En plena celebración de los 60 años de existencia de Israel como Estado, el Festival de Cannes rememora hoy una página dramática de su historia, la guerra de Líbano en 1982 y, en particular, la matanza en el campo de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, con el contundente documental de animación israelí «Waltz with Bachir».
La película arranca con una jauría de 26 perros azulados, enormes, todo colmillos, lanzados a la carrera, que se llevan todo por delante con un ruido ensordecedor. En realidad se trata de una pesadilla recurrente, evocación de los 26 perros que mató en esa guerra uno de los protagonistas del relato, el propio director Ari Folman.
«Vals con Bachir» es un relato autobiográfico, la historia de un ex joven combatiente del ejército israelí que entró en el campo de refugiados palestinos de Sabra y Chatila, en Líbano, después de que las Falanges cristianas libanesas cometieran una atroz matanza de palestinos ante la pasividad de las autoridades de Israel.
Folman ha recogido las declaraciones de sus compañeros de armas de la época, primero en un documental clásico. Pero luego se decidió por la animación para este ejercicio de terapia y de recueparción de la memoria. A partir del documental desarrolló un «story-board» de 2.300 ilustraciones que luego cobraron vida.
«Vals con Bachir» no es un dibujo animado al uso, más bien un cómic en movimiento, de dibujos hechos a mano, modulados con plumilla, realzados por unos juegos de iluminación y colores muy expresivos, un tratamiento de documental en el que gracias a los movimientos de cámara, los dibujos adquieren planos de profundidad que no tienen que ver con el relieve clásico en 3D.
Los nueve personajes de la película, menos dos que contaron sus recuerdos pero no querían aparecer en pantalla, corresponden a los personajes reales, dibujados de nuevo y no calcados de las imágenes reales, explicó el director.
El movimiento no tiene la pretensión de ser natural, las expresiones no buscan imitar a las humanas. Sin embargo, los personajes que testimonian con sus recuerdos, dolorosos recuerdos, tienen tanta fuerza o más que si fueran reales.
Hasta el punto de que cuando al final de la película, el dibujo da paso a unas imágenes documentales de la carnicería de Sabra y Chatila, la transición se hace de forma fluida y natural. Las imágenes verídicas resultan más irreales y tan sobrecogedoras como los dibujos.
Convertir el documental en animación ha sido un gran acierto para que esta crónica desgarradora no sea un alegato más sobre la inutilidad de la guerra.
«Se trata sólo de unos hombres muy jóvenes que no van a ninguna parte, disparan contra desconocidos, encajan disparos de desconocidos, regresan a casa e intentan olvidar. A veces lo consiguen, la mayor parte del tiempo no lo logran», resume Folman.
A la intensidad del relato contribuye sin duda una banda sonora espléndida, música de los años ochenta a todo volumen, como la que escuchaban los soldados israelíes que iban a la guerra de Líbano como quien va de excursión dominguera y caían en cuenta de donde estaban cuando algún compañero de armas perdía la vida de forma inopinada.
Después del recibimiento que tuvo el año pasado otra animación, «Persépolis», su directora iraní Marjane Satrapi se encuentra en el jurado de esta edición y el festival reincide con otro exponente del mismo género. De ahí a pensar que este «Vals con Bachir» tiene posibilidades de palmarés…
Aunque siempre es arriesgado intentar adivinar de antemano los gustos y pareceres de cada uno de los integrantes de un jurado, tanto el israelí Ari Folman como el argentino Pablo Trapero, que hoy presentó «Leonera», cumplen los requisitos expuestos ayer por el presidente del jurado, Sean Peen, para llevarse un premio: los dos son cineastas «conscientes del mundo que les rodea».