Aplaudo los avances tecnológicos en el anchuroso mundo de la comunicación. La alusión trata de los teléfonos celulares, que baten récord entre los usuarios. En eso está abolida la discriminación y por lo tanto es igualitaria, y presenta desarrollo notorio. Pero en cierto aspecto equivale a mostrarnos desacuerdo, no hay duda.
Todo cuanto facilita la comunicación merece parabienes. Factibiliza el hecho fundamental de propiciar interrelaciones sociales, en primer término. Además del abarcamiento de otros campos de suma importancia y necesidad, como puente efectivo de enlace de cualquier condición personal del momento, donde se encuentre el instante.
Conciente de sus ventajas, sin embargo, a mi parecer aparte de su función prioritaria, existe abuso del mismo medio. Inclusive una mayoría de usuarios del moderno servicio, durante la comunicación extensa pronuncian sandeces. En una retahíla de necedades sobre aventuras, parrandas, chismes y anécdotas a voz en cuello, tranquilamente.
En sitios impropios que absorbe la vorágine capitalina, vemos y oímos sin querer los remedos de pláticas de esos especimenes furibundos. Por ejemplo en el interior de los autobuses urbanos, cualquier esquina y frente a todo mundo. Dominados por un complejo de superioridad, se dan humos de dignatarios, según dictados de absurdo criterio.
La cultura del teléfono celular, mediante sus variantes, congruentes con los últimos avances, a costos mayores, posibilita la comunicación. Una inmensa mayoría hacen la apología de esa transformación. Imposible sea de una transfiguración, pese a esfuerzos no ocultos, crecientes día a día. Gente de sólidos principios son la excepción.
Entiendo como la cortesía y buenas maneras tienen procederes distintos, que corroboran su buen uso y moderación. Máxime cuando están rodeados de personas en lugares públicos. Razón poderosa de la recomendación de apagar el celular en el interior de templos, bancos del sistema y restantes lugares del todo concurridos a cualquier hora.
Justo en una agencia bancaria tuve que escuchar forzosamente, debido al enorme volumen de voz, el actuar de un mero esperpento, con ínfulas de categoría a tiempo de hablar con un supuesto interlocutor, verdaderas sandeces. Recordatorio de próximos jolgorios, fuera de serie; sin importarle un comino el clientelismo presente a disgusto.
Una muestra que me generó reacciones ingratas, merecedoras de repudio, o de que algún jefe superior pusiera orden terminante. Similar caso nos topamos al acudir a las diversas dependencias burocráticas. Medio atienden la computadora, simultáneamente, ajenos a prestar la debida atención al público, o alargan por abuso la llamada interminable.
Con el calificativo de sandeces en la comunicación tildo el peligroso uso del celular, al frente del volante de un automóvil. En balde en las prevenciones del «si maneja, no use celular». Creen ser un paquete suntuoso y no desisten del propósito aberrante. Transitan por calles y avenidas usando el aparato en mención, que les roban los malandrines.
El espíritu que animó al inventor de propiciar el útil instrumento de comunicación, nada que ver a la postre. En términos similares al sector industrial que los fabrica, bajo la premisa de hacer permisible con comodidad y eficacia dicha necesidad personal, de enorme interés, aquí y allá, resulta lamentable tanta sandez.
Reconozco que el carro superveloz del modernismo mundial, hace factible el hecho de constituir ese puente venturoso de enlace en la comunicación. Un logro de imponderable realización beneficiosa en el anchuroso mundo sin fronteras. Empero, las sandeces de fondo en tal interrelación, echa todo a perder, es una imagen negativa.