Ramatula Afzaly admite que la idea de montarse en una balsa endeble y zarpar hacia un mar hostil, acompañado de cientos de otros refugiados, es aterradora. Pero dice que no es nada comparado con el temor que le tiene al Talibán.
A Ramatula le tiemblan los labios y no puede contener las lágrimas cuando recuerda su patria, Afganistán, donde el Talibán ha secuestrado, torturado y matado a cientos de miembros de su tribu, los hazara.
Al igual que miles de otras víctimas de guerras de distintos países, Ramatula Afzaly ha logrado llegar a Indonesia, pero la tierra a donde los refugiados anhelan ir es Australia. Tanto, que están dispuestos a arriesgar la vida por ello.
Sin ganas de permanecer en Indonesia durante años mientras sus casos son analizados, muchos de ellos se montan en endebles balsas y zarpan hacia Isla Navidad, que es jurisdicción de Australia, a una distancia de 500 kilómetros (300 millas).
Pero esas travesías han provocado preocupaciones. Dos embarcaciones se hundieron y otra fue rescatada en medio de mares agitados cuando iba a Isla Navidad, que está cerca de Indonesia. Se estima que más de 90 personas murieron. Incontables otros han perdido la vida en accidentes similares en el pasado.
«Sabemos que podemos morir… pero en nuestro país no hay vida», expresa Afzaly entre sollozos. Otros cuatro hombres de su país, todos musulmanes chiíes, se cubren el rostro para no revelar sus emociones al hablar en la pequeña casa que comparten en la provincia de Java Occidental.
«Si llegamos a tierra a salvo, tendremos un mejor futuro», comenta Afzaly; «es por eso que estamos dispuestos a tomar cualquier riesgo».
Los desastres marítimos han detonado una controversia en Australia, donde los políticos de los dos principales partidos coinciden en que los refugiados deberían ser llevados a un tercer país, pero no saben a cuál. Entretanto, siguen llegando las decrépitas balsas repletas de refugiados desesperados.
El número de refugiados se ha duplicado con creces desde el 2000. En lo que va de año, más de 70 embarcaciones con unos 5.200 migrantes han llegado a Australia, según fuentes de los servicios de inmigración.
Cuando las naves naufragan, casi siempre son buques australianos los que van al rescate, pues Indonesia dice que carece de recursos para realizar ese tipo de operaciones. En ocasiones, los traficantes de personas hacen hundir los barcos a propósito o emiten alarmas falsas, a fin de ser rescatados y llevados a Australia.
Afzaly, un fabricante de muebles de 32 años de edad, dejó a su joven esposa sin mucho más que una promesa de que la traería a una vida mejor, o que moriría en el intento. Vendió la mueblería de la familia por 40.000 dólares para pagarles a los traficantes de emigrantes, que lo trajeron de Pakistán a Malasia por avión y a Indonesia en bote.
Ahora vive en Cisarua, una zona montañosa a unos 80 kilómetros (50 millas) al sudeste de Yakarta, la capital de Indonesia. El lugar se ha convertido en una encrucijada acostumbrada para quienes desean llegar a tierras australianas.
Al llegar a Indonesia, los migrantes se registran en la oficina de la ONU para solicitar estatus de refugiados. Casi 6.000 personas allí ya lo han hecho y aguardan ser reubicadas, pero a medida que pasa el tiempo, muchos pierden la paciencia y crece la frustración. Hay otros que ni siquiera se registran, pues se niegan a esperar durante años en hacinados centros de detención en Indonesia.
En años recientes, Australia ha logrado asentar a más de 13.000 refugiados anualmente, ya sea provenientes del exterior o a nivel interno. La mayoría de los emigrantes viene de países como Afganistán, Irak, Mianmar o Sri Lanka.
En el 2009 aumentó súbitamente el número de balseros, poco después de que Australia aflojó sus leyes migratorias y cerró un centro de detención en el pequeño país insular de Naurú, adonde los refugiados eran llevados y confinados durante largos períodos. La primera ministra Julia Gillard convino un acuerdo para trasladarlos a Malasia el año pasado, pero la Corte Suprema dictaminó que no podía hacerlo sin la aprobación del parlamento. La oposición, ante reportes de violaciones de derechos humanos en Malasia, sostiene que los refugiados deben ser devueltos a Naurú.
Ian Rintoul, portavoz de la Coalición para la Acción a favor de los Refugiados, un grupo con sede en Sydney, dice que la situación podría mejorar si Australia tomara más medidas para ayudar a los que están esperando en Indonesia.
«Australia está dispuesta a recibir gente de otras partes del mundo, pero no de los países de su propio vecindario», expresó Rintoul. «Es la política del gobierno de Australia la que obliga a la gente a montarse en los botes, es una hipocresía».
Muchos migrantes se enteran en sus países de origen de la posibilidad de salir en balsa, ya sea por internet o por comentarios de otros. Venden todas sus propiedades y entregan paquetes de dinero en efectivo a los traficantes, quienes les facilitan documentos y pasaportes y sobornan a funcionarios. Por lo general viajan solos hasta que consiguen a una persona designada, que les indica el siguiente contacto. En ocasiones, son desfalcados y terminan desamparados y arruinados.
Indonesia ha advertido que emprenderá medidas contra estos traficantes. Las autoridades recientemente arrestaron a un afgano sospechoso de tráfico de migrantes, incluyendo los que estaban en un bote que naufragó el 21 de junio en un incidente que dejó 17 muertos y 70 desaparecidos.
Sin embargo, la desesperación es tan profunda que muchas personas ignoran los riesgos y emprenden la travesía. Por unos 8.000 dólares, se lanzan a la aventura en endebles balsas, con pocos suministros y sin equipos de supervivencia.
«Ya cumplo un año aquí», expresó Saad Abdulazm, de 29 años, quien pidió prestado 21.000 dólares a su hermano para pagarles a los traficantes para poder salir de Curdistán, en Irak, hace un año. Fue primero a Malasia y de allí a Yakarta.
«¿Hasta cuándo tengo que esperar?», exclamó. Bien conoce los peligros de alta mar. En mayo pasado, estaba en un bote con su esposa e hijo de dos años cuando una ola de 3 metros (10 pies) de alto embistió la embarcación. La familia se aferró a trozos de la nave durante horas, en medio del mar agitado.
Todos los que estaban en el bote fueron rescatados por pescadores indonesios, y Abdulazm jura que lo volverá intentar si no le dan los documentos en los próximos dos años.
«Quiero tener una vida mejor, un mejor futuro para mi hijo. Quiero que él viva y vaya a la escuela en un lugar seguro, lejos de la guerra y la violencia… por eso hice el viaje», dice Abdulazm con su bebé en brazos. «Cuando le toque a mi hijo ir a la escuela, si todavía no he recibido los documentos, tomaré otro barco hacia Australia».
«Quiero tener una vida mejor, un mejor futuro para mi hijo. Quiero que él viva y vaya a la escuela en un lugar seguro, lejos de la guerra y la violencia… por eso hice el viaje», dice Abdulazm.