Roberto Cabrera: el arte y el artista en función social


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Tengo con el maestro Roberto Cabrera (Guatemala, 1938) deudas impagables que tienen que ver con mi formación estética y con la manera seria y profunda de considerar el trabajo de los artistas guatemaltecos, es decir con mi formación y mi actitud crítica.

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POR JUAN B. JUÁREZ

Mucho antes de que conociera su obra plástica, leía con avidez los artículos que publicaba en la legendaria revista Alero de los años 70 que, más por la información sobre los movimientos artísticos de las vanguardias europeas, me apasionaban por la manera en que desarrollaba su visión filosófica del arte, de la cual, muy coherentemente, desprendía las exigencias que la naturaleza del arte y las circunstancias de la época planteaban a los artistas a la hora de hacer un trabajo en consonancia no sólo con lo más actual del arte contemporáneo sino sobre todo con el contexto histórico, social, político y cultural, que para los artistas guatemaltecos de aquellos años correspondía a la guerra interna, los regímenes militares y la represión y la violencia política en el marco más grande de la guerra fría.

La admiración y el entusiasmo que me despertaban sus artículos se debía a que en su visión filosófica del arte el artista tenía un lugar privilegiado en la sociedad en la cual su trabajo estaba llamado a cumplir una importante función en la dinámica histórica de los cambios sociales. Tal lugar y tal función, sin embargo, no estaban “concedidos” por los que detentaban el poder político y económico sino que, al contrario, se desarrollaban en oposición a ellos, peligrosa y valientemente, como en nuestro caso, lo que le daba al artista un indudable carácter heroico y revolucionario.

Investigador y artista experimental, Roberto Cabrera fue, con Marco Augusto Quiroa y Elmar Rojas, fundador del Grupo Vértebra (1969), de influencia decisiva en el arte guatemalteco de las siguientes tres generaciones no sólo en los aspectos temáticos y formales sino sobre todo en los aspectos conceptuales e ideológicos que están en la base de todo trabajo creativo. Lector incansable y apasionado, a través de él se realizó la impostergable actualización crítica del arte guatemalteco como una manera legítima de apropiación de las nuevas formas, ideas y conceptos que movían las expresiones artísticas en los grandes centros internacionales como Nueva York, Italia, Francia, España.  Sus aportaciones e informaciones críticas actualizadas y fundamentadas prepararon el terreno para la introducción en nuestro medio de la pintura matérica informal (Tapies) que desarrolló con gran acierto Enrique Anleu Díaz; la Nueva Figuración, que en general define el arte del grupo Vértebra y de la siguiente generación; y sobre todo una nueva actitud artística de investigación y experimentación formal y conceptual que aún rige en los artistas contemporáneos.

Su trabajo artístico, su obra propiamente dicha, no puede separarse de su trabajo  teórico, del desarrollo de su pensamiento filosófico ni de cierta visión estratégica del activista social que más que dictarle temas y contenidos ideológicos a sus obras, le imponen búsquedas técnicas, formales y conceptuales que le dan “peso”, autoridad y resonancia a sus pertinentes expresiones críticas y estéticas. Así, su obra, realizada siempre con mucha conciencia de su contenido y sus intenciones, de su forma y su comunicabilidad y de su técnica constructiva de imágenes significativas, tiene, a la par de su inmediatez estética, ese “peso” intelectual que impide el disfrute simplemente hedonista de sus creaciones.

Crítico del mercado de arte y de la estética a la que da lugar, la obra de Cabrera responde, en última instancia, a lo que el percibe como una necesidad profunda de una sociedad extraviada que se deja deslumbrar por los aspectos más superficiales de la era consumista y global. Frente a esas falsas luces que vienen de los centros hegemónicos de producción artística, la obra de Cabrera extrae sus extrañas luminosidades —su “estética del contexto”, como la denominó Leonel Méndez D´Avila— de una introspección de la conciencia histórica, social, política y cultural realizada por un artista, un investigador, un pensador lúcido y sensible al que le duele su gente y su país, pero que está —o estuvo— fervientemente convencido de que esa realidad de fondo que padecemos los guatemaltecos no es parte esencial de nuestra identidad y de que el arte puede contribuir al cambio.