¿Santos o simplemente buenos?


Desde pequeño me ha impactado la imagen del último Juez, del único Juez. Aquella representación magní­fica donde Jesucristo con todo esplendor, sentado en su trono convocaba a todas las naciones y los separaba como un pastor a las ovejas de los cabritos. A los primeros les dirá «Venid, benditos de mi Padre al cielo que se os tiene prometido» (Mt. 25,33). A los otros los echará al castigo eterno. Ahora bien ¿Cuál es la diferencia? En otras palabras ¿Por qué ha de premiar a los bienaventurados? ¿Qué bien hicieron para merecer tan extraordinario beneficio? Iban todos los dí­as al templo o a la iglesia. Diezmaban. Ayunaban. Oraban todo el dí­a. Hací­an vigilia. No cometí­an graves pecados ni se mezclaban con pecadores y malhechores.

Luis Fernández Molina

Se mortificaban o auto flagelaban. No fumaban. No bebí­an. Consumí­an ciertas comidas prescritas y evitaban otras prohibidas. Guardaban los dí­as ceremoniales. Etcétera. Ahora bien, el justo Juez en su pronunciamiento ¿Se refiere a algunas de estas prácticas? No. Lo que el Señor afirma es que «tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, anduve como forastero y me dieron alojamiento, desnudo y me dieron ropa, enfermo y me asistieron, en la cárcel y me visitaron» (Mt. 25, 35). No menciona nada más en su definitiva sentencia. Claro -y no quiero que se malentienda–, las demás obras de piedad y cumplimiento religioso son buenas y consolidan una formación recta; pero son insuficientes, vací­as, si no se cumple el mandato principal: caridad, misericordia, compasión. Como aquellos que ocupan tanto tiempo a ser santos que se olvidan de ser simplemente buenos. La voz de Yahveh tiene ecos de trueno cuando dice: «Lo que quiero de ustedes es que me amen, y no que me hagan sacrificios.» Y la voz firme y dulce de Jesús casi la escuchamos cuando, como profesor de primaria, amonesta a sus discí­pulos: «Ustedes no han entendido el significado de Esta escritura: Lo que quiero es que sean compasivos y no que me ofrezcan sacrificios». Y luego ordena: «Vayan y aprendan el significado de esta Escritura: lo que quiero es que sean compasivos, y no que ofrezcan sacrificios.» (Mt. 9,13). «Sean compasivos como también su Padre es compasivo». Y con diferentes escenarios se repite la misma cita en distintos pasajes del Evangelio: el perdón a aquella que bastante pecó pero también amó mucho; el de no juzgar para no ser juzgado; la ponderación del buen samaritano y el amor ilimitado del padre de aquel hijo pródigo y en la expresión divina que casi todos sabemos de memoria: «perdona nuestras ofensas así­ como nosotros perdonamos». El llamado supremo es -claramente– al ejercicio del amor perfecto, al perdón sin lí­mites; cumbre máxima que se fija como un norte a donde debemos dirigirnos ¡Ojalá así­ fuera! Sin embargo los corazones pequeños, que no se han ejercitado en la caridad, son recipientes diminutos incapaces de contener grandes raciones de amor. De allí­ que la aspiración se limite a gradaciones inferiores de la misma escala entre ellos la compasión, la aceptación, la tolerancia. Quiero referirme a ésta ultima en medio de nuestra convulsa sociedad; si no somos capaces de ejercitar de lleno la caridad, pero al menos seamos más tolerantes con quienes nos rodean: con el hijo desobediente; con el cónyuge cuando está de mal humor; con el trabajador que sin querer ha hecho mal un encargo; con el peatón imprudente que se atraviesa en verde; con el automovilista lento de adelante o con el sonso que no se percata que el semáforo se puso en verde; con el vecino que practica otra religión; con el compañero que es indí­gena; con quien marcó número equivocado, etc. ¡Ah, si esta sociedad fuera un poco más tolerante! Valgan las presentes reflexiones empezando el año y que todos los guatemaltecos podamos convivir en un ambiente menos tóxico y de esa primera etapa subamos en la sublime escalera del amor. Ojalá que nuestros buenos deseos e intenciones no sean, como pone el profeta Oseas en palabras del Señor: «El amor que ustedes me tienen es como la niebla de la mañana, como el rocí­o de la madrugada, que temprano desaparece.» (Oseas 6.4). Traducido al buen chapí­n: que no sean llamaradas de tusa. Ojalá veamos este año más gente buena que santos. Feliz año a todos.