Cuando se cumple un año, este lunes, del golpe de Estado que derrocó al presidente hondureño Manuel Zelaya, las nuevas autoridades no han logrado cerrar las heridas políticas ni convencer a buena parte de la comunidad internacional para reintegrar a Honduras a las instituciones de las que quedó apartada.
Desde que asumió la presidencia el 27 de enero, Porfirio Lobo se ha esforzado en cumplir las exigencias de la comunidad internacional, como la conformación de un gobierno de unidad y la creación de una Comisión de la Verdad que dilucide lo que pasó antes, durante y después del golpe.
Sin embargo, Honduras sigue apartada de las instituciones regionales, sobre todo por el rechazo de los países seguidores del socialismo del siglo XXI que propugna el venezolano Hugo Chávez, y por la falta de garantías para el regreso de Zelaya a Tegucigalpa desde su exilio en República Dominicana.
Este último punto parece casi imposible de cumplir mientras los numerosos partidarios del golpe, que siguen instalados, en su mayoría, en las principales instituciones y partidos políticos del país continúen ahí.
A principios de junio, el presidente sonó la alarma al denunciar que había un supuesto interés en derrocarlo, incluso desde su propia formación, el Partido Nacional (PN, derecha).
«No hay riesgo de otro golpe de Estado, la comunidad internacional nunca lo permitiría», dijo a la AFP el escritor y director de la Biblioteca Nacional en Tegucigalpa, Eduardo Bahr, para quien el mayor reto del presidente es que «los amiguetes políticos del lado recalcitrantemente conservador se echen a un lado».
«Honduras trata de salir del agujero, no de cavarlo más hondo», adujo por su parte Michael Shifter, presidente del centro de estudios Diálogo Interamericano, en Washington.
Y es que el «enorme costo» que ha pagado Honduras por el golpe ordenado por la Justicia, convalidado por el Congreso y ejecutado por el Ejército que expulsó hace un año a Zelaya a Costa Rica, hace poco probable que otro golpe de Estado encuentre apoyos, dijo Shifter a la AFP.
Pero mientras Lobo da lentos pasos hacia la normalización, en la calle se perciben «niveles insospechados de intolerancia y crispación», advirtió un diplomático europeo en Tegucigalpa.
Al descalabro económico, agravado sin duda por la disminución de ayudas y el cierre de los créditos internacionales, la crisis económica internacional, y las constantes violaciones a los derechos humanos que instituyó el gobierno de facto de Roberto Micheletti, se suman a la trepidante inseguridad, la violencia, la corrupción y la penetración del narcotráfico en el país.
«La población se ve cada vez más en un estado de indefensión», dijo Bahr, quien considera que el regreso de Honduras a las instituciones internacionales puede ayudar a «calmar a las clases bajas», que presionan cada vez más por un cambio del sistema que pasa por la convocatoria de una Asamblea Constituyente, precisamente lo que le valió el golpe a Zelaya.
La situación que ha heredado Lobo tras el golpe de Estado «rebasa con mucho las posibilidades de un político, de un partido y de un gobierno abrumados además por problemas antiguos que se han concentrado y han estallado de repente», aseguró el diplomático.
Por ello, cada vez son más las voces que reclaman una reforma «a fondo» del sistema político hondureño, que deje atrás el partidismo y la corrupción y avance hacia una democracia social, política y económica que se ocupe en profundidad de los problemas nacionales, con la pobreza y las escandalosas desigualdades a la cabeza.
Embajadores de los 16 miembros del llamado grupo de países cooperantes con Honduras (G-16) se reunieron en esta semana con miembros de la cuestionada Corte Suprema de Justicia (CSJ) de ese país para manifestar su «apoyo» al poder Judicial, informaron fuentes diplomáticas.
«Se habló de apoyar al poder Judicial», expresó el embajador de Estados Unidos, Hugo Llores, anfitrión del encuentro.
El ex presidente de facto hondureño, Roberto Micheletti, pidió el jueves en entrevistas a medios locales que los miembros del G-16 no intervengan en los asuntos internos de Honduras.
Al terminar el encuentro, el presidente de la CSJ, Jorge Rivera, rechazó cualquier injerencia internacional. «Estuvimos expectantes a ver si de parte de la comunidad internacional iba a haber alguna injerencia, no hemos sentido en absoluto nada ello», afirmó.
«Hay preguntas que es necesario aclarar a la comunidad internacional porque conviene también al país», agregó.
La CSJ, integrada por 15 magistrados, participó en el golpe de Estado del 28 de junio del 2009 contra el entonces presidente Manuel Zelaya, al ordenar la captura el mandatario, acusado de 18 delitos, incluyendo traición a la patria por querer cambiar la Constitución.
í“scar David Montesinos, un niño de diez años, presentó en esta semana el libro de su producción «Mis Lápices en Resistencia», acerca del golpe de Estado del 28 de junio del 2009 contra el entonces presidente hondureño Manuel Zelaya.
Familiares, educadores e intelectuales asistieron a la presentación de la obra en la sede del Colegio de Profesores de Educación Media de Honduras, en un barrio situado en el este de la capital.
La obra de 60 páginas está compuesta por dos partes: «Cuentos para Niños» y í‰xitos políticos», con la carátula de unos lápices escribiendo: «Dignidad».
«A algunos hondureños les falta dignidad, como a Roberto Micheletti, Goriletti», el presidente que asumió tras el golpe, dijo Montesinos a la AFP.
La obra «está dedicada a los niños que quedaron afectados porque sus padres murieron por andar en el Frente Nacional de Resistencia contra el golpe de Estado», agregó.