucciones para que Finanzas cobre al dí­a los costos. Están atentos del teléfono y de contabilidad. Esa ignorancia de lo que es un editor tiene como consecuencia una maquila de libros sin asesorí­a editorial. Hay escritores buenos que se han desperdiciado por caer en manos de mediocres maquiladores. Ser editor, en realidad, es conocer el universo textual de un libro. También, por ejemplo, ser comisario de una exposición de arte visual no es sólo asunto de tener contactos y colgar mierdas en las paredes, requiere algo más que audacia.

Juan Carlos usted como poeta, ¿qué nos tiene preparado para el futuro en cuanto a alguna publicación?

Voy a publicar lo único importante que he hecho en la vida: un diccionario de artistas guatemaltecos y una recopilación de artí­culos de costumbres que escribí­ durante muchos años en Prensa Libre, del llamado Señor Nariz de Zanahoria. Son artí­culos periodí­sticos que tratan de explicar y de describir al ser guatemalteco. Allí­ están registrados tanto la idiosincrasia como elementos útiles para la antropologí­a local. Pero, además, tengo otros libros de cuentos y otros de poemas. También novelas. Como verá, no sólo soy incoherente sino que además me contradigo y soy muy pretencioso, lo cual me importa un huevo.

Comentar sobre la poesí­a propia es difí­cil. Pero nos gustarí­a que nos cuente cómo nacen los versos en Juan Carlos Lemus

La mejor manera de responderle es con los versos de Nicanor Parra: «No sé por qué me producen hoy tanta risa mis versos, si fueron hechos con tanta sangre». Cito de memoria a Parra y seguramente mal, pero esa es la esencia del origen y llegada de mis poemas. Le aseguro que están hechos con mucha autenticidad, con emociones marca Lemus que nadie, ni siquiera mi mamá conoce. No digo que el resultado sea bueno y que me creo un gran poeta, no soy tan burro como los otros, pero sí­ me creo lo que escribo porque lo escribo con auténtica emoción, con mis propias limitaciones, con amor y con mucho coraje.

¿Qué piensa sobre la libertad que el poeta busca en su camino?

Yo creo más en la libertad que en el poeta. El poeta suele ser una pose, un edecán de los sentimientos. El escritor es una especie de estalagmita, algo provocado por otra cosa más importante. De manera que, según yo, es más importante estar en el camino que ser un poeta. Si tengo libertad, lo que haga quizá tenga como resultado un poema o una sinfoní­a.

Le voy a contar una historia. Habí­a una vez un poeta que buscaba su propio camino y fue a parar a un zoológico. Allí­ encontró a sus hermanas las bestias y pensó que ese era el momento más bello de su vida, pues al fin reproducirí­a los berridos, los cacareos y los aullidos perrunos que tanto conocí­a en el fondo de su corazón. De manera que se puso a escucharlos y a interpretarlos, noche tras noche hasta que, no siendo suficiente para él hacerlo desde una banca, pidió ser encerrado y así­ se le concedió. Tení­a un mes y no le salí­a nada, sólo cacareos y rebuznos. Una mañana encontró dentro de la jaula a una mujer poeta que trataba de imitarlo: ella habí­a estado en la misma banca durante un mes y ahora habí­a pedido ser enjaulada para imitarlo a él. Al mes llegó otro a encerrarse, con las mismas intenciones, y después llegó otro, y otra, y cuando sintieron ya habí­a demasiada gente cacareando. Maloliente el lugar, siguió acumulando gente poeta, gente que buscaba su propia voz imitando a los otros en la misma jaula en cuya entrada fue instalado un rótulo que decí­a: «Sophos», «Cuatro Grados Norte», «Centro Cultural de España»… con el perdón. Y la gente pasaba y les tiraba maní­as.