Si fuese solamente un asunto de humanidad y caridad cristiana, no habría vuelta de hoja, pero me pregunto: ¿De qué o cuáles víctimas estamos hablando?
Si se trata de las personas inocentes que sufrieron las consecuencias del siniestro, es una cosa: éstas sí efectivamente fueron víctimas de un hecho terrorista en que no tenían ni arte ni parte. Pero, los señores izquierdistas de extrema ?que la izquierda aún existe, está fuerte y sigue haciendo de las suyas? como «víctimas» solamente identifican a sus partidarios que sucumbieron en su misma trampa o emboscada que le habían tendido a los pobres incautos que asistieron a su propio holocausto.
El nefasto embajador ?en ese momento? Máximo Cajal y López, siniestro individuo que cumplió a cabalidad su diabólica misión de causar un incidente para favorecer a su causa ?era o es, si aún está vivo, un convencido marxista y discípulo predilecto del entonces alcalde socialista o marxista de Madrid, doctor Tierno Galván? fue uno, si no el principal, de los responsables de la tragedia acaecida a principios de 1980, en la sede de la Embajada de España en Guatemala, conjuntamente con el progenitor de nuestra Premio Nobel de la guerra ?que no de la Paz. Pues siendo guerrilleros en aquel entonces, mal podría llamársela adalid de la Paz? tal vez la paz de los sepulcros, que era la clase de paz que estos seres desviados desean y tienen reservada para sus adversarios, cosa que cumplen a cabalidad. Pues, sí, el señor Felipe Menchú quien con su hija Rigoberta y el antedicho representante, no de la Madre Patria, sino del mismísimo Lucifer, no fue una de las víctimas al igual que sus correligionarios; no, ellos fueron indudablemente los VICTIMARIOS. Así, en mayúsculas, para que lo entiendan sus colegas de la Audiencia Nacional de España, quienes insensatamente pretenden llevarse a unos ciudadanos guatemaltecos para juzgarles por un crimen perpetrado por uno de sus propios connacionales en connivencia con sus correligionarios subversivos marxistas chapines, azuzados y en absoluta complicidad en estos trágicos sucesos que enlutaron a muchas familias guatemaltecas y españolas, incluyendo la del licenciado Cáceres Lehnhoff, ex Vicepresidente de la República y del licenciado Molina Orantes, y las de los funcionarios y empleados y empleadas de la cancillería de la Embajada, entre ellas la de nuestro querido amigo y joven promesa de la diplomacia de su patria, don Jaime Ruiz del írbol, quien poco antes me había confiado las maquinaciones que su jefe de Misión, a quien sólo le faltaba el tridente para ser la verdadera imagen de Satanás, andaba urdiendo en sus actividades subversivas, traicionando la hospitalidad que este país le había brindado y que era su anfitrión, cosa que la Audiencia Nacional debería considerar previo a andar persiguiendo a guatemaltecos, que por muy mal que nos puedan caer, en justicia no tuvieron nada que ver en esa acción terrorista.