Se hacen los babosos


Triste nuestro caso que nos tocará elegir presidente este año entre tantos candidatos mentirosos, hipócritas y transgresores de la ley.  No es otra cosa la que se desprende del esfuerzo por hacerse los babosos cuando se les pone el dedo sobre la campaña anticipada que desde hace mil años (especialmente el Partido Patriota y la UNE) iniciaron con exceso de ánimo.

Eduardo Blandón

 Las declaraciones de algunos de ellos son para antologí­a.  Tiene por ejemplo a Roxana Baldetti, quien según elPeriódico, aseguró «no saber nada del tema y explicó que hoy consultarí­a con los abogados del partido».  Una declaración así­ la pone en severas dudas o sobre su capacidad mental o su alto nivel de cinismo e hipocresí­a polí­tica. 

 Igualmente, resulta campeona Ana Villacorta de Visión con Valores (Viva) cuando afirma que «presentaron ante el Tribunal Supremo Electoral un escrito defendiendo que la campaña de Harold Caballeros «Unidos por Guatemala» no es propaganda electoral».  Y para concluir con guinda ganadora de la patraña dijo que preguntarí­a al Tribunal «qué es legal y qué no, porque nosotros queremos cumplir la ley y creemos que siempre lo hemos hecho».

 Imagí­nese usted, en materia polí­tica se vale no sólo hacerse el idiota y preguntar sobre lo obvio, sino además engañar a mansalva cuando de llegar al poder se trata.  Son los mismos polí­ticos que dicen defender la Constitución, el Estado de Derecho y la verdad a cualquier precio (porque la verdad, dicen «los hará libre»… qué chiste).

Para fortuna de la Baldetti y Villacorta, no son la excepción de la regla.  En Guatemala «cosí­ fan tutti».  Ahí­ tiene a Adela Torrebiarte, Alejandro Sinibaldi, Eduardo Suger, ílvaro Arzú, Roberto González Dí­az Durán, Juan Arturo Gutiérrez y Amí­lcar Rivera.  Todos son iguales.  Están hechos de la misma materia y se desviven por conservar el poder o alcanzarlo de cualquier manera. 

Ninguno de ellos cumple la ley del Tribunal Supremo Electoral y más bien se burlan de ésta de manera descarada.  Todos buscan subterfugios, fingen y meten gol a una institución inocua, inútil y absolutamente prescindible (al menos tal y como se ve hasta ahora).    Harí­a falta una purga a los polí­ticos que se pasean por la pasarela para animarse a participar en las elecciones.

 Pero, como decí­a al inicio, es triste nuestro caso que nos toca elegir, como aquel condenado a la pena capital: entre la silla eléctrica o la horca.  Aquí­ serí­a entre quien mienta más, se anuncie más y tenga capacidad infinita para hacerse el idiota.  Ya puede entender por qué la gente (yo incluido) no siente nada de entusiasmo para elegir presidente.  Estamos aliviados.