Sangre, crimen, terror


Jamás en la historia de Guatemala se habí­a vivido una época tan macabra en la sociedad guatemalteca como la presente por toda la geografí­a nacional, los asesinatos son el pan diario de los ciudadanos que caen como moscas en cualquier esquina ví­ctimas de los balazos de los sicarios que sin alma oprimen el gatillo o empujan el verduguillo en la humanidad de hombres, mujeres, ancianos y niños. Los medios de comunicación están llenos de este espantoso festí­n de muerte.

Jose Angel Cifuentes

No hay piedad, la sangre moja el asfalto de las ciudades, los lamentos de familiares de los caí­dos, sus gritos, sus lágrimas son el fondo musical de la mente impune que azota, distingue y hace pedazos la esperanza de una paz que nunca llega. El estampido de los balazos se confunde con el aullar de las sirenas de los bomberos y de la policí­a. Los barrancos aledaños a los pueblos se convierten en tiraderos de cadáveres.

La violación de niñas, de mujeres es el deporte de los malditos varones que llevan en su alma el retrato del diablo y de todos los demonios. Somos campeones del asesinato de mujeres, las cifras de los muertos pasa en los últimos años de las cinco mil y la cauda sigue su marcha triunfal sin que haya poder para parar esta catarata de maldición y dolor.

Recordamos cuando don Clemente Marroquí­n Rojas escribió: «Ojalá que nunca abran la jaula de las fieras criminales sedientas de sangre, porque nadie podrá volver a meterlas a su jaula», recordando los linchamientos de 1920. Y las fieras se salieron, a los poderes fácticos de crí­menes se les fueron de las manos y ahora nos tienen inmersos en este ambiente de terror muerte.

El pueblo en general está lleno de miedo ante lo que sucede a cada instante, la alegrí­a se ha borrado de la faz de los guatemaltecos y se ha cambiado por el rostro del miedo, y para cerrar con broche fatal, asesinaron a los diputados del Parlacen y a los policí­as asesinos en una cárcel de alta seguridad, formando en la ciudadaní­a un terror tremendo por las fuerzas de seguridad, el cual costará tiempo, dinero, inteligencia y valor para que esta estampida siniestra cambie y se vuelva a tener confianza en la autoridad.

Ahora que hay nuevas autoridades de seguridad en el Estado, que no piensen en un 10% que investiguen todas las tropelí­as graves que sus subordinados han cometido en todos los departamentos de la Republica, allá también se llora sangre y dolor.