Rincón LITERARIO



El ataúd de uso

(fragmento)

Rosa Marí­a Britton

Escritora panameña

Nunca se supo exactamente cómo empezó el asunto del ataúd. Muchos años después de la muerte de don Manuel, todaví­a se hablaba en Chumico de todos aquellos acontecimientos, claro está con más exageraciones de la cuenta. Como ya se sabe, «Pueblo chiquito, infierno grande.» y si algún pueblo merece esta descripción es Chumico. El chisme allí­ es «modus vivendi» para la mitad de sus ciudadanos. Los otros, pacientemente escuchan y callan. ¡Gracias a Dios! Si no fuera así­, ya los gallotes se habrí­an llevado al pueblo entero creyéndolo carroña. Volviendo a lo del ataúd, que en realidad es el asunto que nos atañe. Mucho se dijo y mucho se exageró. Unos, contaban después que el ataúd era de ébano traí­do de ífrica y tení­a las agarraderas de oro puro. Otros aseguraron que estaban forrado de sándalo para terciopelo del tapiz, don Manuel habí­a colocado abultados fajos de billetes de a diez y veinte dólares para llevarse su plata en el último viaje. Esta última versión de los hechos era narrada por doña Higinia Gómez, matrona de Chumico, asidua lectora de los folletines «Romance a la antigua» que encargaba a Panamá mensualmente. Las malas lenguas adujeron después que doña Higinia habí­a inventado esa historia del dinero en el ataúd después de leer una novela acerca de una princesa egipcia, calumnia que la buena señora rechazó indignada. En realidad, el ataúd fue construido de madera de cedro que el mismo don Manuel cortó en su propiedad y pulió con infinito esmero. Las asas eran de plata pura mandadas a hacer en el Perú por el cura Juan, y por dentro tuvo toda clase de forros en su larga historia. Para entender lo que realmente pasó, es necesario no hacer caso de habladurí­as de comadres que jamás llegaron a entender las acciones del hombre más famoso que hubiera salido de Chumico.