Nadie puede objetar la ley que prohíbe fumar en sitios públicos y que pretende que Guatemala sea un país libre de humo de tabaco para no afectar a los no fumadores que son víctimas de enfermedades derivadas del vicio que afecta a otras personas. Sin embargo, es del caso señalar que el mismo arranque de la vigencia de la ley demuestra las enormes carencias de nuestro país porque las autoridades han sido tan vejigas que ni siquiera se preocuparon por emitir el reglamento respectivo para hacer que el instrumento legal pueda operar a cabalidad.
Y eso nos lleva a plantear que siendo este un país en el que es una especie de ejercicio nacional el andar viendo como se burlan las leyes, no puede asegurarse que la simple vigencia de la ley sea suficiente para que podamos aspirar a espacios libres de humo de tabaco, porque desafortunadamente no se vislumbran los mecanismos idóneos para forzar a su cumplimiento.
Empieza ya a surgir un sentimiento que apela al respeto a la libertad individual para que también los derechos del fumador sean respetados y no faltará algún comercio que interponga acciones legales para defender ese supuesto derecho, no obstante que el bien tutelado en este caso es la salud pública que se ve afectada seriamente por los daños que causa el tabaco.
La lucha en todos los países del mundo ha sido larga porque también son poderosos los intereses que hay alrededor del negocio de los cigarrillos que mueven fuertes cantidades de dinero para impedir acciones que puedan mermar sus ingresos y disminuir sus ganancias. Pero con el tiempo la cultura se impone y la gente termina aceptando que fumar no es un acto socialmente aceptado y que siendo la mayoría en el mundo de no fumadores, es imprescindible que se les respete su derecho a respirar aire menos contaminado.
El tema de la impunidad vuelve a ser parte de este debate, porque es un hecho irrefutable que vivimos en un país donde no se respetan las leyes ni las normas elementales de la pacífica convivencia. Si en el tránsito hay la anarquía actual, cuánto más se puede esperar de una ley como la que prohíbe fumar en los sitios públicos y cerrados. Las sanciones siempre son susceptibles de evadirse mediante el arreglo correspondiente y con ello la fuerza de la ley se pierde por completo porque no tenemos una cultura propia de respeto al derecho de los semejantes, sino que cada día se posiciona más la vigencia de la única ley que parecemos respetar en Guatemala, tristemente, la ley del más fuerte.