Rincón LITERARIO



La salvación

Adolfo Bioy Cáceres

í‰sta es una historia de tiempos y de reinos pretéritos. El escultor paseaba con el tirano por los jardines del palacio. Más allá del laberinto para los extranjeros ilustres, en el extremo de la alameda de los filósofos decapitados, el escultor presentó su última obra: una náyade que era una fuente. Mientras abundaba en explicaciones técnica y disfrutaba de la embriaguez del triunfo, el artista advirtió en el hermoso rostro de su protector una sombra amenazadora. Comprendió la causa. «Â¿Cómo un ser tan í­nfimo» – sin duda estaba pensando el tirano – «es capaz de lo que yo, pastor de pueblos, soy incapaz?».

Entonces un pájaro, que bebí­a en la fuente, huyó alborozado por el aire y el escultor discurrió la idea que lo salvarí­a. «Por humildes que sean» – dijo indicando el pájaro – «hay que reconocer que vuelan mejor que nosotros».

Celebración de la fantasí­a

Eduardo Galeano

Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytambo, cerca del Cuzco. Yo me habí­a despedido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra, cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo, se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podí­a darle la lapicera que tení­a, por que la estaba usando en no sé que aburridas anotaciones, pero le ofrecí­ dibujarle un cerdito en la mano.

Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigí­an, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitas cuarteadas de mugre y frí­o, pieles de cuero quemado: habí­a quien querí­a un cóndor y quién una serpiente, otros preferí­an loritos o lechuzas y no faltaba los que pedí­an un fantasma o un dragón.

Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba mas de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:

-Me lo mandó un tí­o mí­o, que vive en Lima -dijo

-Y anda bien -le pregunté

-Atrasa un poco -reconoció.