¿Se darán cuenta?



Al dí­a de hoy la cantidad de candidatos presidenciales es impresionante y todaví­a se espera que surjan otros. Por supuesto que al ver tan variada oferta uno tiene que preguntarse si los aspirantes entienden a lo que se están metiendo y, de entrada, si se han dado cuenta que son candidatos a dirigir un Estado fallido y con estructuras rebasadas por las circunstancias, deterioradas a más no poder e incapaces de dar respuesta a las necesidades de la población.

La pregunta cobra más fuerza porque entre lo que dicen los candidatos no hay alusión alguna al tema del Estado fallido. Aun quienes hablan de reforma del Estado lo hacen con la visión de que hay que modernizar algunas instituciones, descentralizar el ejercicio del poder y cuestiones parecidas, pero no en cuanto a reconocer que la estructura se agotó y que hace falta algo más que una cirugí­a mayor. Porque toda cirugí­a, mayor o menor, es para reparar y reconstruir pero no para crear y lo que nos hace falta en Guatemala ahora es repensar nuestro Estado de acuerdo con un proyecto de Nación distinto, que termine con esa vieja estructura surgida en el marco de la doctrina de seguridad nacional y que aún pervive en estos «tiempos de paz», pero que ha sido puesta al servicio del crimen organizado.

El tema central de debate en un Estado fallido tendrí­a que ser esa condición y las recetas para superar la crisis. Los guatemaltecos tenemos la especial caracterí­stica de andar con demasiados rodeos, de entretenernos con la parafernalia y descuidar las cuestiones de fondo. Hace cuatro años se habí­a desnudado el carácter corrupto del Estado cuando la sociedad puso el dedo, al fin de tantas experiencias y de mucho hacernos babosos, en el gobierno de Portillo que no inventó la corrupción, pero en el cual se hizo tan evidente que nadie dudó del carácter corrupto de nuestro paí­s. Hoy, tras los sucesos criminales de los últimos dí­as, se desnudó el carácter absolutamente fallido del Estado guatemalteco y nadie se atreve a decir que nuestra estructura funciona y que hay que preservarla.

Pero hoy como ayer, no pasamos de la denuncia y de la queja. De usar los temas con fines electoreros, pero sin el propósito de cambiar nada. No aprovechamos las crisis para resolver problemas sino que las usamos como catarsis para el desahogo de nuestras frustraciones pero sin hacer el mí­nimo esfuerzo por cambiar las cosas. La estructura de la corrupción que nos asombró cuando se desnudó en tiempos de Portillo está tan intacta como la estructura de la impunidad que es la punta del iceberg del Estado fallido.

Entendemos que un suplemento polí­tico que no es un suplemento electoral ni menos electorero, tiene que tratar de centrar el debate en las cosas de fondo pero, de vuelta al principio, ¿Será que nuestros polí­ticos y candidatos se dan cuenta?