La muerte de un sentimiento
Juan Carlos Botero*
La lectura de Nietzsche lo tenía abrumado. El aliento arrasador de su palabra recordaba a un dinamitero más que a un filósofo. Lo veía fustigando a los perezosos, sacudiendo los cimientos de los ídolos, y en las mortecinas naves de las iglesias escuchaba el eco de sus carcajadas. Leyó: «Un chiste es el epigrama de la muerte de un sentimiento». Brillante, se dijo. De inmediato, recordó los chistes racistas que conocía, aquellos relacionados con la situación actual de violencia, y los muchos que contaron después de la tragedia de Armero. Qué cierto, se volvió a decir. Sonó el timbre de la puerta. Cerró el libro y se levantó a abrir.
– ¡No lo puedo creer! Hombre, ¡qué sorpresa!
-Acabo de llegar y me dije: tengo que saludar a mi vecino.
Pero no se quede ahí parado. Siga, siga…
-Gracias
-Bueno, ¿y que tal el viaje? ¿Cómo lo trato Medellín?
-Delicioso. Esa es mucha ciudad tan sabrosa. Y eso que saliendo del aeropuerto vi dos muñecos.
-¿Muñecos?
-Así le dicen a los atropellados por un automóvil
-¿Y eso por qué?
-¿No ha visto cómo quedan en el pavimento, todos torcidos con un brazo debajo de la espalda y una pierna sobre la cabeza? ¡Iguales a un muñeco! Ambos rieron.
Cuando se fue su vecino retomó el libro, y continuó disfrutando la lectura de Nietzsche.
* Escritor colombiano
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