Eduardo Blandón
Lo primero que hay que decir del presente libro es que no se trata de un trabajo de demonología. Lo digo porque el título puede confundir y escandalizar a familiares y amigos. El libro más bien es un tratado filosófico que busca comprender la naturaleza humana a partir de intuiciones que Girard descubre en los relatos bíblicos y el estudio de mitos. Es un estudio original que nos aproxima a una interpretación humana desde un ámbito, me parece, nunca antes realizado.
Girard, mediante una serie de análisis de textos bíblicos y cristianos, en la primera parte del libro, y de mitos, en la segunda, intenta demostrar que, tras todas las representaciones literarias existe una realidad última que forma parte de la naturaleza humana. Es decir, los relatos son una especie de proyección de aquello que define lo humano. Por esto, advierte, los textos no hay que subestimarlos ni acercarse a ellos con prejuicios, sino con el ánimo de descubrir los valioso de esas narraciones.
¿Qué nos descubren esos escritos? De eso se trata el libro. En un primer análisis sobre la violencia desde lo bíblico, afirma que la segunda mitad del decálogo es dedicada a la prohibición de la violencia contra el prójimo: no matarás, no adulterarás, no hurtarás, no depondrás contra tu prójimo testimonio falso. Pero, el décimo y último mandamiento destaca por su longitud y objeto. «En lugar de prohibir una acción, prohíbe un deseo: «no codiciarás la casa de tu prójimo; su mujer, ni su siervo, ni su criada, ni su toro, ni su asno, ni nada de lo que a tu prójimo pertenece»».
Este es uno de los hallazgos centrales del pensamiento de Girard. El filósofo francés ve en el deseo, la mímesis, el prurito de imitación, la causa de todos los males del ser humano. «Â¿Qué ocurriría si, en lugar de prohibirse, se tolerara e incluso alentara? Pues que habría una guerra perpetua en el seno de todos los grupos humanos, de todos los subgrupos de todas las familias. Se abriría de par en par la puerta a la famosa pesadilla de Thomas Hobbes: la guerra de todos contra todos».
Según Girard, la inclinación por apropiarse de un bien ajeno es un hecho que no necesita mayor demostración: «basta mirar a dos niños o dos adultos que se disputan cualquier fruslería para comprender» esa realidad. Pues bien, ese deseo es la causa de todos los conflictos de rivalidad. Por esta razón, el legislador que prohíbe el deseo de los bienes del prójimo se esfuerza por resolver el problema número uno de toda comunidad humana: la violencia interna.
Pero, ¿es el deseo subjetivo u objetivo? Nada de eso explica el francés. El deseo depende de otro que da valor a los objetos: el tercero más próximo, el prójimo. Para mantener la paz, dice el filósofo, hay que definir lo prohibido en función de este temible hecho probado: el prójimo es el modelo de nuestros deseos. «Eso es lo que llamo deseo mimético», afirma Girard.
«El deseo mimético no siempre es conflictivo, pero suele serlo, y ello por razones que el décimo mandamiento hace evidente. El objeto que deseo, siguiendo el modelo de mi prójimo, éste quiere conservarlo, reservarlo para su propio uso, lo que significa que no se lo dejará arrebatar sin luchar. Así contrarrestado mi deseo, en lugar de desplazarse entonces hacia otro objeto, nueve de cada diez veces persistirá y se reforzará imitando más que nunca el deseo de su modelo».
Aquí sucede un fenómeno interesante, dice el pensador, pues la aparición de un rival confirma lo bien fundado del deseo, el valor inmenso del objeto deseado. Lo contario es también verdad. Al imitar su deseo, doy a mi rival la impresión de que no le faltan buenas razones para desear lo que desea, para poseer lo que posee, con lo que la intensidad de su deseo se duplica. «Al dar a mi modelo un rival, en algún modo le restituyo el deseo que me presta».
«Ese hombre cuya esposa deseo, por ejemplo, quizás hacía tiempo que había dejado de desearla. Su deseo estaba muerto, y al contacto con el mío, que está vivo, ha resucitado…»
La naturaleza mimética del deseo, explica Girard, demuestra el mal funcionamiento habitual de las relaciones humanas.
Para Girard, Jesús tiene una enseñanza original que prueba que comprendió bien la naturaleza humana. í‰l no habla nunca en términos de prohibiciones, sino de modelos e imitación. Así llega al fondo de la lección del décimo mandamiento. «Lo que Jesús nos invita a imitar es su propio deseo, el impulso que lo lleva a él, a Jesús, hacia el fin que se ha fijado: parecerse lo más posible a Dios Padre».
Seguidamente a la explicación del deseo, el libro introduce a la comprensión del ciclo de la violencia mimética. Aquí Girard dice que todos, de alguna manera, somos vulnerable al dominio del mimetismo. Lo fue Pedro cuando no supo mantenerse fiel al maestro y lo negó. Una vez se halla el apóstol en un medio hostil a Jesús, es incapaz de no imitar esa hostilidad. Lo fue Pilatos quien no obstante su simpatía por Jesús, por temor a enfrentarse con la masa, se pierde, de alguna manera, en ella. Y lo fueron también muchos cristianos. El texto afirma que, «al mimetismo que divide, descompone y fragmenta las comunidades sucede entonces un mimetismo que agrupa a todos los escandalizados contra una víctima única promovida al papel de escándalo universal».
¿Qué pinta en todo esto Satán? Fácil: es el príncipe de la mentira, la más grande víctima de la mímesis. Girard afirma que la figura del demonio revela mejor el fenómeno que explica y critica de paso la poca seriedad con que la contemporaneidad enfrente a este ser malvado. «Como Jesús, Satán quiere que lo imiten, aunque no de la misma manera ni por las mismas razones. En primer lugar, quiere seducir. El Satán seductor es el único Satán que el mundo moderno se diga recordar, por supuesto, para bromear sobre él».
Satán se propone como modelo para nuestros deseos, y, evidentemente, resulta más sencillo de imitar que Cristo, puesto que nos aconseja que nos dejemos llevar por todas nuestras inclinaciones, despreciando la moral y sus prohibiciones. Satán, en lugar de avisarnos sobre las trampas, nos hace caer en ellas. Aplaude la idea de que las prohibiciones no sirven para nada y que su transgresión no implica peligro alguno.
«El camino al que Satán nos lanza es ancho y fácil, la gran autopista de la crisis mimética. Mas hete aquí que, de pronto, entre nosotros y el objeto de nuestro deseo surge un obstáculo inesperado y, misterio entre los misterios, cuando pensábamos haberlo dejado muy atrás, ese mismo Satán, o uno de sus secuaces, nos corta el camino».
La estrategia satánica es explicada también por Girard. El demonio es el acusador que se obstina para hacer daño y destruir al inocente. Como en el caso de Job, Jesús es al mismo tiempo la víctima, pero también quien descubre y revela la bochornosa estratagema para que sus seguidores no caigan en ella. «La prueba de que la Cruz y el mecanismo de Satán son lo mismo nos la aporta el propio Jesús al decir estas palabras justo antes de su prendimiento: «La hora de Satán ha llegado» (?). La crucifixión es uno de esos momentos en que Satán restaura y consolida su poder sobre los hombres».
El libro de Girard es extraordinariamente rico y revelador. Lo que he escrito hasta ahora son sólo pinceladas de unas intuiciones que si no nos convencen, al menos no nos deja impertérritos en la comprensión de la naturaleza humana. El libro es muy recomendable. Se lo aseguro. Puede adquirirlo en Librería Loyola.
TíTULO: «Veo a Satán caer como el relámpago»
AUTOR: René Girard, Francisco Díez del Corral
TRADUCCIí“N: Francisco Díez del Corral
EDITORIAL: Anagrama
PAíS: España
Aí‘O: 2002
ISBN: 8433961691, 9788433961693
PíGINAS: 248