Pese a que somos un país con un futbol muy pobre, es indudable que nos contagiamos de tal manera con la llamada «fiebre mundialista» que no sólo baja nuestra productividad durante todo el mes de la Copa del Mundo, sino que además esa competencia deportiva nos distrae de tal manera que prácticamente todo lo postergamos y dejamos para después cualquier preocupación, aún en las cuestiones más importantes de la vida nacional.
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El Gobierno, que ahora pretende imponerle a los medios independientes una agenda a su gusto, decidiendo ellos cuáles son los temas que deben ser objeto de debate y discusión, ha sido sin duda el que más se beneficia con esa actitud de los chapines que se meten de lleno en la fiebre futbolera del Mundial. Tanto es así que ni la emergencia por la tormenta ni los crímenes espeluznantes cometidos por quienes degollaron a sus víctimas simplemente para mandar un mensaje de terror a la población, llegaron a provocar la conmoción que era de esperarse ante la magnitud de ambos hechos. Para muchos guatemaltecos, sin embargo, ya el letargo empezó a esfumarse porque no es secreto que seguramente Brasil y Argentina son de los equipos más seguidos y admirados por la afición chapina y al terminar éstos su participación en forma abrupta, para mucha gente el Mundial ya perdió gran parte de su encanto. Pero todavía faltan cuatro partidos que atraerán al público y hasta el domingo próximo no hay otro tema más importante que lo que hagan o dejen de hacer uruguayos y holandeses, alemanes y españoles, cuyo destino será objeto de todas las atenciones. El lunes próximo, es decir dentro de justos ocho días, los guatemaltecos tendremos que volver a la realidad, dejando atrás la euforia provocada por los encuentros de futbol. Y el panorama no se presenta para nada alentador porque justamente en medio de este gran distractor se produjo ya la avanzada de lo que será la campaña política que se avecina, enmarcada en los perfiles que definieron tanto el Gobierno como el partido oficial en los comunicados de la semana anterior y que para el común de la gente no tuvieron la menor trascendencia, pero que leídos en su justa dimensión constituyen una declaración de guerra contra todos los que no aplaudan frenéticamente y con entusiasmo pleno lo que haga, diga o sueñe el Presidente y su peculiar delfín. Mañana y pasado la población guatemalteca estará muy atenta a los resultados de las semifinales que deparan aún emociones; luego vendrá el período de receso para hacer cábalas sobre quién pueda alzarse con la copa del mundo y se hablará más de los ganadores de las jornadas del martes y el miércoles que de las angustias y ansiedades de nuestro pueblo. Pero el domingo por la noche, terminado el Mundial y al preparar las chivas para el primer día de trabajo efectivo y absoluto en el último mes, seguramente que sentiremos algo así como la resaca que algunos definen como «goma moral» y será en esa sensación que empezará nuestra vuelta a la cruda realidad. Imposible hacerse de ilusiones luego de la advertencia formulada por el Gobierno contra los que se atreven a criticar a las autoridades. Vienen días de lucha encarnizada porque está visto que el camino que escogió el régimen para buscar el triunfo electoral pasa por dividir al país entre pobres y ricos y nunca la lucha de clases ha dado otro resultado que el de la confrontación radical. Advertidos estamos, pues, de que terminado el Mundial se acaba el analgésico y, en consecuencia, nos espera el crujir de dientes.