Esta campaña ha sido diferente a las otras que hemos vivido desde la instauración del actual marco constitucional y entre otras cosas la diferencia está marcada porque es más corta que las anteriores, no sólo porque las elecciones han sido anticipadas y serán en septiembre en vez de noviembre, sino porque los partidos tardaron más en iniciar su labor de proselitismo. Obviamente ello se traduce en más necesidad de invertir recurso económico porque el bombardeo publicitario se ha tenido que concentrar de manera que pretende ser efectiva y aquellos que no disponen de la abundancia están en situación de notable desventaja.
En realidad si vemos la oferta electoral nos damos cuenta que la variedad está más en los estilos que en el fondo y contenido de las propuestas porque ideológicamente no hay matices importantes y significativos, sobre todo tomando en cuenta que los partidos de la izquierda se han invisibilizado durante este proceso y los vemos en grave riesgo de perder su condición de entidades de derecho público, lo que deja un nutrido contingente de centro derecha disputándose el poder y la gente lo que tiene que escoger es más por simpatías o antipatías personales que por la calidad de la oferta.
Pero indudablemente que los candidatos sienten a estas alturas que el tiempo se les agota y están dispuestos a participar en cualquier actividad que se organiza porque empieza a sentirse que cada voto cuenta, que cada nuevo adepto puede significar una gran diferencia y que ya no se cuentan los espacios por semanas, sino por días que dentro de poco empezarán a contabilizarse por horas.
Pero un tema que no abordan los candidatos y que es crucial para ver su actitud hacia el futuro es el de la gobernabilidad en su conjunto y la forma en que pueden o quieren lidiar con los grupos que se han ido adueñando del control del país. Existen regiones enteras en las que el Estado ha desaparecido y perdido su capacidad de actuar, no digamos la capacidad de aplicar su ley a todos, porque grupos poderosos son los que ejercen el poder y virtualmente nadie, ni Policía ni Ejército, tienen capacidad para sentar reales en lugares controlados por distinto tipo de pandillas.
Y a ello se suma que instituciones completas del Estado están bajo control de otro tipo de grupos que se enriquecen a la sombra de negocios ilícitos facilitados por esa estructura mezcla de corrupción con crimen organizado. Si esos asuntos no son encarados con seriedad y determinación, el carácter fallido de nuestro Estado se irá consolidando y lo más probable es que el próximo gobierno termine secuestrado de manera definitiva por los poderes fácticos y que como país nos veamos hundidos en esa realidad fáctica del narco estado.