«Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expropian las cuevas de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer, y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable».
-Eduardo Galeano-
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Cuánta razón tuvo uno de los voceros de la Municipalidad de Guatemala, al mencionar que los hoyos que se han visto últimamente en la ciudad de Guatemala, son puros problemas superficiales.
Y así de superficiales se han visto nuestros problemas a lo largo de la historia. Superficiales, «resueltos» con la misma superficialidad. El siglo XX finalizó con la firma de la Paz y el cese de la guerra popular guatemalteca (aunque muchos se nieguen a aceptar el término) y a la vez anunciaba una Guatemala llena de paz y justicia. Ese siglo murió bañado en sangre junto a las 250 mil personas asesinadas por las fuerzas de «seguridad» del Estado y 45 mil desaparecidos, sin contar a todos los asesinados con hambre durante los cuatro siglos anteriores, que suman miles.
El siglo XXI nació con las mismas promesas de justicia y paz para el país, aunque encontró una Guatemala mucho más injusta y caótica de la que había dejado atrás. Salimos del fuego para caer en las brasas.
La arena que lanzó el volcán de Pacaya fue un mal augurio. Evidentemente era un prefacio sobre el cúmulo de maldiciones que vendrían en los próximos días, que al igual que la arena que nos cubrió con su manto negro, éstas, como toda maldición, han cubierto de luto al país.
La tormenta Agatha, como pasa con todas las tormentas, huracanes, depresiones tropicales, etc., dejó en la calle a quienes siempre pagan los platos rotos: a los pobres, habitantes de asentamientos, rescatados mientras el agua se llevaba sus casas de cartón.
Pero esta vez no sólo golpeó a los asentamientos. La clase media de la zona 2 y de otras zonas de la ciudad también sufrió las consecuencias de los chapuces. Inmensos hoyos han aparecido, como el que años anteriores surgiera en la zona 6 capitalina. Pareciera que ya no sólo los asentamientos tienen hambre, la ciudad también tiene y amenaza con tragárselo todo.
Y después del estado de calamidad, qué más podría pasar… En Guatemala todo puede pasar. La renuncia de Carlos Castresana, la destitución del Fiscal General del Ministerio Público, el «hago lo que me da la gana» del crimen organizado, la irresponsabilidad de periodistas en cuanto a las entrevistas que se realizan con cierto grado de sospecha, a prófugos de la justicia y «declarados en rebeldía». En rebeldía de qué, si el actual sistema de justicia al que se rebelan, es el mismo que les ha permitido mantener su status. Están probando una cucharada de su propia medicina.
Agregado a esto, la fiebre del mundial. El futbol nos ha envuelto en una burbuja, en un mundo ficticio. Qué haremos al despertar, si es que logramos hacerlo. Desafortunada o afortunadamente Guatemala no ha logrado ir al negocio del mundial, seguramente el gobierno intentaría hacer de este deporte una herramienta ideológica para formar una falsa unión e identidad nacional. En estos días, el futbol se ha convertido en el verdadero opio del pueblo.
No, Guatemala es un país nada fácil. A dónde se han ido los sueños, las promesas, las esperanzas. Acaso se los tragó la tierra o prefirieron hacer sus maletas y abandonarnos.