Rivalidad entre hermanos


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La rivalidad se define como la competencia entre dos o más personas por conseguir un mismo fin o superarlo. Dentro de este concepto también surgen asociaciones a lucha, pugna, pleito de contrarios. La rivalidad fraterna es un tema de amplia descripción, al parecer su primera representación es bí­blica y aparece en el relato de Caí­n y Abel.

Dra. Ana Cristina Morales Modenesi

 


En la naturaleza los animales compiten por su sobrevivencia, en especial por lo que consideran una carencia y una necesidad vital, sus alimentos. Dentro de la vida familiar los hermanos compiten por ocupar un lugar, por el aprecio, el afecto y la distinción que otorguen los padres a cada hijo de manera individual.
Se dice que el hijo mayor las tiene de ganar, las ilusiones y expectativas de los padres en ese hijo parecen mayores. Pero con el nacimiento de un nuevo hijo, las atenciones, los cuidados, los bienes materiales, el afecto son repartidos. Se dice también que al hijo menor es al que le toca un poquito menos, aunque con este hijo es posible que la familia haya querido revitalizarse, que la familia se encuentre en condiciones más estables, por lo menos de manera económica.
En las familias con numerosos hijos, a los mayores, muchas veces se les responsabiliza del cuidado de los menores. Creo que aquí­ pudo haber estado la queja de Caí­n. Por lo que se les desplaza de su rol de niños y se les pide antes de poderse cuidar a sí­ mismos, aprendan a cuidar a otros.
Los niños y niñas protestan cuando no obtienen de la familia la satisfacción de sus necesidades, sean de orden material o afectivo. Y en lucha de su propio bienestar tratan de desplazar a los hermanos para obtener ese algo que sienten no tener y consideran que puedan estar brindándosele a uno de sus hermanos.
Los niños pelean por sus juguetes, por mantenerse más cerca de sus padres.  Recuerdos vienen  de mi niñez, observando mis muñecas en la horca del lazo de tender ropa del patio de mi casa. Mi venganza no  menor; le pedí­a a mi hermano que me gritara “malas palabras” y corrí­a a dar la queja a mis padres. ¡Mamá! ¡Papá! Mi hermano me dice…
Para los niños no es fácil convivir con ese difí­cil juego, en el cual se sienten perturbados por el malestar que implica el que su hermano le pellizque, le jale el pelo, le empuje, le rompa o esconda juguetes. Y mantener la rabia que esto lleva, lágrimas, gritos y desencantos.
Pero esta relación poco afable de manera lamentable puede perpetuarse hasta la edad adulta. Y no solamente  en la relación entre hermanos sino como una constante de trato hacia otras personas. Por lo que es necesario tomar medidas para minimizar esta problemática, los padres podrí­an hacerle saber a todos sus hijos que todos ocupan un lugar especial dentro de la familia, que afecto habrá para todos y que en la medida de sus posibilidades atenderán las demandas de sus necesidades. Que el lugar de un hijo es insustituible por el del otro y que los problemas siempre tienen solución y que para ello es importante platicar de lo molesto y buscar fuentes de alternativas para solución.
Lo que pasa es que los niños no solamente rivalizan sino que desarrollan en variadas ocasiones en hogares en los cuales existe el predominio de la violencia. Así­ que resolver esta rivalidad entre hermanos se hace de manera obvia más difí­cil.
Es motivo de dolor para la familia el ver que el amor fraterno tan altamente idealizado no se observa dentro de ella. Que entre hermanos pueden ocurrir sucesos lacerantes como el que uno le robe al otro, se dejen de hablar por momentos eternos, que una hermana o hermano se inmiscuya con la pareja del otro, que existan conflictos de tierras y un hermano a machete limpio, sea capaz de matar al otro. Entre otras cosas más.
Por lo contrario, cuando los lazos filiales de la hermandad se vuelven poderosos es motivo de satisfacción, fuente de fortaleza y orgullo dentro de la familia.