La moderna tecnología nos ha demostrado que hasta los más eficientes programas sufren actualizaciones para ponerlos al día y los programadores van identificando esos adelantos con números como el que hoy usamos en el titular de este comentario. Y es que en 1944 Guatemala se puso al día tras 14 años de dictadura y opresión con un proceso que hemos llamado la Revolución de Octubre iniciada con la gesta del 20 de Octubre que derrocó al general Federico Ponce y que entregó el poder al triunvirato integrado por Francisco Javier Arana, Jorge Toriello Garrido y Jacobo Árbenz Guzmán, quienes patrióticamente emitieron un estatuto que marcó el rumbo de los cambios y convocaron a una Asamblea Constituyente que en cinco meses cumplió su trabajo y entregó el poder al Presidente Constitucional, electo por el pueblo, Juan José Arévalo.
No cabe duda que ese movimiento significó un avance importante para Guatemala y abrió espacios para la participación democrática, mismos que se truncaron con la intervención norteamericana diez años más tarde, pero aún hay legados como el Código de Trabajo, la Seguridad Social, la autonomía de la Universidad y de las Municipalidades, aparte de voto universal, entre otros adelantos que se dieron con lo que fue la Revolución 1.0.
Pero ahora estamos en una crisis acaso peor que la de 1944 porque en vez de una dictadura personal estamos sometidos a la dictadura de la corrupción que se sucede mediante elecciones cada cuatro años, refrescándose como sistema para mantener la explotación de los recursos nacionales en beneficio de quienes se dedican a la actividad política. La institucionalidad del país está por los suelos, con instituciones totalmente diezmadas por la podredumbre en su administración y con una conflictividad que aflora por todos lados.
Un país sin norte ni horizonte porque el recambio que puede darse por la vía electoral es simplemente más de lo mismo, es oxigenar un sistema ineficiente despertando nuevamente falsas ilusiones para recaer en nueva y más sofisticada forma de robarse el dinero del pueblo.
Nuestra democracia, supuestamente la meta de la Constitución de 1985, es totalmente inexistente porque el sistema político no entiende lo que es un mandato popular y deja que ese mandato sea otorgado por los financistas en vez del pueblo y son éstos los usufructuarios de los beneficios que el Estado debiera trasladar a la población.
Por todo ello es que pocas veces hemos llegado a un aniversario de la Revolución de Octubre con tanta necesidad de una actualización de ese proceso. No tiene que ser una revolución producto de ningún cuartelazo como en el 44, sino una revolución derivada de la decisión del pueblo de asumir su papel y ejercer sus derechos y obligaciones.
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