El relevo del jefe de la OTAN en Afganistán, general Stanley McChrystal, causó consternación a autoridades afganas y diplomáticos extranjeros, que elogiaron sus iniciativas para cambiar el curso de la guerra, mientras que los talibanes se declararon indiferentes.
«Nos da igual saber quién está al mando, McChrystal o Petraeus. Nuestra postura es clara. Lucharemos contra los invasores hasta que se vayan», declaró hoy a la AFP Yusuf Ahmadi, portavoz de los talibanes, desde un lugar desconocido.
El presidente estadounidense Barack Obama anunció ayer haber aceptado la renuncia de McChrystal tras la publicación el lunes en la revista Rolling Stone de un artículo en que el militar hacía comentarios mordaces sobre el mandatario y su gobierno. Washington nombró al general David Petraeus a la cabeza de las fuerzas aliadas en Afganistán para remplazar a McChrystal.
El gobierno del presidente afgano Hamid Karzai había pedido públicamente a Estados Unidos que McChrystal no fuera relevado, ya que lo consideraba el «mejor comandante» de las fuerzas internacionales en Afganistán desde el inicio de la guerra.
No obstante, el miércoles, Karzai indicó que aceptaba la decisión de Obama, calificando a Petraeus de «general de mucha experiencia».
Un diplomático occidental en Kabul que pidió el anonimato contó que «antes de McChrystal era como un patio con pollos sin cabeza corriendo en todos los sentidos. Hoy, todo el mundo marcha en la misma dirección».
«McChrystal era el mejor comandante de la OTAN en Afganistán», añadió.
Por su parte, el ex representante especial de la ONU en Afganistán, el noruego Kai Eide, calificó este jueves el relevo de McChrystal de «triste», pero comprensible.
Este relevo imprevisto coincide con un número récord de muertes de soldados de las fuerzas internacionales en junio en Afganistán. En efecto, 79 militares de las tropas estadounidenses y de la OTAN murieron desde principios de mes, una cifra mensual récord desde el inicio de la guerra hace ocho años y medio.
Ayer, por tercera vez desde principios de junio, murieron 10 soldados en un día, cuando el promedio actual de muertos diarios es de tres o cuatro.
Los meses más letales para la OTAN habían sido hasta ahora, tras un mes completo, julio (76 muertos), agosto (77), septiembre (70) y octubre (74) del año 2009, según un cálculo de la AFP basado en las cifras de la página internet independiente icasualties.org.
La insurrección de los talibanes se intensificó en estos tres últimos meses, en momentos en que las fuerzas internacionales, que cuentan con 142.000 hombres, esperan refuerzos que aumentarán el número de soldados a 150.000 en agosto.
Los talibanes habían anunciado en mayo, en nombre del «emirato islámico de Afganistán», el lanzamiento de la operación Alk-Faath (Victoria) contra «los invasores norteamericanos», las fuerzas de la OTAN, «los espías que se hacen pasar por diplomáticos extranjeros», los «lacayos de la administración Karzai» y las compañías de seguridad extranjeras.
El general estadounidense Stanley McChrystal cambió profundamente la estrategia de las fuerzas internacionales que dirigía en Afganistán, pero como fue relevado de su cargo sólo un año después de su nombramiento resulta imposible saber si dio resultado.
Para Stephen Biddle, un analista de Nueva York, es muy pronto para juzgar si la estrategia impulsada por McChrystal fue un éxito.
«Las pérdidas de los enemigos aumentan, las pérdidas de nuestras fuerzas también, así como las pérdidas civiles, la destrucción general aumenta. Pero si lo logramos, ganaremos el control político de la población y la violencia disminuirá», estima Biddle.
En Kandahar, feudo y símbolo de la insurrección talibán, se opina sin embargo que la nueva estrategia ha sido contraproducente.
«Desde su llegada, los combates aumentaron. El gobierno casi no controla nada en Kandahar, hay incluso pocos lugares en donde el gobierno controla algo», estimó Abdul Jalil, un ex funcionario de la municipalidad de la capital homónima de esa provincia.
Y eso que el ex jefe de operaciones especiales del ejército estadounidense situó a la población en el corazón de la estrategia de la OTAN. Obtuvo resultados ordenando las tropas y en cuanto fue nombrado, en junio de 2009, les ordenó que hicieran todo lo posible para proteger a los civiles.
También predijo bajas en las filas de las fuerzas internacionales como una consecuencia inevitable del envío de refuerzos. Y el pronóstico se cumplió con una progresión vertiginosa bajo su mando. Con 79 muertos en tres semanas, junio es el mes más mortífero para los soldados extranjeros en ocho años y medio de guerra.
McChrystal, presentado como un militar brillante, fue nombrado por el presidente estadounidense Barack Obama para poner en marcha la nueva estrategia de su gobierno en un momento en que la opinión pública de Estados Unidos tendía cada vez más a oponerse al conflicto.
El general designado logró su primera batalla en los pasillos del Pentágono y en la Casa Blanca al convencer a Obama, al cabo de tres meses de reflexión, de que enviara 30.000 soldados adicionales a Afganistán para dar un giro al curso de la guerra en la que los talibanes ganaban terreno.
«Nuestra estrategia no puede consistir únicamente en ganar terreno y destruir a las fuerzas de los insurgentes, nuestro objetivo debe ser la población», escribió McChrystal al asumir su función.
Ordenó entonces cambios radicales en la táctica de las fuerzas internacionales que operan bajo la bandera de la OTAN pero que están compuestas en más de dos tercios por tropas estadounidenses.
McChrystal pidió reducir al mínimo necesario los ataques aéreos para evitar las bajas civiles. Prohibió el alcohol y la comida de baja calidad en las bases de la OTAN, esta última medida para contrarrestar el recelo antiestadounidense anclado profundamente en la opinión afgana.
Cerró además bases extranjeras en las zonas alejadas para intentar concentrar las fuerzas en las regiones pobladas, conforme a su estrategia que consiste en ocupar el terreno para conquistar «los corazones».
Estas acciones simbólicas le permitieron al menos ganarse la confianza de la mayoría de los diplomáticos y jefes militares extranjeros en Afganistán, así como la del presidente afgano Hamid Karzai cuya popularidad en su país y dentro de la administración Obama no pasa por su mejor momento.