Retratos de una guerra


Felipe Castro

Los huérfanos buscan a sus padres, los campesinos luchan para recuperar sus tierras. Las ví­ctimas del Conflicto Armado Interno aún no olvidan lo que sucedió. Aquí­ se presentan tres testimonios de personas que vivieron en el perí­odo más oscuro de la historia de Guatemala y que marcó su vida para siempre.

Javier Estrada Tobar
lahora@lahora.com.gt

Gerardo Suc

Pese a que ya han pasado más de diez años desde el fin de la guerra, aún brotan lágrimas y regresan los recuerdos de la represión estatal, que cobró la vida de miles de personas y marcó para siempre la memoria colectiva de los guatemaltecos y guatemaltecas.

Después de una década también se cuestionan los resultados de lo que se llamó el enfrentamiento entre la guerrilla y el Ejército, que tuvo una duración de 36 años desde el año 1960, hasta la firma de los Acuerdos de Paz en 1996.

Los reportes de personas desparecidas durante el Conflicto Armado interno van desde 45 mil de acuerdo a diversos estudios efectuados en el paí­s, hasta 17 mil en recientes estudios revisionistas, que cuestionan y ponen en tela de duda la veracidad de los informes efectuados con anterioridad.

Los cierto es que el enfrentamiento dejó en medio del fuego a la sociedad, lo cual tuvo severos impactos en el desarrollo de la población civil, que aun no consigue recuperarse después de varios años de violencia y represión estatal.

Debido a que la participación de cada persona durante el conflicto fue distinta, así­ también difieren las experiencias que marcaron a cada uno de los involucrados, sin importar su condición social, económica o cultural.

Gerardo Suc


LUCHA

NO HA ACABADO

Después de un arduo dí­a de trabajo en los cultivos de maí­z y frijol, Gerardo Suc regresa a su casa en el municipio de Panzós, Alta Verapaz, al que se considera uno de los territorios más golpeados por el enfrentamiento armado.

El simple hecho de recordar «las matanzas» ocurridas durante el conflicto armado interno hace que las lágrimas se escapen de este hombre, quien actualmente supera los 40 años de edad y vive con su numerosa familia en un sencillo hogar.

«Hubo muchas muertes de mujeres, ancianos y de los niños, y a otros se los llevaron y nunca los volvimos a ver», recuerda con una notable emoción.

Sin lugar a duda, lo más doloroso en el pasado de Suc fue presenciar el asesinato de sus familiares y amigos, cuando las fuerzas del Ejército irrumpieron una mañana en su comunidad.

«Nos agarraron de sorpresa en la madrugada; cuando todaví­a no habí­amos comido llegaron los militares con las escopetas en las manos y se metieron en las casas para sacar a la gente», declara.

«En esos años sufrimos mucho porque habí­a muchas muertes, y no nos dejaban salir de nuestras casas ni para conseguir comida», agrega.

Pese a que ya pasaron varios años desde la aterradora experiencia, Suc cuenta los hechos con claridad, y asegura que el recuerdo de las violaciones de mujeres y niñas, así­ como los asesinatos colectivos en las comunidades jamás se borrarán de su memoria.

Asimismo, señala que la lucha continúa, debido a que Panzós se encuentra nuevamente con intereses que amenazan la seguridad de su comunidad, como la de terratenientes que esperan acaparar las tierras de los campesinos para sembrar palma africana y caña de azúcar, que en los últimos años han cobrado relevancia en la producción de biocombustibles.

«Ya nos quitaron mucho durante el tiempo del conflicto; ahora estamos dispuestos a defender lo que nos pertenece y a asegurar la comida para nuestros hijos», dice.

Felipe Castro


VICTIMA

«QUERíA MATARME»

Después de pasar varios dí­as en medio de las montañas -huyendo de los enfrentamientos entre el Ejército y las fuerzas insurgentes- de la región del Ixcán, en el departamento de Quiché, el hermano de Felipe Castro falleció por consecuencia del cansancio extremo y la falta de alimentación.

En el año 1982, Castro sólo tení­a dos años, y no se percató de la situación de violencia en el paí­s sino hasta varios años más tarde, cuando sufrió de abusos por parte de las personas que se quedaron a su cuidado.

«Un señor me encontró en el campo y me quedé con él, pero me trataba muy mal porque casi no me daba comida y me poní­a a trabajar en la milpa», recuerda.

Durante el cuidado de aquel hombre -de quien no recuerda el nombre- también fue ví­ctima de constantes golpizas, que le propinaba mientras se encontraba ebrio.

Después de varios años de sufrimiento y con la mayorí­a de edad, Castro consiguió su independencia y emprendió la búsqueda de sus familiares, a quienes no habí­a visto desde que era un niño y que habí­an sufrido al igual que él, de la represión del Estado contra los pueblos indí­genas organizados.

Sin embargo, el panorama fue aún más desolador para el joven cuando se enteró que la mayor parte de su familia fue masacrada durante un operativo militar, en el que también se arrasó con las casas, cultivos y demás pertenencias de su comunidad.

«Me querí­a matar», recuerda Castro, quien habí­a perdido sus deseos de vivir hasta que consiguió encontrar a dos de sus hermanas y una tí­a, quienes también lograron sobrevivir al conflicto armado interno.

Ahora el joven, de 29 años, tiene una esposa y tres hijos con quienes vive felizmente, sin embargo su experiencia lo ha motivado para ser activista de la organización «Niñas y niños ví­ctimas de la violencia», encargada de atender a quienes fueron niños durante la época de guerra y perdieron a sus familias.

Yolanda Colom


LIDERAZGO

PERSPECTIVA FEMENINA

El crudo invierno en lo más profundo de la selva petenera fue solo una de las varias pruebas en al vida de la autora de «Mujeres en la alborada», la ex guerrillera Yolanda Colom, reconocida también por ser la hermana del presidente ílvaro Colom.

Pese a que la participación de las mujeres dentro de los grupos insurgentes quedó relegado a un segundo plano, o al menos así­ se deja ver en los testimonios de los grupos guerrilleros, Colom dio un ejemplo de liderazgo, según cuentan excombatientes del Ejercito Guerrillero de los Pobres con quines compartió diversas experiencias durante varios años de resistencia.

En su libro, la excombatiente revela desde una perspectiva femenina los acontecimientos que vivió mientras luchaba junto a las fuerzas insurgentes, en las que participaban grupos campesinos con una visión radicalmente distinta a la suya con respecto a la participación de la mujer en los movimientos guerrilleros.

«La hegemoní­a de los hombres en nuestra sociedad es muy marcada, al punto que se cometen serias agresiones contra los derechos fundamentales de las mujeres, incluso dentro de las mismas filas revolucionarias».

«Todos me preguntan si valió la pena pasar tanto tiempo involucrada en la guerrilla, y siempre respondo que el esfuerzo y el sacrificio tuvo resultados importantes durante el tiempo de resistencia, y prueba de ello es que no me arrepiento de lo que hice», dijo recientemente, durante la presentación de la última edición de su libro.

Pasados varios años desde su disidencia de las filas insurgentes, Colom tiene algo muy claro, «todas las muertes, torturas, secuestros y vejámenes contra la vida de los guatemaltecos merecen una condena, y la posición de subordinación de la mujer en esta sociedad de cambiar para formar parte del grupo de las protagonistas del cambio».