Saturación del comercio


El espí­ritu chapí­n es dado a lo festivo. Basta un chispazo para encender la llama que arde con í­mpetu fogoso. Sea o no catarsis, logra apaciguar las presiones internas como externas que lo agobian. No todo ocurre así­, en restantes situaciones agacha la cabeza, el desaliento vence su potencial, a extremo de aguantar sin chistar palabra alguna.

Juan de Dios Rojas

Empero, distante de condición enigmática, constituye el indicador de vivir entre luces y sombras. Respecto a lo primero lo confortan acciones positivas, mientras que referente a lo segundo, hace esfuerzos inauditos por la superación necesaria. Balance fácil de percibir, consigue continuar la marcha cotidiana, en beneficio propio y el de su familia.

Dos ciclos anuales de saturación del comercio tienen presencia. En Semana Santa y finales de año en forma sostenible. La metrópoli es el foco, extendido al interior del paí­s. Los vaivenes que registran vendedores y compradores, son el toque caracterí­stico, natural en dichos eventos fuera de serie, con sus caracterí­sticas consiguientes aquí­ y allá.

Nadie ignora el trote usual de la vendimia diversa y multiplicada. Generadora también de esperanzas, planes e ilusiones en cada posición. Ello refleja un mayor circulante monetario en ambas ocasiones significativas. Sacan a luz cambios evidentes en el elemental principio de compra-venta, a tono a modernas técnicas mercadológicas para impulsarlas.

A fin de hablar del ambiente saturado del comercio basta un vistazo a mercados cantonales, convertidos en laberintos. La demanda alcanza fuertes niveles debido a sus precios asequibles. Mantienen aun vigente el antiguo regateo, tras obligado diálogo en su favor. El dinero se vuelve agua, a causa del elevado costo de vida, principalmente de la canasta básica.

Aunque en ocasiones subidas al escenario existe un caso extraordinario. Fácil puede percibirse que el corazón se esponja. Contra todo pronóstico hay menos control en los desembolsos. Generalizado en la mayorí­a de segmentos sociales. Con la diferencia que quienes tienen poca plata forzosamente limitan el gasto, poniendo candado sólido a fin de marcar oí­dos sordos a las ofertas.

La economí­a informal en crecimiento resulta favorecida fuera de los mercados ediles. Inclusive en calles y esquinas estratégicas operan con empuje. En toldos formales o improvisados; cajones y canastos, mediante voces de escándalo. Eso define cómo la capital y poblados son convertidos en un gigantesco bazar. Por necesidad, o simple mala administración municipal.

El diagnóstico situacional de esos dí­as depara un cambiante entorno festivo. Hay signos de entusiasmo y alegrí­a, auténtico oasis, contrapartida en el diario vivir, entre luces y sombras. Sirve de alivio momentáneo de cargas emocionales, ante sucesos nunca antes vistos, en relación a violencia, delincuencia; impunidad e inseguridad; corrupción y un largo etcétera.

El coloso que satura y su par vencedor en ese mismo sentido responsable de dicha inundación comercial, tiene protagonismo real en los centros comerciales que corroboran e ilustran al respecto. Hoy en dí­a, consecuencia del crecimiento poblacional, funcionan en sitios donde previo hubo prefactibilidad y sus estudios. Según dicho popular, se vienen abajo, satisfacen todos los gustos y algo más.

Que los compatriotas pueden sobreponerse a contingencias diversas resulta el indicador que no todo está perdido. En tiempos idos, que aluden los antepasados hay historia. En condiciones aproximadas en un pasado relativamente cercano, y en la actualidad ese espí­ritu festivo saca a flote la situación mencionada. Escudo protector en punta de la adversidad.

Bajo la premisa que «para todos da Dios», pulula ahora la saturación campante del comercio. Oportunidad propicia de obtener algunos gananciales. Seguros que el espí­ritu festivo es el rostro positivo por el cual sus sacrificios, desvelos y privaciones cobran resultados satisfactorios. En resumen viene a ser una vieja estampa nuestra en marco nuevo.