Se fue Wilfredo Valenzuela


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El domingo 23 de mayo falleció mi amigo Wilfredo Valenzuela Oliva y le dimos sepultura el lunes 24. No se puede decir que deja un gran vací­o, porque su vida estuvo llena de grandes realizaciones./p>

René Arturo Villegas Lara

 


Según me contaba se inició como tipógrafo en la Tipografí­a Nacional y entonces hizo fútbol en la liga mayor con el conjunto de esa dependencia conocido en el medio deportivo como “Tip Nac”. Nos reí­amos con Wilfredo cuando contaba que el entrenador, el gran Tacuazí­n Ortiz, les gritaba a los jugadores, en los entrenamientos y juegos de campeonato, “¡No se codeen!”. Después se hizo maestro en el recordado Nocturno de Humanidades, fundado por el doctor Carlos González Orellana, como una extensión de la Facultad de Humanidades de la San Carlos. Ingresó a la Facultad de Ciencias Jurí­dicas y Sociales y se graduó  de licenciado, con los tí­tulos de abogado y notario, profesiones a las que, como nos ha sucedido a muchos, siempre las vimos de reojo. Wilfredo nació y vivió para otras cosas:

Juez penal, magistrado en salas de apelaciones y excelente maestro en nuestra Facultad de Derecho, como prefiero llamarle, en las ramas de Derecho Penal, Derecho Procesal Penal y Lógica Jurí­dica, de las cuales escribió libros de texto, y fue un fecundo escritor en la rama del cuento. ¿Te recordás, Wilfredo, cuando trabajamos como secretarios del Bufete Popular de la Facultad, en aquella casona de la señora Porta, frente a donde hoy queda El Tejar, en la 11 avenida de la zona 1? En ese Bufete, nuestro querido maestro, Rafael Zea Ruano, que era Decano de la Facultad y nos trataba paternalmente, nos dio la oportunidad de trabajar y sostener nuestros estudios. Y hasta nos dijo que podí­amos vivir en las habitaciones del fondo y de paso hacerla también de “guachimanes” junto a Valeriano Bin. O sea que nos hicimos amigos desde 1960. Qué recuerdos tan placenteros de esa estancia  en el Bufete con Maco Molina y Carlos Rosales como directores. Allí­ celebrábamos la Huelga de Dolores con tu querido Jorge Sarmientos, con tus inseparables Beto Reyes y Manuel Franco. Cuando era el dí­a del fiambre, nos í­bamos a comerlo a  casa de tu mamá, allá por la Tipo Federación. Una vez te metieron preso, junto a Jorge Sarmientos, por simpatizar con la Revolución, con algo distinto para esta sociedad atragantada desde hace  siglos. Y entonces te iba a ver al primer toro, que se cayó con el terremoto, y te tení­an en el hospital, juntamente con Jorge. Después nos hicimos abogados, pero, casi no ejercimos. Vos menos que yo. Nos hicimos maestros de la Facultad y allí­ te eligieron Decano y después Secretario General de la Universidad, en el rectorado de Saúl Osorio. Cuando en la guerra sucia, como le llama Sábato, te tení­a en la lista de la muerte, te encerraste por largos años para salvar tu vida, y Manuel Franco me contaba que voz preguntabas: ¿Por qué? Y gracias a tus silencios, a tus contemplaciones, a tu aleccionadora soledad literaria, lograste vivir en todo este agobiante después. Y qué magní­fico cuentista fuiste Wilfredo. Tu primer libro, “Las dos goteras y otros cuentos”  lo publicó la Editorial Pineda Ibarra; las preciosas “Leyendas del Popol Vuh”, las publicó Mélinton Salazar y reeditado por la Editorial de la Usac, y luego “Más Cuentos”. En todos ellos y otros que omito, presente tu alma rural, tu espí­ritu criollo, aunque  naciste en esta insoportable ciudad. ¿Quién no te admiraba y querí­a, Wilfredo, por tu sencillez, por saber dar amistad, por tu solidaridad con todo lo bueno? Manuel José Arce, José Félix, í“scar Arturo Palencia, Rafael Zea Ruano y nuestro queridí­simo Pepe Hernández Cobos, sin orden ni requerimiento de San Pedro, seguramente han hecho valla para recibirte en el cielo. Qué dolor me ha causado tu partida fí­sica, Wilfredo. Cuando estoy prendido en esto que dicen que se llama computadora, para escribir estas cuartillas y enviarlas a mi amigo Oscar Clemente, que también te estimaba, no dejo de sentir que me atollo, como decí­a Vallejo, y las lágrimas me llenan los ojos. Estoy triste, sí­; pero sé que tengo tus  cuentos y releerlos será una forma de platicar con vos. Además, conservaré  el recuerdo de un gran amigo que quise como si fuera un hermano, y tal vez más que un hermano.