Reinventan la II Guerra Mundial


Brad Pitt, la actriz alemana Diane Kruger, el director Quentin Tarantino y la actriz francesa Melanie Laurent posan en Cannes.

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<p>El director norteamericano Quentin Tarantino sorprendió ayer en Cannes con «Inglourious Basterds», pelí­cula de guerra que reescribe la historia con el desparpajo, la violencia disparatada y el humor que caracterizan al director, pero filmada a la manera de un western de Sergio Leone</p>
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La actriz Sharon Stone asistió al estreno de

Tarantino y su elenco, encabezado por Brad Pitt, fueron las estrellas del dí­a en Cannes. Hasta tal punto que, en el primer pase para la prensa de su pelí­cula, la afluencia fue tal en el gran teatro Lumií¨re del Palació de Festivales, que los organizadores debieron improvisar una proyección paralela en otra sala para que pudiera entrar todo el público.

El entusiasmo por la nueva obra del director de «Pulp Fiction» y «Kill Bill» hizo que quedara relegada a un segundo plano la segunda pelí­cula en competición, pese a ser la de última creación de uno de los grandes de la Nouvelle Vague: «Les Herbes folles» de Alain Resnais.

«Inglourious Basterds» evoca el western desde los tí­tulos, ritmados por la melodí­a «Las hojas verdes», tema de la legendaria pelí­cula «El Alamo», a la que suceden composiciones de Ennio Morricone, compositor predilecto de Leone. Su primer capí­tulo se titula «Erase una vez Francia ocupada», y la cámara muestra una casa aislada en el campo donde un hombre corta leña y su hija cuelga ropa; por el camino, se divisa un vehí­culo que se acerca. El tono está dado.

En la casa, una muchacha judí­a asiste a la matanza de su familia, que los vecinos habí­an ocultado para salvarla de los nazis, pero que un oficial alemán, el coronel Hans Landa (el austrí­aco Christoph Waltz) termina encontrando. La muchacha, Shosanna (la francesa Mélanie Laurent), se escapa y rehace su vida en Parí­s, donde, con otro nombre, regenta un cine.

Entre tanto, el teniente Aldo Raine (Brad Pitt) organiza un comando formado por judí­os norteamericanos, cuyo objetivo es infiltrarse en la Francia ocupada para matar nazis. Son los «bastardos» del tí­tulo, que cumplen su misión de manera extremadamente violenta, hasta el punto de arrancar el cuero cabelludo a sus ví­ctimas, como los indios en el oeste.

Ignorando alegremente los hechos históricos, Tarantino reúne a sus personajes en Parí­s, donde Shosanna prepara su venganza y el comando, ayudado por una actriz alemana célebre que es espí­a de los aliados (Diane Kruger) planifica el asesinato en un cine de la más alta jerarquí­a nazi, Hitler incluido.

Pasando del western al no menos codificado género de filmes de guerra, las dos acciones van convergiendo para encontrarse en un final con atentado apoteósico, en el que el cine y la pelí­cula cinematográfica desempeñan un papel importante.

Si Tarantino practica con humor las licencias narrativas y de estilo, el veterano cineasta francés Alain Resnais ofrece en «Les herbes folles» la pelí­cula sin duda más libre de su larga carrera.

A partir de un libro, «El incidente» de Christian Gailly, el director de «Hiroshima mon amour» construye esta vez un divertimento que parte del anodino robo de un bolso y su restitución para encadenar personajes, encuentros y situaciones guiados con una lógica dictada por el absurdo que concluye con un accidente de avioneta y una niña que pregunta a su mamá si podrá comer croquetas…

Los protagonistas de la historia, interpretados por Sabine Azema y André Dussolier, dos actores habituales de Resnais, no paran de cometer actos irracionales con envidiable vitalidad y mucho humor, guiados por pulsiones incontroladas.

Figura esencial de la Nouvelle Vague, el director, que está a punto de cumplir 86 años, recuerda por su libertad de tono y estilo al portugués Manoel de Oliveira en este relato ligero y de una gran musicalidad interior.

PíšBLICO Aplaudido


A Quentin Tarantino le rodea un aura de vaca sagrada. Es más que un director de pelí­culas: su personalidad y su universo constituyen un género, con un público masivo e incondicional.

En Malditos bastardos retorna al estilo que le ha hecho famoso abordando el cine bélico, género que aún no habí­a tocado en su filmografí­a. Desde los tí­tulos es evidente que, aunque el tema esté ambientado en la II Guerra Mundial, se sabe que vamos a ser testigos de intrigas, acción, violencia, personajes extravagantes, diálogos cargados de humor negro y una estética con el inequí­voco sello de su autor.

Tarantino asistió al estreno mundial acompañado por Brad Pitt, uno de los intérpretes de su nueva pelí­cula, que fue aplaudida y recibida con carcajadas en los atiborrados pases de la mañana. Junto a ellos iban la actriz Diane Kruger y el joven actor hispanoalemán Daniel Brí¼hl (protagonista de tí­tulos como Good bye, Lenin y Salvador). Tarantino regala un auténtico disparate en el mejor sentido de la palabra. Esta incursión de Tarantino en la gran guerra es graciosa, ocurrente, depurada, irónica y violenta.

El filme de Tarantino se mete en la Francia ocupada utilizando recursos de spaghetti western, cómic, comedia clásica y demás recursos de género dispares tan caracterí­sticos de su estilo. Fue rodado en Francia y toma el tí­tulo prestado del director italiano Enzo Castellari.

En la pelí­cula aparecen personajes delirantes como el sanguinario Aldo Apache -interpretado genialmente por Brad Pitt-, un memorable coronel de la Gestapo; el polí­glota Hans Landa o el propio Hitler, el mismí­simo Goebbels y Winston Churchill. Villanos, resistentes, judí­os perseguidos, estrellas de cine, figuras históricas y cazadores de genocidas se dan la mano en esta auténtica locura.

«No soy un director americano», dijo Tarantino al proclamarse europeo. «Hago pelí­culas para el planeta Tierra y Cannes representa eso», aseguró el ganador de la Palma de Oro en 1994, con Pulp Fiction.

El argumento desarrolla la historia de un grupo de soldados estadounidenses y judí­os con la misión de matar a todos los nazis que puedan en la Francia ocupada. Aunque el tema no es nuevo: con una trama parecida, Robert Aldrich logró un resultado espectacular en Doce del patí­bulo. Sin embargo, en el filme de Tarantino la cacerí­a no se rige por los parámetros normales. Los soldados, entrenados por un coronel cuyo modelo profesional son los métodos de guerra de los apaches, no se limitarán a matar alemanes sino que les torturan, destripan y arrancan las cabelleras para causar el terror en sus enemigos.

Los que consideran a Tarantino como lo más innovador e ingenioso que ha dado el cine moderno van a salir satisfechos de este recital, no solo por la música de Ennio Morricone sino por los momentos llenos de tensión, las frases cargadas de cinismo, los delirios narratives y el poderí­o visual de esta explosiva sátira.