«Santa semana»


El mundo cristiano tiene su apoteosis cada año durante una semana, y yo aprovecho esa condición para gastar unos dí­as en evitar dicho enardecimiento. La mayorí­a lava culpas acumuladas a través de una serie de ritos que pasan por alfombras, actos religiosos, comidas, etc. El Gobierno de turno por su lado aprovecha y convierte la semana en patrimonio cultural. Mientras las personas recargan su sistema de «fe», que les permitirá un año más de pecados, yo acumulo suficiente tolerancia para transitar por las calles de la ciudad que son tomadas literalmente por los penitentes que expí­an en sendos actos procesionales que ahora pueden ser seguidos por Internet en tiempo real. Tomo café y un comensal le pregunta al otro por qué hay turnos de Honor; la misma persona se cuestiona la diferenciación implí­cita y sigue preguntando: ¿es que si tengo un turno barato tengo menos honor? Termino el café y ya es martes, será el último dí­a que transite por el Centro Histórico porque lo que sigue a partir del miércoles es abrumador.

Julio Donis

Desde muy joven los recuerdos personales de esta semana, que a veces se marca en abril y otras en marzo, tuvieron una extraña sensación de angustia con olor a corozo con un transcurrir lento casi eterno, sensación aun más aguda por las altas temperaturas de la época. Más tarde comprendí­ que aquel efecto era causado por las prohibiciones y rigurosas tradiciones, que trastornaban el ambiente familiar y la rutina escolar, mismas que se hací­an inexplicables y a la vez totales el dí­a viernes. En el ambiente público universitario esta semana se une con la tradicional Huelga de Todos los Dolores, misma que también altera toda la vida académica y de algunos ciudadanos que logran identificarse con las jocosas maneras de denuncia que aún persisten en el movimiento estudiantil sancarlista. De manera inexplicable, el primer semestre de cada año los contenidos educativos programados para seis meses, se implementen en la mitad del tiempo.

Todo el sistema dispone sus recursos para la tradición religiosa o para el mercado de verano que dura exactamente una semana en el sentido estricto del consumo. Aquí­ coincide la «Santa Semana» con el verano, vinculados ambos con el sentido estricto del consumo, lo que hace parecer que esa estación se ciña nada más a ese perí­odo. Tal es el impacto, que los periódicos dejan de circular, es como si el tiempo se detuviese, no hay noticias durante cuatro dí­as; los medios de comunicación escrita atenidos a la ritualidad dejan de informar.

Ahora existe el Internet, pero antes simplemente se dejaba de conocer el acontecer mundial. Salgo de la ciudad en el sentido opuesto al de la mayorí­a que buscan las playas, especialmente el litoral del Pací­fico. Este paí­s tiene la capacidad de reproducir sus abismales inequidades aun a la orilla del mar, que dispone a lo largo de la lí­nea costera tanto la pobreza como la riqueza. Mientras en el Puerto San José se hacinan las personas como camarones en un caldo de mariscos, buscando un rato de recreo de manera digna, al lado, en San Marino unas pocas familias disfrutan del calor de la playa desde el aire acondicionado de su residencia. La escapada me lleva hacia las Verapaces a lo alto de las montañas que son surcadas por un cinturón verdejade, el rí­o Cahabón; allí­ compruebo que la «Santa Semana» no penetra tan fuerte en la selva natural como en la selva urbana. Casi termina este lapso anual y la noticia que descubro es la tensión entre la Iglesia Católica y la judí­a por una comparación de las crí­ticas al Papa por los casos de pederastas con el antisemitismo. Regreso a la ciudad y veo alfombras de flores caí­das por los árboles de la época, las hay en tonos amarillos, blancos, rosas y lilas; me paseo por las calles vací­as y retomo la contradicción.