í“scar Porras: la anunciación y la vulnerabilidad de los ángeles


Juan B. Juárez*

El origen de los ángeles se remonta al de las religiones. El imaginario actual les otorga un aspecto distinto de la imagen alada, resplandeciente y luminosa con que los representaron los pintores medievales y renacentistas. Asimismo, sus mensajes eran raras veces fueron anunciaciones grandiosas y venturosas: las más de las veces eran advertencias, requerimientos de penitencias o abiertas amenazas de castigo que dejaban ver las preocupaciones del dios por sus criaturas, su indignación por la iniquidad humana o simplemente la franca ira divina. Por otro lado, sus milagrosas apariciones nunca fueron públicas ni aparatosas: más bien discretos, los ángeles confiaban a un único hombre o mujer común y corriente, su increí­ble mensaje ?quizás para hacerlo más increí­ble? y con eso lo condenaban a la duda, a la impotencia, a la angustia y, eventualmente, a una santidad teñida de locura orientada al confuso afán de hacer cumplir en la tierra la voluntad de Dios.


En nuestra época incrédula, los ángeles han sido confinados al terreno del folclor religioso y para psicólogos y semiólogos sus esporádicas apariciones no pasan de ser meros sí­ntomas de una personalidad alucinada lindante con la locura, o bien metáforas de la revelación poética. Otro tanto pasa con los milagros: reductos del fanatismo y la ignorancia, son ahora exorcizados por la ciencia.

En ese contexto de ciencia e incredulidad, Oscar Porras (Guatemala, 1983) nace a la vida artí­stica sin más anunciación que un laborioso parto autoinducido. Como caí­do del tapanco, con su congénita mirada de pintor intacta de academias y maestros, de tradiciones e iconoclastí­as, de explicaciones cientí­ficas, teológicas y metafí­sicas, es quizás el único pintor que aún percibe el invisible rastro de los ángeles, los ecos inaudibles de los mensajes celestes y el sordo y a veces doloroso acontecer de los milagros cotidianos.

Para proceder con cierto orden, veamos primero sus ángeles. Queda claro que lo que define al ángel no son sus alas sino su mensaje. Así­, sus ángeles son mujeres. Mujeres embarazadas. Unas cuantas plumas ingrávidas o lastimosamente adheridas a sus muñones huesudos y a sus pellejos desnudos dejan espacio al vientre prominente, pletórico, henchido, de una voluptuosidad que es correlato de su plenitud. A veces, una especie de radiografí­a indiscreta permite ver el fruto en el vientre: otra pluma, un feto de ángel entre ví­sceras santificadas. Otras, simplemente un estanque de aguas intraquilas donde una barca luminosa resuelve el naufragio. En otros cuadros, el ángel misterioso se presenta con los ojos vendados, portando la muerte o mostrando en la frente una cerradura para la cual no existe llave. En otros más, la materia traslúcida del ángel se superpone a oxidaciones de hierro o se adivina entre cascadas de lí­quidos luminosos y fecundos.

Hasta aquí­ podrí­amos decir que la pintura de Oscar Porras permanece en el campo de la poesí­a y el sí­mbolo, y que su obra es anuncio de una insí­pida Oda a la Vida. Sin embargo, la tensión interna de los ángeles, expresada sobre todo con contradicciones formales y cromáticas de carácter expresionista, definen a su visión angélica como tragedia terrenal: la vulnerabilidad del ángel y del mensaje, y, sobre todo, la cí­nica negación del milagro. No es que la vida y la fecundidad, ante los avances de la ciencia, haya dejado de ser misteriosas, sino que más bien la recepción de ese misterio se ha vuelto vulgar. Precisamente, la crudeza de las imágenes de oscar Porras proviene de una incongruente representación del misterio. Tal parece que el mensaje que portan sus ángeles ?la vida misma? está concebido sin amor, es decir que carecen misterio y de valor divino (y de allí­ su vulnerabilidad), y así­, de cierta manera, sus ángeles y mensajes son, algunas veces, como el abrupto aparecer de ciertas mujeres en medio de la noche. Al respecto, resulta muy ilustrativo uno de sus cuadros que muestra a un ángel en una especie de disección: un artefacto mecánico de tubos y alas rí­gidas y metálicas, parodia, sin duda, de un clásico estudio de anatomí­a.

Como la de todos los visionarios, la obra de Oscar Porras aún clama en el desierto. Como producto de su fe artí­stica, la duda palpita en sus cuadros. Es cierto que sus intuicionos inequí­vocas llenan de un fervoroso temor a los pocos espí­ritus sensibles, pero el milagro cotidiano que registran sus obras aún no conmueven a los escépticos.

* Pintor guatemalteco y crí­tico de arte.