Desde el mes de julio, Ricardo Morales (Antigua Guatemala, 1981) se encuentra en el Vermont Studio Center, de Vermont, USA., como artista residente, becado en virtud de su trayectoria y la seriedad de sus propuestas.
Nuestro compatriota, cuya obra siempre ha estado relacionada con el tiempo y la memoria, desarrolló en ese centro de estudios el tortuoso tema de las exhumaciones forenses que inició en Guatemala a finales de 2011 con investigaciones documentales, acompañamiento en las excavaciones y algunos cuadros dispersos entre su producción habitual, pero que, precisamente por falta de apoyo, tuvo que abandonar.
El Vermont Studio Center no es propiamente una escuela sino una institución que proporciona a los artistas las facilidades para que durante dos meses puedan dedicarse por completo a la realización de un proyecto pictórico que, una vez finalizado, deben exponer ante la comunidad de residentes locales y extranjeros, provenientes de diversas regiones del mundo.
La semana pasada Ricardo expuso ante ese público conocedor y exigente el fruto de dos meses de trabajo solitario y concentrado sobre el tema sensible de las consecuencias del conflicto armado interno, vistas desde la perspectiva forense y de las necesidades de los sobrevivientes para restablecer el equilibrio en sus vidas traumatizadas por la muerte violenta de familiares y amigos cercanos.
Su obra impactó hasta las lágrimas a los asistentes, quienes además de solidarizarse con los sobrevivientes y condenar las causas y los abusos de la guerra, felicitaron al artista por la valentía de abordar un tema difícil con un lenguaje convincente y conmovedor, construido con los recursos técnicos y expresivos más adecuados.
Y es que el proyecto que desarrolló Ricardo Morales en el Vermont Studio Center, obviamente inspirado en la labor que realizan los antropólogos forenses, localizando e identificando a las víctimas del conflicto armado interno, no busca denunciar nuevamente las atrocidades de la guerra sino extender a toda la sociedad guatemalteca la catarsis que experimentan los sobrevivientes cuando realizan los ritos funerarios que dan sentido a la vida y a la muerte de sus seres queridos. Así, las osamentas que se encuentran en las obras de este artista no tienen el carácter dramático propio de la pintura de crítica social sino más bien tienen la objetividad propia del hallazgo forense cuidadoso y metódico y el realismo convincente que permite una identificación intelectual y emotiva con esa vida que fue segada tan injusta y tan estúpidamente.
Habría que puntualizar que ese proyecto estaba originalmente concebido para una lectura local, de manera que la comprensión del tema por ese público aparentemente ajeno al drama de los sobrevivientes de la guerra guatemalteca resultó para el artista sorpresiva y estimulante.
En lo particular, este significativo logro de Ricardo no me sorprende, pues en repetidas ocasiones he hablado, más que su talento, de la energía casi compulsiva, la lucidez casi delirante de sus intuiciones y la pasión con que realiza su trabajo. “En su interior —comenté a propósito de su primera exposición en la galería El Túnel— existe algo que no sólo se mantiene como inquietud permanente sino que literalmente se abre paso, en penoso proceso creativo, hasta manifestarse en la accidentada textura, en los tonos entre sanguíneos y terráqueos de unos colores opacos, en la presencia magnificada de bichos minuciosos, en el inestable orden que impone una geometría arbitraria y en las acciones humanas que se repiten obsesivamente, que, en conjunto, se articulan en sus cuadros”.