La candidez de Manuel Zelaya no tiene parangón, a mi juicio. Mordió el anzuelo de Micheletti y firmó un compromiso en el que dejaba librada a la decisión del Congreso su suerte y al final de cuentas terminó burlado porque era de esperar que los diputados que lo habían derrocado con la complicidad de las fuerzas armadas, rechazaran la posibilidad de reinstalarlo en el poder. Un compromiso como el que firmó Zelaya no tenía sentido si no establecía como condición ineludible esa reinstalación, pero el Presidente cayó en una trampa que le impedirá volver a la presidencia.
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Micheletti técnicamente terminó cumpliendo con los términos del acuerdo que suscribieron sus delegados con los de Zelaya y ahora dirige un mal llamado gobierno de unidad nacional y encamina al país a unas elecciones que serán reconocidas, seguramente, por la comunidad internacional, poniendo así fin a la crisis al menos en su parte medular. Pero hay que ver cuál es la situación futura de Honduras porque obviamente los seguidores de Zelaya se sentirán burlados y falta ver si tienen arrestos para asumir una postura beligerante. De lo contrario, si se mantiene el gallo gallina de la situación y el malestar se limita a manifestaciones callejeras, seguramente que en poco tiempo se diluirá todo el alboroto y la normalidad irá haciéndose espacio en la vida de los hondureños.
No sé exactamente cuán importante sea el respaldo popular a Zelaya ni el nivel de compromiso de sus seguidores. Tampoco puede descartarse el peso de los apoyos internacionales que puedan darse desde Nicaragua y Venezuela, países que pueden jugar un papel clave y decisivo en el futuro de la crisis. Pero de momento la impresión es que Zelaya terminó pagando muy caro el costo de su candidez y de la falta de atributos para dirigir desde muy temprano una vigorosa y fuerte campaña para retornar al poder sin depender únicamente de la comunidad internacional. Porque desde hace muchos meses yo escribí que a Zelaya le falló el frente interno porque no pudo articular una huelga general, una protesta masiva, un enfrentamiento radical de sus seguidores con los que apoyaban a Micheletti y terminó dependiendo únicamente de lo que dijeran los países amigos que respaldaban su gestión.
Es de reconocer que Micheletti tiene más colmillo del que se le veía a simple vista, porque ha maniobrado con dureza en medio de esa oposición internacional y al final de cuentas logró negociar posiciones que lo dejan ahora en capacidad de realizar las elecciones y plantear la nueva lucha en términos de buscar el reconocimiento de los países a las autoridades electas. El debate ya no será la reinstalación de Zelaya, sino el reconocimiento al presidente electo y eso constituye, de entrada, un triunfo para el gobernante de facto, producto de un golpe de Estado que, tristemente, terminó consolidándose en medio de una mezcla de falta de faroles de Zelaya un exceso de atributos del golpista que no se arrugó ni frente a la presión de Estados Unidos y al final de cuentas metió al gobierno de Obama en su propio saco, debilitando así el frente común que había mantenido la comunidad internacional durante muchos meses.