Santa Claus y los Reyes Magos. Fantasí­a, imaginación y fraude


La representación visual de ideales es cosa común y normal en todas las culturas. Las imágenes o configuraciones que son continentes de nuestros deseos de compartir y, a través del compartir, de ser compasivos y más sensibles hacia nuestro prójimo, es decir, de ser más humanos, pueden o no llenar todas, algunas, pocas o ninguna de las expectativas de los individuos, lo cual se ve aún más determinado por la cultura y la clase social a la que pertenecen.

Milton Alfredo Torres Valenzuela

Cuando esas imágenes se llenan de otro contenido, ajeno al que originalmente la imaginación colectiva les otorgó, o cuando esas imágenes se nos imponen como sí­mbolos de una época y de ciertas actitudes «idealmente» positivas de otras culturas, entonces, mientras la asimilación le impone el sello personal de la cultura y de los individuos que intentan adaptarlo, se producen rupturas e identificaciones fraudulentas que resultan patéticas a la luz de la identidad y de la autenticidad del lado de quienes intentan su uso, natural o maliciosamente forzado.

De la figura de los Reyes Magos poco o nada puede decirse en nuestro medio, pues dichas representaciones quedaron desplazadas del imaginario colectivo muy tempranamente en lo que representan, por ejemplo, en España y México. En Madrid, por citar un caso, las figuras de los Reyes se ven envueltas en una atmósfera de mito pagano y de tradición festiva que sintetiza aspectos carnavalescos y religiosos provenientes de una nebulosa lejana de creencias enraizadas en el cristianismo y el paganismo y en consideraciones astronómicas relacionadas con el solsticio de invierno, ahora hasta con bandas norteamericanas de música, robots y carrozas iluminadas con neón y otras tecnologí­as. Desconozco qué grado de identificación puede haber entre los niños y esas imágenes, pero si la correspondencia es débil o significativamente forzada, especialmente por los medios de comunicación, los Reyes Magos resultan más un fraude que una legí­tima representación.

El caso de Santa Claus es, en nuestro medio, inestable y patético. El í­cono, uno de los más emblemáticos de la globalización, no sólo representa, entre otras cosas, la voluntad de compartir, sino además y fundamentalmente, el consumismo y el sueño americano en su indisoluble unidad. Sólo los niños excesivamente cándidos y sus respectivos padres pueden fomentar la ilusión en una imagen, en nuestro contexto, también fraudulenta por inconexa con nuestra realidad.