Santa Claus acabarí­a con bermudas



Si se hacen realidad los pronósticos más pesimistas sobre el cambio climático en el extremo norte de Europa, Santa Claus tendrá que ponerse pantalones cortos para trasladarse en un trineo tirado por camellos.

Como cada año, al final del otoño, todos los habitantes de Rovaniemi, en la Laponia finlandesa, escrutan el cielo con la esperanza de que anuncie un invierno cubierto de blanco.

«Todo el sector del turismo está preocupado», confiesa Jarmo Kariniemi, propietario de la Oficina de Santa Claus de Rovaniemi, ciudad que recibe anualmente a unos 340 mil visitantes llegados con la ilusión de ver a Santa Claus.

Entrado diciembre, esta vez el manto de nieve es de 20 centí­metros de espesor, lo justo para lanzar motonieves y trineos pero insuficiente para helar los rí­os y los lagos, que sirven de terreno de juego en invierno.

La preocupación no es para menos; hay muchos intereses en juego. El turismo genera 200 millones de euros de ingresos directos e indirectos en la Laponia finlandesa, un 60% de ellos en invierno, un maná en una región golpeada por el éxodo rural y el desempleo.

«La temporada turí­stica invernal en los paí­ses nórdicos se seguirá acortando de forma espectacular y rápida», predice el climatólogo Heiki Tuomenvirta.

Las temperaturas promedio en Finlandia aumentarán entre 3 y 6 grados Celsius en invierno antes de 2050, y entre 4 y 8 grados en 2080. La media en Rovaniemi pasarí­a de -15°C en enero a -8°C.

«Las precipitaciones invernales aumentarán, tanto de nieve como de lluvia», lo cual encogerá el manto de nieve que cubre generalmente Laponia entre noviembre y abril, estima Tuomenvirta.

Hoy en dí­a, los municipios más septentrionales que Rovaniemi, anticipándose a los malos augurios, tratan de sacar provecho de los primeros efectos del calentamiento global para atraer a los turistas.

«El espesor de la nieve varí­a cada año en Rovaniemi, mientras que aquí­ está garantizada», afirma Carina Winneback, gerente de un hotel en Enontekio. Esta aldea de 2 mil vecinos situada a tres horas de camino desde Rovaniemi logró convencer a los operadores turí­sticos británicos de que hicieran aterrizar sus aviones en ella.

Pese a que el calentamiento global trae consigo una serie de ventajas a corto plazo (disminución de las necesidades energéticas, aumento del rendimiento agrí­cola, prolongación del turismo estival), a largo plazo las consecuencias para la fauna, la flora y la población local podrí­an ser dramáticas.

El peligro es acuciante para los criaderos de renos, principal ingreso de los 70 mil samis lapones, un pueblo autóctono de los paí­ses nórdicos y de la pení­nsula rusa de Kola.

La sucesión de nevadas y lluvias, acompañada por un descenso de las temperaturas, dificulta el acceso de los renos al liquen, su alimento básico, y sin foraje se mueren de hambre, explica Bruce Forbes, biogeógrafo del instituto ártico de Rovaniemi.

«Cuando no llueve no hay setas y los renos son incapaces de constituir su grasa antes del invierno. Además el liquen desaparece bajo el hielo. Hay que alimentarlos con gránulos y con heno y tirar del agua de casa. Ya no es rentable», añade el criador Sami Rusimaki.