Advierto que nunca he sido ferviente deportista. Si acaso, sólo en mi juventud practiqué algo de baloncesto, voleibol, natación y ciclismo; y dos, al iniciarme en el Periodismo, como cualquier novato, cubrí la crónica de sucesos y reporté de vez en cuando un partido de fútbol; pero siempre he sido aficionado a ese deporte.
También desde niño fui seguidor del Municipal, como mis hijos, nietos y sobrinos; fuera de que estoy consciente de que es una aberración comparar el fútbol de Guatemala con el de España y Argentina, V. Gr. Hay un abismo de diferencia.
Hecha esta aclaración, sobre todo en lo que atañe a que no soy cronista deportivo, les comparto a mis contados lectores que el sábado convinimos con uno de mis hijos y su novia y dos de mis nietos, que después de muchos años los acompañaría a presenciar, ayer, el llamado «clásico» entre Municipal y Comunicaciones. Fue con nosotros, mi amigo Mynor, de hueso colorado.
Nos acomodamos en el sector de Preferencia, en la medianía de las gradas, para tener mejor vista. Por supuesto que íbamos ataviados con prendas de color rojo, ya sea la gorra, la camisa, la chumpa o la playera. Antes del supuesto espectáculo balompédico nos apercibimos de un deslucido acto simbólico dedicado a la paz, en el que participó el embajador de Estados Unidos.
No esperen ustedes que yo pretenda describir el desarrollo de un tedioso, lento y vergonzoso cansino correr de 20 hombres agotados tras un balón, muy esquivo a las erráticas e inofensivas maniobras de los futbolistas, en tanto que los porteros dormitaban en sus metas, aunque muy eventualmente un pelotazo tirado a la deriva los espabilaba. Llegué a pensar que se trataba de una competencia destinada a demostrar cuál de los futbolistas era el peor de todos.
Laterales que esperaban que el balón llegara por inercia a sus pies. Mediocampistas que se enredaban entre sí, volantes de contención que rivalizaban para ver quien era el primero en caerse en la gramilla, defensas que enviaban pelotazos al cielo, al igual que los delanteros. En un momento dado, el entrenador del Municipal reemplazó a un paraguayo porque amenazaba con anotar un gol -y eso no era lo convenido-, por otro cargador de procesiones, ante la presencia de unos 300 aficionados blancos y miles de fanáticos rojos. í‰stos, engañados por la dirigencia, y los cremas, sin saber que el equipo al que siguen ya es propiedad de mexicanos y un árbitro que no atinaba que estaba haciendo en medio del estadio.
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¡Qué falta de respeto a la afición de ambos equipos! ¡Qué desplante de jugadores! ¡Qué irresponsabilidad de entrenadores y dirigentes! Al salir del estadio, un señor entrado en años murmuró a quien le acompañaba: ¿Te das cuenta, vos, cómo es que dos equipos se ponen de acuerdo tan descaradamente para empatar! El otro replicó: ¡Estaba arreglado! ¡Componenda y corrupción, y nosotros de pendejos sirviendo de comparsas! Â
(Mi nieto el Jóse me dijo: Ese jugador es tan malo que si llegara a meter un gol, estoy seguro que en la repetición por la TV lo fallaría). Â