El sacrificio de animalitos para la purificación de los pecados, el apaciguamiento de los dioses y la recuperación de la paz colectiva no pasa de moda. En todo momento, nunca está de más tener listo un chivo expiatorio, por aquello de limpiar nuestra conciencia y erigirnos superiores frente a los demás. Faltar a esta práctica representaría la negación de nuestra humanidad y, por lo tanto, una omisión casi imposible.
Esta práctica la realizamos en lo individual cuando, por ejemplo, en nuestros oratorios familiares, la aplicamos al más débil (aquí se cumple el dicho a cabalidad: «al chucho más flaco se le pegan las pulgas»): a la ingrata esposa, al díscolo vástago o al ingrato muchacho que dilapida a manos llenas las oportunidades brindadas. El padre, que cuando existe se constituye en sacerdote, realiza el sacrificio. Es él quien castiga, reprime, vocifera y amenaza. Los demás callan pidiendo en oración que el sacrificio calme la ira del señor.
La sociedad también pide sacrificios y busca sus machos cabríos. En estos días por ejemplo le tocará nuevamente ser la víctima al gremio magisterial. Los sacerdotes sociales están más que listos, con cuchillo en mano y sed de purificación, para trasquilar al animalito y clamar al cielo por el cambio que ellos dicen tener, pero nunca han demostrado. El rito ha empezado: ya tienen a la víctima, la acarician por el cuello y la tienen sometida.
En estos días se sacrificará al sector magisterial, a los sindicalistas y, encima de la pira, a Joviel Acevedo. Los argumentos aquí, aunque los hay, no se necesitan, los ritos y las religiones no requieren evidencias. Aquí lo que importa es desahogarse, aplacar no sólo la ira de Dios, sino la propia. Los sacerdotes del sector conservador están que revientan por tanta iniquidad en ese sector, no soportan el olor a azufre que dicen percibir por todas partes. Ellos, los impolutos, los sabios, los que dicen tener la fórmula para todos los males del país.
La primera parte del rito es el sacrificio oral. Lo primero es el descrédito del sector magisterial. Aquí no sólo los sacerdotes repiten las fórmulas aprendidas desde el siglo XVIII, sino que cantan composiciones corales «ad líbitum», como antífonas, evidenciando la maldad de los maestros: «sólo piensan en salarios… aleluya», «no les importan los niños? aleluya», «sólo quieren vacaciones? aleluya», «son una raza de vagos? aleluya»? Y así, hasta que el alma cándida de cada uno de los fanáticos encuentra cierta paz y unión con Dios.
El segundo momento sacrificial es el de la inmolación. Ahora se juntan los santos en torno a la imagen de quien según ellos es el ícono de la maldad (Joviel Acevedo) y lo sacrifican. La muerte es virtual, por supuesto, y se cumple a través de los medios que manejan, la desinformación, las medias verdades y muchos argumentos basados en sus propios estudios y estadísticas. Así, la secta cumple su ciclo y se apresta al inicio de otro.
Este es sólo uno de los tantos ritos que los grupos humanos realizan en el país intentando alcanzar la verdad, su verdad y sus dioses. Ya vendrán, sin embargo, nuevos actos sacrificiales en la que cada sector tiene sus sacerdotes y sus modalidades. Esta es nuestra forma de ser humanos, nuestra realidad: un día lo cocinan a usted, otro día usted cocina a otro y así? hasta que muramos de verdad.