Repatriados viven en barrio fronterizo miserable


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Jonathan Rivera, un hombre curtido en los cruces ilegales a Estados Unidos, nunca había pasado tanto tiempo en esta zona de la frontera. Ni había conocido tanta miseria.

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Por OMAR MILLÁN TIJUANA/Agencia AP

«Vivimos como indigentes, de la comida del suelo o de lo que nos quieran dar, prendiendo fogatas para calentarnos», declaró el hombre. «Muchos drogándose. Con olor a peste. No me acostumbro al olor a podrido».

Igual que un millar de repatriados mexicanos y centroamericanos, Rivera decidió quedarse en Tijuana y terminó viviendo en una barriada miserable de la frontera llamada «El Bordo», construida en una parte de la canalización del río Tijuana, que divide a México y Estados Unidos.

Los residentes enfrentan condiciones deplorables, son hostigados por la policía y no tienen perspectivas de labrarse un futuro, según activistas y los propios repatriados entrevistados por The Associated Press.

«Ha sido durísimo estar aquí, pero no me puedo regresar a mi tierra (Mazatlán, Sinaloa), no sería lo correcto porque mis hijos están chicos, yo tengo que estar con ellos. Además, allá en mi tierra no hay trabajo para mí», dijo Rivera, un obrero de la construcción de 31 años que fue deportado por Estados Unidos a fines de 2013.

Rivera ingresó a Estados Unidos dos veces nadando desde playas de Tijuana hacia Imperial Beach, en el condado de San Diego, donde viven sus dos hijos y su esposa. Fue deportado dos veces.

Uno de los factores que impulsan a los deportados a quedarse en el Bordo es su proximidad con la frontera, pues se sienten más cerca de las familias que dejaron en Estados Unidos y en muchos casos pueden incluso verlas a través de cercos o del otro lados del río.

El Bordo resurgió luego de que las autoridades desmantelaron otro barrio similar llamado El Mapita, ubicado en la plaza cívica Constitución, a pocos metros del río Tijuana. De hecho, muchos de los residentes del Bordo son gente que fue desalojada del Mapita.

Durante un recorrido que The Associated Press hizo el 27 y 30 de enero, numerosos migrantes dijeron que se habían negado a ir a los albergues temporales que les ofrecía el gobierno en la periferia de la ciudad porque querían estar cerca de sus familias y de la frontera, que algún día tratarán de cruzar nuevamente en forma ilegal.

«Yo estuve viviendo en el Mapita un mes y luego me fui al albergue cerca de Tecate (donde fueron reubicados muchos migrantes), pero me salí de ahí porque me era muy difícil tener contacto con mi familia. Aquí en el Bordo los puedo esperar y ver cuando cruzan. Así los he visto tres veces desde hace un año, cuando me deportaron», dijo Omar Granados, nacido hace 28 años en Guanajuato y quien trabajaba instalando alfombras en Los Ángeles. «Ahorita me siento entre la espada y la pared, mis hijos tienen 7 y 8 años, me necesitan mucho».

El Bordo tiene una longitud de dos kilómetros en la zona centro de la ciudad y alberga a entre 700 y 1000 personas, en «‘ñongos’, hoyos, alcantarillas, puentes, laderas y otras variaciones de viviendas», según un estudio realizado por el Colegio de la Frontera Norte (Colef) entre agosto y septiembre de 2013.

El 42% de quienes viven en El Bordo llevan residiendo ahí menos de un año; un 17% estudió en Estados Unidos; el 52% habla inglés y el 6% habla una lengua indígena. Sólo 29% tiene contacto con su familia. El 71% consume o ha consumido drogas. El 20% de ellos empezaron a hacerlo en el Bordo, lo que indica que las condiciones en que viven alientan el consumo, de acuerdo con el estudio de Colef.

Un 93.5% de los deportados que viven en el bordo han sido detenidos alguna vez por la policía municipal, de acuerdo con el estudio de Colef.

«Son arrestados arbitrariamente por la policía», sostiene Laura Velasco, quien dirigió el estudio de Colef.

«Las autoridades quisieron limpiar esa área. Ya no es sólo un problema de migración o gente deportada, sino una cuestión de droga. Es un sitio donde lamentablemente el migrante cae en una depresión y se refugia en el alcohol o la droga», explicó Margarita Adonaegui, coordinadora general del desayunador salesiano Padre Chava, un lugar que ofrece diariamente 1,300 desayunos gratuitos a migrantes e indigentes de la zona norte de Tijuana, el 60% de ellos repatriados.

«El problema de migración y deportación generó un rezago de gente que se iba quedando marginada con un perfil muy real de gente que quiere cruzar y no puede, y gente que está deportada y quiere retornar a Estados Unidos y no puede, que se va quedando ahí estancada, en un limbo», agregó Adonaegui.

A finales del año pasado, el gobierno de Baja California anunció la creación del Consejo Estatal de Apoyo al Migrante, encargado de «atender de manera ordenada, digna y brindar oportunidades a los deportados de Estados Unidos que llegan a Baja California», pero todavía no se ven los frutos de su trabajo.

Activistas pro migrantes, mientras tanto, opinan que la principal urgencia en Tijuana para los migrantes es un albergue cerca del lugar donde son repatriados, que les pueda dar alimentación y cobijo durante el difícil periodo en el están lejos de sus familias y que perdieron las vidas que tenían. En la ciudad hay varios albergues para migrantes, pero es necesario tomar transporte público para llegar a ellos. Todos manejan horarios fijos de entrada y salida y sólo dan hospedaje por 15 días.

«No se vale nomás que vengan y los corran (del Bordo) y no les den un lugar digno aquí para vivir. No se vale que nosotros los mexicanos nos quejamos de como los tratan en Estados Unidos y nosotros los tratamos peor», afirmó Enrique Morones, presidente y fundador de Ángeles sin Fronteras.

Aunque las cifras de deportaciones han descendido en los últimos años, siguen siendo altas. De acuerdo al Instituto Nacional de Migración (Inami) de México, durante 2013 fueron repatriadas 332,865 personas, 67.000 menos que durante 2012 y Baja California fue el estado que más deportados recibió, 95,608 (48,617 por Mexicali y 46,875 por Tijuana) personas, 31.000 menos que el año previo.

«Yo a veces siento que estoy soñando, que esto no me está pasando a mí. Uno sí llega a deprimirse y muchos agarran la droga, pero yo trato de juntarme aquí con gente como yo, que quiere salir adelante», dijo Rivera, mientras caminaba por El Bordo y planeaba el próximo cruce ilegal a Estados Unidos, otra vez nadando por las costas del Pacífico.

«Ha sido durísimo estar aquí, pero no me puedo regresar a mi tierra, no sería lo correcto porque mis hijos están chicos, yo tengo que estar con ellos. Además, allá en mi tierra no hay trabajo para mí» – Rivera.

«Yo estuve viviendo en el Mapita un mes y luego me fui al albergue cerca de Tecate, pero me salí de ahí porque me era muy difícil tener contacto con mi familia. Aquí en el Bordo los puedo esperar y ver cuando cruzan. Así los he visto tres veces desde hace un año, cuando me deportaron» – Omar Granados.