RITUALES DE SEMANA SANTA EN LOS RINCONES DE GUATEMALA


Y Cristo fue sepultado al caer la tarde... Procesión de Cristo Yacente de la Recolección. Ciudad de Guatemala. Viernes Santo en horas de la noche (Fotografí­a Guillermo Vásquez González, 2009)

Celso A. Lara Figueroa

Universidad de San Carlos de Guatemala

La Cuaresma es el lapso de 40 dí­as que comienza a contarse a partir del miércoles siguiente al martes de Carnaval. Para los católicos ese perí­odo es ocasión para el ayuno y la penitencia, tiempo de austeridad y vigilia. Es una fecha móvil en el calendario. El primer dí­a de la Cuaresma es llamado Miércoles de Ceniza por la práctica vigente, desde el siglo IV, de colocar ceniza en la frente de los penitentes que acuden a los templos para realizar ceremonias de expiación por los excesos cometidos durante el Carnaval. Antiguamente se rociaban cenizas sobre la cabeza de los fieles que, trajeados con hábitos de penitencia, debí­an acudir a los templos en esta fecha. Actualmente sólo se traza una cruz con ceniza sobre la frente de los cristianos que voluntariamente acuden al templo. Las cenizas para llevar a cabo esta práctica, se obtienen de la incineración de las palmas benditas, repartidas el Domingo de Ramos del año anterior que son conservadas para este propósito. Son sí­mbolo de penitencia y de la brevedad de la existencia terrenal para los católicos y con su aplicación sobre la frente se recuerda el texto del Génesis «Polvo eres y en polvo te convertirás».


Y Cristo fue crucificado a la hora nona... Jesús de la Preciosa Sangre de San Francisco de la Ciudad de Guatemala. El crucificado simboliza el máximo rigor de los ritos cuaresmales en Guatemala (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2009)Cristo con su Cruz a cuestas. Procesión de Jesús del Consuelo en la ciudad de Guatemala. Los Nazarenos forman parte medular de los rituales de Semana Santa en Guatemala (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2009)Alfombra de corozo y flores para una procesión en La Antigua Guatemala. Alfombras, incienso e imágenes forman parte de los rituales guatemaltecos para la Semana Mayor. (Fotografí­a: Guillermo Vásquez González, 2009)

Antiguamente las observancias de la Cuaresma eran bastante rí­gidas en lo relacionado con el ayuno y la abstinencia, que debí­an ser cumplidos estrictamente ya que durante el perí­odo se recuerdan los 40 dí­as de ayuno y meditación que pasó Jesús en el desierto. Sólo permití­a una comida al dí­a en la cual no se consumí­an carnes, huevos o pescado. Esto quizás podrí­a explicar los excesos en el perí­odo anterior -el Carnaval- en conocimiento de las caracterí­sticas de austeridad que tendrí­a el tiempo que le sucederí­a. Paulatinamente la Iglesia ha ido modificando sus mandatos y se permitió el consumo de carnes de aves y pescado, más no de carnes rojas. Actualmente los cristianos se someten a abstinencia de carne solo los dí­as viernes de la temporada de Cuaresma, la cual sustituyen por pescado o carne de aves.

El quinto Domingo de Cuaresma para la Iglesia ya es el comienzo del ciclo de Pasión. Son cubiertos los altares e imágenes sagradas en los templos con lienzos de tonos violeta, color litúrgico sí­mbolo de arrepentimiento y la penitencia usado también en tiempo de Adviento.

La Semana Santa es una de las fechas más importantes del calendario cristiano, en ella se conmemora el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, dogmas de fe de esta religión. La vinculación de los paí­ses americanos con la civilización o cultura occidental comienza a partir del proceso de conquista y colonización de América por los europeos. El Cristianismo, entre los siglos V y XI de nuestra era se difundió por todo el continente europeo al que habí­a penetrado como culto minoritario procedente del Cercano Oriente; llegando a convertirse en religión oficial del vasto Imperio Romano del cual formaba parte España, paí­s en donde procede el principal aporte cultural europeo a nuestro continente. Esta nación, cuando se produce el descubrimiento de América, acaba de recuperar la totalidad de su territorio parcialmente ocupado durante siete siglos por los árabes, atribuyendo la victoria de los ejércitos del norte del paí­s a la poderosa ayuda de la religión cristiana.

Simultáneamente con la recuperación del último bastión ocupado por los árabes, se produce el descubrimiento de América en 1492. Fue entonces un objetivo polí­tico para la Corona española, a la que se le adjudicaron las tierras recién descubiertas, la difusión de la religión cristiana en los territorios ultramarinos, y así­ lo establece claramente en su testamento la reina Isabel la Católica: «Cuando nos fue cedidos por la Santa Sede Apostólica, las Islas y Tierra Firme del Mar Océano, descubiertos y por descubrir, nuestra principal intención que al mismo tiempo que le suplicamos al Papa Alejandro Sexto de buena memoria que nos hizo la dicha concesión, de procurar inducir, y traer los pueblos de ellas, y los convertir a nuestra santa fe católica, y enviar a las dichas islas y tierra firme, prelados y religiosos, clérigos y otras personas doctas y temerosas de Dios para instruir a los vecinos y moradores de ellas a la fe católica y doctrinarlos y enseñar buenas costumbres».

La Iglesia Cristiana en América se encontró frente a una situación en cierta forma parecida a la hallada siglos antes en Europa continente al que penetró, como antes hemos indicado, como culto minoritario; la de adecuar la doctrina cristiana a las prácticas rituales propias de los nuevos territorios. Muy eficazmente, como antes lo habí­a hecho en Europa, se adaptó a las condiciones existentes con un éxito notable que aún hoy, después de haber transcurrido casi cinco siglos del contacto entre dos mundos totalmente disí­miles, puede medirse si tomamos en cuenta la importancia y vigencia de la religión en los paí­ses latinoamericanos y el sincretismo que ha adquirido. En cada uno de ellos, en mayor o menor grado, vinculados o no a las actividades de la Iglesia, la mayorí­a de la población comparte creencias religiosas católicas, es decir, la religiosidad popular, especificidad de la cultura tradicional, por lo menos en Guatemala.

Muchas de las estrategias probadas por haber sido usadas en Europa fueron empleadas en América como medio de adoctrinamiento. Entre las más importantes y efectivas podemos citar la incorporación de configuraciones culturales procedentes de las culturas americanas y posteriormente de las africanas para propiciar la participación de la población, la incorporación de música y danzas a las ceremonias y procesiones para atraer al pueblo a los templos, la realización de representaciones teatrales en las que se dramatizan los misterios o dogmas de la religión, entre otros. Estas acciones, empleadas de manera semejante a como antes se habí­an usado en los diversos paí­ses europeos para ilustrar sobre estos temas a una población con alto porcentaje de analfabetismo, han sido efectivas para transmitir los conocimientos deseados.

Por este importante lugar que ocupó la religión durante el proceso de colonización de los paí­ses latinoamericanos, aún el calendario oficial de fiestas establecidas en ellos desde este perí­odo está ajustado a las efemérides religiosas, en las cuales ocupa puesto importantí­simo la Semana Santa, que se denomina también Semana Grande o Semana a Mayor. Según San Juan Crisóstomo recibe este nombre «porque en ella se conjugan los grandes misterios de la religión católica, y se instituyen la Eucaristí­a, el sacerdocio y la esencia de la Cristiandad».

El perí­odo que establece la Iglesia Católica para conmemorar la Semana Santa, coincide exactamente con el inicio de la primavera y, por ser un perí­odo de cambio estacional, ha sido propicio para la celebración de rituales en numerosas culturas. La Pascua Florida o Domingo de Resurrección es el primer domingo siguiente al plenilunio del equinoccio de primavera y cae en el lapso comprendido entre el 22 de marzo y el 25 de abril.

El inicio de la estación primaveral es poco visible en nuestro paí­s ya que, todo el año hay brillo del Sol en un largo trecho del dí­a y abundante vegetación. Sin embargo, en los paí­ses del hemisferio norte, después de la estación invernal, en que el clima es frí­o y escasa la vegetación, los árboles se despojan de sus hojas y el perí­odo que ilumina el Sol durante el dí­a disminuye sensiblemente. La llegada de la nueva estación es un contraste muy marcado: se alarga paulatinamente la duración de la luz solar, los troncos aparentemente sin vida comienzan a tener nuevos brotes, las plantas comienzan a florecer y es la ocasión de preparar los campos para la siembra. Este cambio tan notorio se ha celebrado con complejos rituales posiblemente desde el perí­odo neolí­tico, cuando las sociedades humanas establecidas ya en poblados permanentes comenzaron a desarrollar técnicas agrí­colas. Al tener que permanecer en un lugar hasta recoger la cosecha, comenzaron a observar con más detenimiento el ritmo inalterable de la naturaleza y las modificaciones ocasionadas por el cambio de ubicación de la tierra en relación al sol y la influencia de ellos sobre la vida terrestre. A estos fenómenos buscaron explicación atribuyendo a seres sobrenaturales estas variaciones a las que habí­a que propiciar con ceremonias rituales que se fueron haciendo dí­a a dí­a más complejas, y formaron parte de un culto a la vida y al constante renacer de la vegetación que permanece aparentemente dormida durante el invierno; así­ como también a la germinación de las semillas que durante esta estación eran arrojadas a la tierra donde permanecí­an aparentemente sin vida y después de algunos dí­as evidentemente comenzaban a germinar. Dioses que mueren y resucitan se encuentran en toda Europa, incluyendo las islas británicas, entre ellos podemos citar a Frei y Balder para el norte de este continente, y Osiris, Adonis, Dionisio y Attis que eran reverenciados en la región Mediterránea.

Sin discutir la trascendencia de Cristo en la Historia y la vigencia de su mensaje de amor y solidaridad entre los hombres, pensamos que es fundamental hacer referencia a los rituales consagrados a estos dioses, celebrados al inicio primaveral en las antiguas culturas ubicadas en la región que baña el mar Mediterráneo y de las cuales, como ya señalamos, el cristianismo fue adoptado paulatinamente elementos que fueron incorporados a su cuerpo de creencias, precisamente por la caracterí­stica que atribuyó el cardenal Danielou a los primeros cristianos y que consideramos que fue una de las claves de su éxito: la de «cristianizar la modalidad nacional de la vida», primero de manera informal y posteriormente siguiendo polí­ticas establecidas por el Papa San Gregorio, el Grande.

Empleando como ví­a el Mediterráneo, antiguos pueblos navegantes establecieron prolongados contactos e intercambios económicos y culturales con otras civilizaciones de esta área. Inclusive, asentaron colonias permanentes en una u otra ribera. Esta movilidad favoreció la constitución de un abigarrado mosaico de culturas. Durante el perí­odo histórico que cubrió el imperio romano fue especialmente notoria la importancia de cultos de origen oriental que, en algunos casos son traí­dos a territorio europeo por los propios funcionarios estatales delegados a las colonias ubicadas en el área oriental que, fascinados por estos cultos de los que se hací­an adeptos los trasladaban luego a sus regiones de origen; otros fueron introducidos por la costumbre romana de propiciar los dioses oriundos de los lugares que pretendí­an conquistar ofreciéndoles erigirles altares en Roma y consagrarles un culto, otros penetraron desde Grecia a través de Etruria siendo a su vez oriundos de Asia Menor. Todos ellos lograron amplia difusión en territorio europeo. Algunos llegaron a este continente antes que el cristianismo, otros compitieron con él y a la larga fueron vencidos, propagándose la fe triunfadora por toda Europa y desde allí­ a otros continentes.

Todos los dioses asociados a la vegetación, pertenecí­an a religiones mistéricas que eran denominadas así­ por los misterios que formaban parte de la doctrina de cada una, en los que era obligatorio creer pero que no tení­an explicación. Para ser aceptado como un miembro activo de dichas religiones, los aspirantes debí­an pasar por un perí­odo de iniciación en estos misterios que constituí­an la parte más importante de estos credos, y se comprometí­an a guardar el secreto recibido. Todos los devotos así­, participaban en los conocimientos secretos compartidos y sentí­an que a través de las prácticas rituales establecidas llegarí­an a alcanzar una vida mejor. Todas estas religiones garantizaban a los devotos vida ultraterrena y durante la época comprendida entre el año 334 antes de Cristo y el 327 después de Cristo se incrementó notoriamente su auge y se intensificaron las acciones emprendidas por ellas para lograr adeptos. En este tiempo era una obligación y a la vez un privilegio descansar sobre los miembros más humildes de la sociedad.

Osiris, Dionisio, Adonis o Tammuz y Attis, todos de origen oriental fueron dioses que morí­an y sucesivamente resucitaban, todos conmemoraban este prodigio al inicio de la primavera cuando sus devotos recordaban con aflicción su muerte y celebraban con algarabí­a la resurrección. Todos fueron conocidos y venerados en el mundo romano.

A diferencia de otras religiones orientales el cristianismo, como rama que se desprendió del judaí­smo, era una religión monoteí­sta para la cual Jesús de Nazareth era hijo de Dios que vino a la tierra para redimir a la humanidad. No obstante eran diferentes a los judí­os que eran muy estrictos en el mantenimiento y tradición de su religión. Los cristianos primitivos se adaptaban a las culturas por las que iban penetrando adecuándose a las nuevas situaciones. Esta caracterí­stica puede haber sido muy importante para explicar su difusión en el imperio romano y otra circunstancia favorable fue que a partir del año 274 el emperador Aureliano habí­a decretado al culto solar religión oficial del imperio, es decir imponiendo el monoteí­smo, lo que preparó el terreno para la penetración avasallante del cristianismo.

La Iglesia cristiana a lo largo de los siglos ha tratado de unificar sus rituales para que se ciñan a las caracterí­sticas dictadas por el Vaticano y ha eliminado muchas de las prácticas autorizadas en otros perí­odos históricos. No obstante, en la Semana Santa podemos identificar elementos rituales muy antiguos: procesiones con ofrendas vegetales, ayuno y abstinencia, purificaciones con agua, bendición del fuego y agua, entre otros.

Durante la Edad Media, la Iglesia utilizó dos medios de educación religiosa que fijaran su obra de catequesis, los únicos que podí­an alcanzar proyección en una sociedad en su mayorí­a analfabeta:

a) las esculturas, las catedrales, soberbias construcciones que mostraban los momentos más trascendentes de la vida de Cristo, el misterio mariano o las ejemplares vidas de los santos, fácilmente aprehensibles para el espectador mudo y conmovido,

b) el teatro religioso que los fieles presenciaban como un acto inherente a su vida cotidiana.

Es importante hacer referencia al teatro ritual y especialmente al de Semana Santa. La dramatización fue un elemento tradicional en la realización de rituales desde remotos tiempos; desde sus comienzos los cristianos explicaban y dramatizaban a los iniciados los misterios de la muerte y resurrección de Cristo, pero fue muy especialmente durante la Edad Media cuando el teatro se usó como medio de adoctrinamiento. En esta época el teatro parte, como anteriormente lo habí­an hecho el griego y romano, de lo sagrado.

El teatro religioso representó durante muchos siglos lo que podrí­amos llamar un medio audiovisual -y todos conocemos su efectividad- a través del cual podí­an ser transmitidos a una población con bajo nivel de instrucción -caracterí­sticas de extensas áreas de Europa en el medioevo- los dogmas y misterios de la religión cristiana, mezclados con costumbres, lugares y personajes populares que les eran familiares según la región. El teatro religioso llegó así­ a ser tan importante que las piezas dramáticas de tema religioso se representaron en toda Europa, primero dentro de las iglesias, utilizando el altar como escenario y como actores a los propios clérigos.

Muchas veces las representaciones eran patrocinadas por asociaciones o gremios. En la primera mitad del siglo XIII se incrementaron en toda Europa las dramatizaciones de la Pasión y Muerte de Jesucristo y se constituyeron cofradí­as de la Pasión, hacia fines de este siglo, que formaron una especie de compañí­as dramáticas para representar únicamente la Pasión de Cristo, espectáculos a los que comenzó a dárseles el nombre de Misterios, y que en ocasiones recibí­an influencias de los poemas compuestos por los juglares que pululaban por los campos y ciudades europeos. El Papa Inocencio III reglamentó las fechas en que podí­an realizarse estas representaciones.

En España también se realizaron piezas teatrales -algunos autores opinan que desde el siglo VIII y otros desde el XI- y danzas dentro de las iglesias. En la Pení­nsula Ibérica se realizaron estas representaciones dramáticas entre las cuales estaban las alusivas al Nacimiento y la Pasión de Cristo dentro de los templos hasta el año 1566 cuando fueron prohibidas, como en el resto del mundo cristiano, por el Concilio de Trento. Sin embargo, continuaron efectuándose en los corrales y patios donde se interpretaron por largo tiempo. Cuando se llevaron a cabo las representaciones dentro de los templos se escenificaron piezas tomadas del Antiguo y Nuevo Testamento, personajes como Jesucristo, la Virgen, mártires, ángeles y diablos, vicios y virtudes eran de los más comunes en estas obras tradicionales que enriquecí­an con costumbres y recuerdos populares. Estos elementos los retomó Lope de Vega posteriormente dotándolos con magia, fantasí­a y gracia poética en su fecundí­sima obra.