Rincón LITERARIO



Correr tras el viento

(fragmento)

Ramón Dí­az Eterovic

novelista chileno

En el humo de los cigarrillos de tabaco negro que fumaba por las noches, Changa intuí­a que el peor enemigo del pasado son lo recuerdos. Y por eso, o porque el amor es el único sentimiento que permite observar la vida, volví­a una y otra vez a la tarde en que se descubrió a solas con Rendic en aquella casa donde se imponí­a un olor a flores secas y humedad, Las pupilas se habí­an marchado diciendo que era preciso orear las habitaciones y espantar el fantasma de la finada. Una orden que Changa se dispuso a cumplir antes que la nostalgia o la necesidad la obligara a regresar a la casa donde las mañanas eran lentas y las noches largas y bulliciosas.

Al iniciar el trabajo, vio salir a Rendic del cuarto que habí­a sido de Martina y sintió un miedo similar al de aquella noche que ninguno de los dos olvidaba y que a veces, cuando el aguardiente hací­a su juego de caracolas y ensueños, recordaban como un secreto que de tarde en tarde era necesario airear para contar con un motivo para seguir viviendo.

Rendic maldijo a las mujeres que habí­an abandonado la casa y ordenó a Changa dejar tranquilas las ventanas, porque desde ese instante, o más bien desde la muerte de Martina, todo lo que ocurriera en la casona rosada dependí­a de su voluntad. Envuelto en el silencio que lo caracterizaba Changa se ocupó de trozar leña, vaciar cantoras y lavar las sábanas impegnadas del semen urgente de los últimos visitantes. A la medianoche, mientras barajaba un sucio mazo de naipes españoles, escuchó los gritos que desde la calle daba un cliente y observó a Rendic abrir una ventana y exclamar a voz en cuello la verdad entristecida de esa hora. Lo oscuridad devolvió las protestas del extraño y Rendic, sin ánimo de iniciar una reyerta, retornó a la pieza de Martina para seguir hurgando en la cómoda que contení­a sus corpiños, pañuelos y medias de antaño. Las telas rojas del deseo, las negras del olvido, las amarillas de la suerte. Lo vio tomar las prendas, apreciar sus perfumes, las huellas de antiguas fiestas y supo que en ese ejercicio fetichista reconstruí­a la historia que los uní­a.