Sandra Torres


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Habrá de aparecer en las páginas de la historia oficial cómo una mujer de arrojo, sin veleidad alguna, con tesón, entrega casi al extremo de incansable. De férrea voluntad y objeto y sujeto de las crí­ticas más acérrimas y en la última de sus fases de estos cuatro años, de los rechazos y veneraciones más enjundiosos. Se hizo respetar a fuerza de empujar en procura de sus objetivos. La causa: pobres y desposeí­dos. El método: encausar el erario hacia los programas por ella concebidos. Los errores, múltiples.

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@yahoo.com

 


El principal, su obcecación pertinaz y un séquito de aduladores envueltos en sus propias lisonjas. Cegados por la opacidad de intenciones indescifrables. La Doña dueña del futuro y poseedora de los instrumentos para un cambio social que no llegará a madurar bajo su dirección. Así­, ayer, justo a los cinco meses del anuncio de su intención de postularse, el capí­tulo se cerró. La suerte está echada y para la contienda, en la papeleta su rostro y su nombre no estarán el próximo 11 de septiembre.

Los hechos no quisieron o no se mostraron tal cual se presentaron. Fue allá por el ahora lejano mes de mayo del 2008 que el poder económico manifestó una de sus primeras expresiones de rechazo por la dirección gubernamental y la principal cabeza visible: “Primera Dama”, eufemismo de subordinación apegado a las más irrestricta revelación de cabeza-agachada. Eso y más el objeto y sujeto del desaguisado empresarial, que gracias a la influencia mediática fue en incremento: “Votamos por vos ílvaro, no por ella”. Fue la frase de cierre de aquel encuentro. También fue la marca del punto distante entre lo que pudo haber sido y lo que fue en la práctica. Empezó la marcha de las transferencias. La ola de crí­ticas no quiso dejar ver las bondades, solo los defectos.

Dentro de la Casa Presidencial, los oí­dos se hicieron más sordos. Solo se escuchaban así­ mismos. “El que no quiera oí­r que no oiga”. “Piden cuentas los que nunca las han rendido”. La fiscalización se transformó en la justificación de los prejuicios que causaban desquicios por el incremento de una imagen que habí­a que botar a toda costa. Y tales ejercicios no hicieron sino alimentar las loas para ocultar lo que a la larga no debió ser ocultado (la base de datos de los beneficiarios). Y se dejó entrever una corruptela aún no probada. Pero sí­ con un sabor persistente en el colectivo, pues se ha alimentado de manera constante con el apoyo y procura de los detractores y fieles corifeos a las más tenaces sombras oligarcas que nos dominan desde tiempos remotos.

Encumbrada en sus propios argumentos y engañada por el neo-fariseo grupúsculo que la rodeó, su danza de movimientos y transferencias presupuestarias no cesó. De hecho puso sobre la mesa la discusión y la acción para la reducción de la pobreza, el abandono y la miseria de muchos connacionales. Se dio el primer paso. Solidaridad fue el término acuñado. Pero erróneamente brindado a la luz de un poder económico incólume que esconde sus mí­seras acciones de compasión en el disfraz de la “responsabilidad social empresarial” que no es más que la fachada para acallar la explotación y el otorgamiento de salarios de hambre (envueltos en una fraseologí­a de “competitividad” que ni ellos llegan a entender con certeza, mucho menos a aplicar con responsabilidad).

Hoy el sistema ha ganado. Todo ha cambiado para seguir igual. Habrá segunda vuelta y en este balotaje es posible que el doctor Suger inscriba su nombre para la papeleta del 6 de noviembre. Pero también es posible que surja otra figura que desfigure el futuro que ahora se vislumbra como acomodado a la conveniencia de las sombras oligarcas. Es posible que en esa papeleta aparezca el nombre de otro petenero que le quita el sueño a muchos. Que revela una avidez en procura de sus propios intereses con tal ahí­nco que puede llegar a trastocar el rigor de esta falsa estabilidad. Sí­, Manuel Baldizón, puede llegar a constituirse en el emblemático rompe-y-rasga del sistema ahora predominante. Una puerta se ha cerrado para la historia polí­tica de un partido oficial que no correrá con su propio binomio. Inédito para esa misma historia polí­tica, que no terminará de inscribir un repunte a una democracia que aún nos es negada.