En la distancia de lejanos días, cuando estábamos acercándonos al final de la adolescencia ocupando una posición municipal en Asunción Mita, departamento de Jutiapa –nuestra patria chica– sentíamos gran emoción al escuchar las noticias por la radio sobre las hermosas jornadas cívicas de junio de 1944 en la capital contra la dictadura de Jorge Ubico, e inmediatamente después contra la de Federico Ponce Vaides.
El estudiantado universitario se encontraba dispuesto a echar abajo, al influjo del civismo, a los dos regímenes dictatoriales que pretendían mantener en pie indefinidamente, como ahora ocurre lo mismo en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua y, por supuesto, en la Cuba comunista de los Castro.
Millares de estudiantes tuvieron una valiente participación en las históricas luchas que erradicaron las dictaduras de Ubico y de Ponce Vaides que padeció el pueblo durante casi 14 años la primera y, luego, la otra de 108 días, ésta en la gloriosa Revolución libertario-democrática del memorable 20 de Octubre del ya citado año 44.
Como suele decirse a propósito de las mencionadas batallas cívicas, “apenas la sombra queda cuando la ilusión se acaba”, aunque, cabe recalcar, algunos líderes políticos y sindicales celebran cada aniversario de las gestas revolucionarias de hace ya 69 años y pico.
Fueron muchos los hombres –sobre todo militares– y mujeres que tuvieron participación activa en la citada revolución. No pocos ya pasaron a mejor vida, pero otros aún subsisten bajo el peso de los años.
No está demás hacer relación a los bizarros y gallardos rebeldes que, exponiéndose a perder la vida o a ser condenados al encierro para vegetar en las malolientes mazmorras penitenciarias, decidieron lanzarse a las calles para manifestar cívicamente contra abominables dictaduras que permanecían en pie contra la voluntad de todo un pueblo que sentía asfixiarse en el cargado ambiente nacional.
Entre tantos y tantos guatemaltecos opuestos en obligado silencio antes de 1944, pero erguidos cívicamente a mediados de la pasada centuria, podemos citar a Manuel Galich, cuyo perfil y acciones ha obsequiado a los lectores el diario LA HORA en reciente suplemento cultural con motivo de rememorarse el centenario del nacimiento del compatriota al que como brillante orador se le designó el “Verbo de la Revolución”.
Manuel Galich fue postulado candidato presidencial al término del mandato constitucional del doctor Juan José Arévalo Bermejo. Lo apoyó el partido Frente Popular Libertador, el mismo que logró el triunfo, con abrumadora mayoría de votos en las urnas, del talentoso personaje de Taxisco en las primeras elecciones celebradas inmediatamente después del triunfo revolucionario.
Meme Galich fue diputado al Congreso y, en razón de sus méritos, pasó a ejercer la presidencia de ese parlamentario recinto. Asimismo, fungió como titular del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde hizo buen papel.
A la aparatosa caída del segundo gobierno de la Revolución que presidía el coronel Jacobo Árbenz Guzmán, Galich era embajador de nuestro país en la República Argentina, pero tuvo que dejar ese importante cargo al desaparecer el orden de cosas arbencista; entonces “comenzó Cristo a padecer”. Se quedó en el país de la cola continental rumiando las amarguras del exilio. Se hospedó en una modesta pensión, y pronto se fue a Punta Mogotes, lugar situado como a 400 kilómetros de Buenos Aires. Eso sí, volvió a la capital cuando fueron propicias para ello, a la sazón, las opresivas condiciones políticas en la sureña nación.
Todavía muchos guatemaltecos recuerdan que Galich, al ejercer las funciones de presidente del Congreso de la República, tuvo la idea o iniciativa de emitir una ley contra el servilismo que se expresaba como repugnante lombriz de tierra reptando a los pies de los dictadores y tiranos, así como de otros poderosos funcionarios, y algo se logró para evitar semejantes actitudes de reptiles humanos…