Juan B. Juárez
Recientemente en la galería El Túnel fue inaugurada la exposición «Fragmentos y multitudes urbanas» del pintor chileno-guatemalteco Ricardo Silva (Santiago de Chile, 1952). Se trata de un artista autodidacta cuya formación habría que buscarla en sus viajes y estadías en Estados Unidos, Europa (especialmente Barcelona), Chile y naturalmente Guatemala lugares en donde de alguna manera siempre ha estado en contacto íntimo con pintores de relevancia o bien ha asimilado con particular provecho la tradición pictórica de Occidente. El caso es que de pronto irrumpe en la escena artística nacional con obras significativas e impactantes en su contenido y de gran aliento en su audaz concepción formal que no dejan adivinar, ni siquiera al más avezado observador, de que se trata de su primera exposición personal: es tan madura su expresión que uno no llega a comprender por qué había permanecido al margen del movimiento pictórico guatemalteco.
En lo que se refiere a su contenido, podemos afirmar que la vida de la gran ciudad encuentra en él al atrevido traductor de su dinamismo y su bullicio. Sus cuadros son, en efecto, el inspirado registro de las infinitas impresiones que produce el espectáculo vertiginoso de la agitación urbana y el fondo rumoroso de su transcurrir entre estallidos visuales y sonoros.
Referirme a su pintura en términos musicales no es accidental ni caprichoso: su tema lo exige no sólo para su descripción literaria sino también para su concepción y su concreción pictórica propiamente dicha, pues su tema no es un paisaje estático y unitario que se deja contemplar y comprender a la distancia sino de escenarios múltiples y actores y espectadores colectivos y anónimos que se desplazan en diversas direcciones, que transcurren en el tiempo, se entrecruzan, se superponen y, eventualmente, chocan entre sí, en un movimiento perpetuo de ritmos cambiantes, como las horas del día y el ánimo de las personas.
Se trata, en última instancia, de una pintura impresionista a la que, sin embargo, se le ha agregado la velocidad y la urgencia de la época actual que literalmente no da tiempo para la fijación de las imágenes en la consciencia de un improbable espectador, el cual, de existir, se vería igualmente absorbido pro el flujo alucinante de las impresiones que se suceden en
un espacio sin perspectiva y en un tiempo de múltiples fragmentos simultáneos: la pintura de Silva es un coní¼nuun de impresiones de alta intensidad.
Como pintor de semejante tema, Silva procede organizando las impresiones, destacando algunas, «individualizándolas», sin perder de vista el continuun aparentemente caótico del que proceden y desde donde, en conjunto, asedian y absorben a las consciencias desprevenidas. Para ello, frente al lienzo, procede a atacar el fondo con rápida y pareja intensidad, imprimiendo una densa materia pictórica que resplandece entre colores ruidosos y agitados vestigios de formas desdibujadas por la prisa psicológica. En los primeros planos, en cambio, procede por acumulación de pequeñas pinceladas que sólo se detienen hasta formar un motivo definido que destaca del fondo estruendoso como una melodía breve, exacta y, a veces, delicada, que bien puede ser una multitud anónima al pie de un edificio, perdida entre los reflejos del vidrio y el rumor de las conversaciones apagadas por la desconfianza y las estridencias del tráfico, o bien el canto agudo e hiriente que, al atardecer, emiten los árboles saturados de zanates.
En los grandes lienzos de Silva se recrea el escenario donde transcurre la vida del hombre contemporáneo, cuyo orden y racionalidad son quizás insuficientes y hasta contradictorios con relación a los apasionados afanes que modelan en la actualidad nuestro modo de vida, pero que Silva reproduce estéticamente en su desmesura como un mero dato de nuestra circunstancia.