Los pueblos débiles y flojos, sin voluntad y sin conciencia, son los que se complacen en ser mal gobernados.
Gracián
Harold Soberanis
En los tiempos que corren, se hace perentorio reivindicar la política. No recuerdo con precisión quién dijo que la política es algo tan serio que no era posible dejarla, únicamente, en manos de los políticos. El haber permitido que sean éstos solamente quienes se ocupen de la política, ha provocado su extendido desprestigio. Nunca antes, una profesión tan noble y necesaria ha sido condenada a existir en el fango de las perversiones humanas.
Y es que no podemos vivir sin ella o alejados de su esfera. Desde la Grecia antigua se reconoce que la política es una actividad propia del ser humano, pues es parte de su misma esencia. Es lo que afirma Aristóteles cuando define al hombre como un zoon politikón, esto es, un animal político. Su ejercicio es, junto al de otras actividades humanas como el arte, el lenguaje, la fe religiosa, etc; un saber que nos permite configurar un concepto de hombre con el cual podemos trascender los límites de nuestro ser biológico, el mismo que compartimos con los animales. Es desde esta revelación que alcanzamos a comprender la profundidad de la famosa definición hecha por el Estagirita.
En países como Guatemala, cuya historia es un ejemplo perfecto de infamia, la política ha sido prostituida por quienes, por definición, están llamados a dignificarla. Claro, no son ellos los únicos culpables, ni las razones son tan simples. Pero sí son ellos quienes más responsabilidad tienen es este asunto, pues dedicándose a ella y haciendo de ella su profesión deberían reivindicarla en cada acto. Aunque, viendo las cosas más de cerca uno comprende porque son ellos, precisamente, quienes más se empecinan a diario en desvirtuarla, ya que si hicieran lo contrario, muchos desearían dedicarse a ella, y entonces, la competencia sería atroz. Razones competitivas -de un libre mercado que todo lo vuelve mercancía y que no logra, de una vez por todas, derramar el vaso de la riqueza que, curiosamente, cada vez se hace más alto -o acaso motivos de celo profesional, quien sabe.
Lo cierto es que no podemos permitir que esta situación siga así. Es necesario que la sociedad se politice, es decir que, como seres cuya naturaleza tiende a lo social, comprendamos que sólo, en tanto actuemos en función de esa naturaleza, nos realizaremos plenamente como seres humanos integrales. Debemos renunciar a la apatía política, a la indiferencia forzada, al dejar que los demás decidan por nosotros. Tenemos que asumir nuestra responsabilidad histórica y arrebatar a los políticos (¿o politiqueros?) el derecho al ejercicio de una profesión fundamental para la existencia de la sociedad misma. Hay que hacerles entender que no son los propietarios absolutos de ella.
Después del reciente proceso electoral, con el que cada cuatro años nos autoengañamos, al creer que vivimos en democracia por el sólo hecho de emitir un voto, la política, ese ámbito esencial donde se desarrollan y articulan los procesos necesarios que permiten crear una sociedad mejor, ha quedado muy desacreditada. Por eso, ahora que, ya terminado el circo electoral, pasamos al análisis y la reflexión de todo lo que nos ha dejado dicho proceso, es necesario que incluyamos en ese análisis a la política, a fin de replantear su papel en nuestra sociedad, así como su futuro y el nuestro. Pues mientras no entendamos que como seres sociales nuestra participación en la toma de decisiones de las políticas públicas que afectan a todos es fundamental, no lograremos construir una sociedad justa e igualitaria, donde todos vivamos con dignidad y no haya ciudadanos de primera, segunda o tercera categoría. Mientras no entendamos todo eso, digo, estaremos condenados a que una clase política desprestigiada, en contubernio con los sectores poderosos pero no ilustrados de la sociedad, sigan definiendo nuestro destino, con la arrogancia y prepotencia que da el dinero, mas no la sabiduría.
De ahí mi insistencia en la urgencia de reivindicar la política, a fin de que el ciudadano medio ya no siga pensando que esta profesión es sucia y que se dedican a ella únicamente personas corruptas. Seguir pensando así favorece a nuestros politicastros, en la realización de sus perversos intereses. Si logramos rescatar a la política y la mostramos como una profesión noble a la que deben dedicarse los buenos hijos de esta tierra, tal vez consigamos vislumbrar un mejor futuro para todos.
Pero, ¿cómo hacer que todos entiendan que somos seres políticos? ¿Cómo convencer al ciudadano que su participación es esencial para la configuración de una sociedad más digna? ¿Cómo demostrarles que es necesario que se interesen en los asuntos del Estado, si la tarea más urgente es sobrevivir con un miserable sueldo que no permite dar a nuestra familia una vida decorosa? ¿Cómo persuadirlos de que se instruyan y preparen si nuestro nivel de analfabetismo sigue siendo un modelo perfecto de inequidad? La tarea no es fácil, y nadie ha dicho que lo sea. Pero aún con una realidad tan adversa, debemos procurar motivar a la gente para que renuncie a su tradicional apatía.
Creo que en esta empresa juega un papel importante la educación. Claro, una verdadera educación que forme seres pensantes y críticos que puedan aportar, desde su particular condición, a la solución de los problemas que agobian a la sociedad. La educación debe formar ejemplares ciudadanos. Ciudadanos en el sentido que pedían los filósofos griegos, para quienes la construcción y permanencia de la polis, como el espacio donde se realiza el hombre en cuanto tal, es la tarea más importante que debe asumir todo ser verdaderamente libre. Este es el sentido pleno de ciudadano: una persona libre que se involucra en los asuntos públicos, porque sabe que en el futuro de la sociedad se juega el suyo propio.
Como señalé arriba la tarea no es fácil. Pero mientras más tardemos en actuar más tendremos que arrepentirnos de no haber hecho de la política una de las practicas más dignas del ser humano.
Aquí también es necesario que la filosofía y los filósofos reclamen el espacio que les ha sido negado en sociedades subdesarrolladas como la nuestra. No ya como pretendía Platón (¿o acaso si?), cuando en su Estado ideal incorporaba la figura del rey-filósofo, esto es, el gobernante sabio que, precisamente porque era sabio, estaba mejor dotado para gobernar. Acaso dicho rey-filósofo no sea viable llevarlo a la realidad. Acaso nunca lo fue. Empero, aunque su inserción en la realidad actual sea imposible de tan perfecta, deberíamos actuar como si lo fuese. En todo caso la tarea del filósofo debería ser la de guiar a la sociedad por el sendero correcto a modo de que pueda ejercer una positiva acción política.
A todo esto se debería añadir un modelo de democracia real en la que el ciudadano tenga la posibilidad de elegir a sus autoridades pero también pueda quitarlos cuando no cumplen con el fin para el que fueron electos. Ahora bien, únicamente es posible construir una democracia real a través de la participación libre del ciudadano. Pero éste, a su vez, necesita del espacio social y de las instituciones que estimulen y garanticen su participación. Por lo tanto, ambas, democracia y participación ciudadana (o politización de la sociedad), son elementos que se articulan en un permanente movimiento dialéctico que posibilita construir una sociedad justa y digna para todos. Y esto debemos tenerlo muy claro.