Algunos amigos me han contado que a ellos les ocurre lo que me sucede a mí, en lo que respecta a habituarme a que sea el barbero Carlos quien me corte el pelo, a acudir a la misma farmacia cuando necesito medicina, a surtir de combustible el vehículo que conduzco en cierta gasolinera.
Cuando vine a radicarme a la capital, me convertí en cliente de las tiendas Paiz y llegué a conocer a don Carlitos, su amable fundador, cuya afabilidad heredaron sus descendientes y la mayoría de sus empleados conforme el negocio se fue ampliando, de suerte que con mi familia adquiríamos abarrotes, víveres y otros objetos en Hiper Paiz de la calzada Roosevelt.
Pero se rompió el encanto. Cuando supe que una compañía norteamericana había adquirido las acciones de esas tiendas sentí como si se tratara de un asunto personal, como si fuera socio de esa empresa o que fuera un patrimonio de los guatemaltecos. No sólo por la costumbre familiar de visitar ese supermercado y sus similares, sino por el tratamiento a sus empleados, lo que hacía que me identificara con esas tiendas, algo inusual en mí; y por la inclinación natural de la familia Paiz de patrocinar actividades cívicas, artísticas y culturales.
Todo ese eso terminó, además de que los nuevos accionistas eliminaron prestaciones a su personal y despidieron a los “más viejosâ€. Conste que ya no es capital estadounidense sino mayoritariamente mexicano.
A propósito, recibí este mensaje (que resumo) enviado por uno de mis contados lectores, de apellido Ortiz. Me cuenta que desde que era adolescente ayudó al sustento de su familia y costeaba sus estudios. “Don Carlitos –dice- me abrió las puertas y comencé a trabajar de vacacionista en 1997. Luego, me ofrecieron cubrir los fines de semana, y más tarde fui empleado de planta en el Hiper de la Rooseveltâ€
Agrega que “Durante los años que estuve relacionado con esa empresa, don Carlitos visitaba las tiendas de su corporación y saludaba uno por uno a sus empleados. Además, la empresa repartía entre su personal un porcentaje de sus ganancias anuales, daba vales canjeables por mercaderías en los supermercados de la cadena y en cualquier compra nos ofrecían un descuentoâ€..
Precisa que los Paiz costeaban programas de estudios para sus empleados, “sí como nos daba un subsidio para almorzar en las cafeterías de las tiendas; servicios de autobús o de taxis para los que salíamos tarde en la noche del trabajo. Los sueldos no eran exorbitantes, pero nos pagaban hasta el último centavo de labores extra†Añade que “nos daban capacitación constante en atención al cliente ¡Y ni hablar de los convivios navideños que eran familiares!â€.
Mi amigo Ortiz, ahora casado y padre de una hermosa nena y a punto de graduarse de Economista, abunda en más detalles acerca de sus vivencias laborales en las empresas Paiz y se lamenta que todo eso ya pasó a la historia, porque los actuales socios del consorcio tienen distinto concepto de cómo relacionarse con sus empleados, marcando las distancias y subrayando las diferencias de clase.
Un día de tantos, cuando no me llegó la factura de Telgua y me advirtieron por teléfono que me cortarían el servicio “por morosoâ€, fui a la sucursal de la compañía telefónica a pagar. ¡Qué diferencia entre el Hiper Paiz de antes y la actual tienda! Con mi familia nos hemos convertido en clientes de La Torre, esperando que por ser de capital guatemalteco sus propietarios sigan el ejemplo de la familia Paiz. (El anuncio es gratis, que conste).
(El consumidor Romualdo Tishudo cita a André Maurois:-La vida es un juego en el que nadie puede retirarse llevándose las ganancias).