Ríos Montt


Editorial_LH

Hay figuras emblemáticas en Guatemala y una de ellas ha sido el general José Efraín Ríos Montt, destacado militar que ganó una elección presidencial en 1974 sin asumir el poder por la ejecución de un burdo fraude electoral, pero que posteriormente se convirtió en Jefe de Estado (él se autonombraba Presidente de la República), tras el golpe de Estado del 23 de marzo de 1982 que derrocó a Lucas García y frenó el ascenso al poder de Aníbal Guevara.


En ese tránsito, entre su incapacidad para defender el triunfo electoral del 74 y la invitación que le hicieron los oficiales jóvenes del Ejército en el 82 para que asumiera el poder como miembro de una Junta de Gobierno, Ríos Montt había abandonado su vieja fe católica en la que fue tan efusivo que hasta aplicaba arrestos y sanciones a los cadetes que no asistían a misa. Con la misma entrega olorosa a fanatismo, se convirtió en protestante como miembro de la Iglesia Verbo y durante el ejercicio del poder usó los medios nacionales para realizar prédicas de púlpito.
 
 Ha sido, sin duda, una de las figuras políticas más permanentes desde la década de los setenta del siglo pasado hasta nuestros días, es decir, prácticamente durante cuarenta años. Hoy enfrenta una acusación formal por la ejecución de masacres que, según la fiscalía, fueron ejecutadas bajo su conocimiento pleno. Ríos Montt siempre dijo que estaba presto para ser juzgado por las acusaciones en su contra y ahora pareciera que ha llegado el momento de comparecer en un juicio con las formalidades de presunción de inocencia y pleno derecho de defensa.
 
 En el ocaso de su vida, como ha ocurrido con otros jefes militares guatemaltecos, el general Ríos Montt ha escuchado la formulación de cargos en su contra realizada por los fiscales que han investigado el caso de las masacres que, por las características especiales de brutalidad y sangre fría, se consideran un crimen de lesa humanidad, más allá de si se enmarcan en la tipificación de genocidio o no. Las guerras son todas crueles y todas brutales, pero hay crímenes que se cometen durante una guerra que rebasan esa crueldad y brutalidad intrínseca de un conflicto armado y son lo que las leyes internacionales consideran como crímenes de guerra que en todo el mundo se juzgan porque aún en medio de un violento enfrentamiento se tienen que respetar elementales normas en el trato a los enemigos y la idea de arrasar poblados, sea para castigar a los colaboradores del enemigo o para enviar mensajes macabros, por supuesto que obliga a dilucidar cómo, por qué y quiénes ejecutaron y ordenaron esos hechos que no respetaron ni a viejos, mujeres y niños.
 

Minutero:
El futbol guatemalteco
cada día está más chueco;
ya Belice y Nicaragua
nos terminan dando agua