El violoncelista ruso Mstislav Rostropovich, exiliado durante largo tiempo en Occidente, celebró ayer sus 80 años en Rusia, donde recibió numerosos homenajes, incluido en el Kremlin, a pesar de las tormentosas relaciones que mantiene con su país natal.
El presidente Vladimir Putin felicitó en un mensaje a «un violoncelista brillante» y a un «combatiente intransigente de los ideales de la democracia», antes de agasajar personalmente al músico con una recepción prevista para ayer mismo en el Kremlin, indicó su asistente Natalia Dollejal.
Unos 500 invitados de renombre, entre los cuales el director de orquesta japonés Seiji Ozawa, el violoncelista de origen lituano David Geringas y el violinista ruso Maxim Vengerov tenían previsto asistir a esa cena de gala, cerrada a la prensa.
Convalesciente de la extirpación de un tumor en el hígado, Rostropovich no pudo sin embargo asistir a un concierto en su honor que dieron ex alumnos suyos, como Geringas, Natalia Gutman e Ivan Monighetti, así como los violinistas Vengerov, Viktor Tretiakov y el cuarteto Borodin.
Rostropovich se encuentra actualmente convalesciente en un sanatorio cerca de la capital rusa.
El maestro y su esposa, la cantante Galina Vichnevksaia, dividen su tiempo entre Europa, Estados Unidos y Rusia, aunque en su país de origen, Rostropovich sigue suscitando controversia.
«Muchos compatriotas suyos los detestan abiertamente y tienen celos de su éxito, de su riqueza, de su talento. Muchos no pueden perdonarles su valentía cívica», explicó el cineasta Alexander Sokourov, que recientemente filmó un documental sobre la pareja.
Rostropovich y su esposa cayeron en desgracia en 1970, cuando recibieron en su casa de campaña al escritor disidente Alexander Solyenitsin, enfermo y sin recursos.
El violoncelista tomó luego partido públicamente por el escritor en una carta dirigida al dirigente soviético Leonid Brejnev.
Víctima de represalias, Rostropovich emigró a Occidente en 1974. En 1978 fue desposeído de la nacionalidad soviética y desde entonces permanece como apátrida, sin querer adoptar ninguna otra.
Rostropovich saldó su cuenta pendiente con el comunismo al tocar Bach en noviembre de 1989 al pie del Muro de Berlín, en pleno derrumbe del símbolo de la división alemana.
Rehabilitado en 1990 por un decreto de Mijaíl Gorbachov, Rostropovich volvió a Rusia. Primero de gira con la orquesta sinfónica de Washington, que dirigía en la época, y luego para defender a la joven democracia rusa en 1991, contra los golpistas.
Desde entonces, sus relaciones con el mundo de la música ruso han estado salpicadas de escándalo: contratos anulados en el último minuto, promesas de no tocar nunca más en su país natal…
«Ciudadano del planeta» y «profundamente ruso», capaz de «reírse de si mismo y del mundo», Rostropovich lloró sin embargo «como un niño al leer las malas críticas de sus conciertos en la prensa rusa», se acuerda la pianista y amiga del violoncelista, Vera Gornostaí¯eva, en el diario Nezavissimaí¯a Gazeta ayer.
«Se ha comportado a menudo como un Don Quijote (…) Pero Turgueniev decía que sin personajes como Don Quijote el libro de la Historia se cerraría para siempre», aseguró por su parte el director ruso Vladimir Spivakov en declaraciones al diario Moskovski Komsomolets.