Jamás en la historia de Guatemala se había vivido una época tan macabra en la sociedad guatemalteca como la presente por toda la geografía nacional, los asesinatos son el pan diario de los ciudadanos que caen como moscas en cualquier esquina víctimas de los balazos de los sicarios que sin alma oprimen el gatillo o empujan el verduguillo en la humanidad de hombres, mujeres, ancianos y niños. Los medios de comunicación están llenos de este espantoso festín de muerte.
No hay piedad, la sangre moja el asfalto de las ciudades, los lamentos de familiares de los caídos, sus gritos, sus lágrimas son el fondo musical de la mente impune que azota, distingue y hace pedazos la esperanza de una paz que nunca llega. El estampido de los balazos se confunde con el aullar de las sirenas de los bomberos y de la policía. Los barrancos aledaños a los pueblos se convierten en tiraderos de cadáveres.
La violación de niñas, de mujeres es el deporte de los malditos varones que llevan en su alma el retrato del diablo y de todos los demonios. Somos campeones del asesinato de mujeres, las cifras de los muertos pasa en los últimos años de las cinco mil y la cauda sigue su marcha triunfal sin que haya poder para parar esta catarata de maldición y dolor.
Recordamos cuando don Clemente Marroquín Rojas escribió: «Ojalá que nunca abran la jaula de las fieras criminales sedientas de sangre, porque nadie podrá volver a meterlas a su jaula», recordando los linchamientos de 1920. Y las fieras se salieron, a los poderes fácticos de crímenes se les fueron de las manos y ahora nos tienen inmersos en este ambiente de terror muerte.
El pueblo en general está lleno de miedo ante lo que sucede a cada instante, la alegría se ha borrado de la faz de los guatemaltecos y se ha cambiado por el rostro del miedo, y para cerrar con broche fatal, asesinaron a los diputados del Parlacen y a los policías asesinos en una cárcel de alta seguridad, formando en la ciudadanía un terror tremendo por las fuerzas de seguridad, el cual costará tiempo, dinero, inteligencia y valor para que esta estampida siniestra cambie y se vuelva a tener confianza en la autoridad.
Ahora que hay nuevas autoridades de seguridad en el Estado, que no piensen en un 10% que investiguen todas las tropelías graves que sus subordinados han cometido en todos los departamentos de la Republica, allá también se llora sangre y dolor.