Roger Verneaux: Introducción general y lógica


¿Una introducción a la filosofí­a? Sí­, eso es exactamente este libro, una guí­a, como dirí­a Maimónides, para perplejos. Iniciar al novicio en este campo no es fácil. A menudo la gente esta prejuiciada, la filosofí­a le parece astral, aburrida, inútil y hasta un oficio de vagos. Así­ los libros tienen que luchar para captar la atención de los lectores y tratarlos con cariñito, suave, con ternura para que no se espanten en la primera página.

Eduardo Blandón

Como introducir a alguien en la filosofí­a es complicado las librerí­as cuentan con una serie de autores, alguno de ellos pedagogos, que se esfuerzan en presentar una filosofí­a «soft» y «light». Los tí­tulos abundan: «filosofí­a para dummies», «filosofí­a en noventa minutos», «filosofí­a para no filósofos» y otros tí­tulos más en donde se enseña la filosofí­a de manera novelada, con caricaturas de Sócrates, Marx y hasta del Che Guevara (que con sorpresa algunos lo muestran como «filósofo latinoamericano».

Esta obra de Verneaux es una de las tantas introducciones que usted puede encontrar en las estanterí­as de una librerí­a. ¿Su peculiaridad? Tiene varias, pero mostraré sólo tres que pueden ser interesantes. La primera es que es un libro con una clara fundamentación tomista. Verneaux es tomista hasta el tuétano de los huesos y desde esa concepción filosófica explica cada uno de los temas. Alguien podrí­a decir que esta es una caracterí­stica que de entrada descalifica al libro. Puede ser, pero en el mundo de hoy hay todaví­a muchos que creen con firmeza que la filosofí­a de santo Tomás es la «filosofí­a perennis», la única que explicarí­a el mundo de manera coherente y lejos de las incertidumbres del mundo moderno.

Por esta caracterí­stica y porque además el libro es de viejo cuño, hay citas bibliográficas que están en latí­n extraí­das de, por ejemplo, la suma teológica o la suma contra gentiles. Claro está que si usted es un lector que no quiere saber nada de las lenguas muertas o simplemente no ha tenido la oportunidad (¿la suerte?) de aprender latí­n, a usted esta caracterí­stica le caerá pesada. Sin embargo, déjeme advertirle que semejante ignorancia (que no es digna de las penas del infierno creo) no hace el texto ilegible. El libro es amable y claro, lo suficiente para entenderlo sin mayores cualidades lingí¼í­sticas.

Otro elemento interesante lo constituyen los primeros capí­tulos del libro consagrados, como lo harí­a un buen escolástico, a la explicación de la naturaleza de la filosofí­a. Este es un libro de explicación «clásica» de la filosofí­a. Los tí­tulos primeros son los siguientes: La filosofí­a (etimologí­a, historia y sentido de la palabra); La filosofí­a como sabidurí­a (descripción, definición y ramificaciones de la sabidurí­a); La filosofí­a como ciencia (ciencia y sabidurí­a, ciencia práctica, ciencias teóricas).

Después de los temas anteriores, viene lo que cualquier otro libro de introducción filosófica considerarí­a caduco o superado: La filosofí­a y la fe (necesidad de la revelación, autonomí­a de la filosofí­a y la filosofí­a cristiana) y concluye ?cómo no- con la filosofí­a y la razón (la luz natural, la razón y la experiencia y el análisis y la sí­ntesis). Hasta aquí­ la primer parte.

El último «plus» de libro, la última de las caracterí­sticas interesantes, lo constituye eso que no encontrará en cualquier volumen introductorio: la reflexión sobre la lógica. Este elemento no sólo esta ausente en los textos por falta de interés, sino porque a menudo los autores no están iniciados en esos temas o porque ?buena gentes que son- no quieren fatigar al lector en una materia que es a veces árida y complicada. Verneaux no se amedrenta y se lanza a dejar clarificado de qué se trata ese rollo.

¿Complicada esa segunda parte? Sinceramente no tanto, pero es una lectura que se hace de manera más pausada. Debo aclararle algo para que no crea que le tomo el pelo: con todas las alabanzas a Verneaux y con su perdón, hay mejores libros en este campo. Es cierto que el académico francés es «claro y distinto» cual Descartes, pero en esta parte le faltó más sistematización. Un par de cuadros habrí­an salvado su obra y ahora mismo yo escribirí­a otra cosa.

Ahora paso a darle una probadita de la obra de Verneaux. En lo relativo al capí­tulo dedicado a la filosofí­a y la fe trata de establecer las diferencias entre ambas. La filosofí­a no contradice la fe ni ésta a la filosofí­a. Son complementarias. Por otro lado, agrega, la filosofí­a tiene autonomí­a frente a la teologí­a y, aunque en el pasado se comprendí­a a la primera como sierva de la segunda debe entenderse bien de qué se trata eso de «philosophia ancilla theologiae».

«No significa que la filosofí­a esté por naturaleza ordenada a la teologí­a ni que su finalidad sea servirla. Como ya hemos visto, la filosofí­a tiene su objetivo propio: explicar racionalmente el universo a partir de sus causas últimas. La fórmula dice simplemente que la teologí­a puede usar de la filosofí­a como le parezca bien. Eso sí­: cuando se sirve de la filosofí­a, ésta realmente le sirve. La filosofí­a es, pues, sierva de la teologí­a en la medida en que ésta la utiliza».

En cuanto a la posibilidad de que exista una «filosofí­a cristiana» a Verneaux no le parece imposible. Evidentemente en apariencia son términos contradictorios: el que filosofa busca la verdad, pero el cristiano parece, por principio, poseerla. El tema queda superado, indica, cuando se distingue la fe de la razón.

«La auténtica dificultad consiste en que el filósofo cristiano, arguyen sus adversarios, sabe por adelantado adónde va; aborda, pues, los problemas filosóficos con un prejuicio metido en su espí­ritu, y no busca realmente la verdad. Cuando santo Tomás se pregunta, por ejemplo si Dios existe, Utrum Deus sit, no hace más que pura retórica; no se plantea realmente el problema porque sabe de antemano la respuesta».

La búsqueda de la verdad por parte del cristiano no es retórica, afirma. Es una búsqueda auténtica aunque ya se tenga un «pre-juicio» de algo. Los prejuicios no son malos en sí­ mismo, dice, incluso todos tenemos ideas preconcebidas. Lo importante es identificar la verdad desde el punto de vista racional, con rigurosidad.

«En pensador cristiano es filósofo porque su fe no se inmiscuye en su trabajo. Intenta ofrecer una demostración auténtica de las verdades que cree; una demostración auténtica, es decir, racional, rigurosa, capaz de convencer a todo espí­ritu que la comprenda. ¿Cómo conciliar, pues, la autonomí­a de la razón con su sumisión a la fe? Respondamos sencillamente que la fe guí­a la razón, desempeña el papel de estrella guiadora».

El libro es muy amplio y, como puede ver, interesante. No está de más animarlo a leer y a confrontar las ideas propias. Esto nos hace bien a todos.