Técnicamente, Reforma Agraria es el conjunto de medidas políticas, económicas, sociales y legislativas cuyo fin es modificar la estructura de propiedad y producción de la tierra. Las reformas agrarias buscan solucionar dos problemas interrelacionados, la concentración de la propiedad de la tierra en pocos dueños (latifundismo) y la baja productividad agrícola debido al no empleo de tecnologías o a la especulación con los precios de la tierra que impide o desestima su uso productivo. Las formas de cambiar la tenencia de la tierra son la expropiación de la tierra sin indemnización o mediante algún mecanismo de compensación a los antiguos propietarios. Generalmente los resultados sociales son la creación de una clase de pequeños y medianos agricultores que desplazan la hegemonía de los latifundistas. Las críticas a este acto caen en la poca productividad que podría generar.
Se vislumbra ya en el horizonte una sólida fuerza de descontento que los comunistas o similares ideólogos podrían aprovechar por medio de una docena de Ramiros Choc que tengan el carisma para soliviantar a cientos de miles de campesinos -indígenas y ladinos- que están hambrientos y cansados de años de solicitar que se respete su derecho a la tierra y a la supervivencia, sin obtener más que retardos y engaños por parte de los gobiernos que van y vienen sin poner solución al problema fundamental de la pobreza, ignorancia, corrupción, criminalidad e impunidad en todos los niveles: El ordenamiento de la tenencia de la tierra y la dinámica para una producción diversificada eficiente y eficaz. La futura riqueza de Guatemala -no la de unos cuantos gatos voraces- requiere de producción masiva, tecnificación y exportación de sus productos a todo el mundo.
Los latifundistas guatemaltecos -ese 5% de la población que es propietario del 95% de la tierra- que han explotado y saqueado al país desde los tiempos de la conquista, son quienes deberían traer de vuelta sus capitales a Guatemala con la finalidad de disponer un nuevo orden social y económico si es que no quieren, al final de las cansadas, perder todo.
Como dice José Luis Coraggio, director académico de la Maestría en Economía Social y coordinador de la Red de Investigadores Latinoamericanos de Economía Social y Solidaria: El sistema capitalista muestra en la periferia latinoamericana sus peores tendencias: Arrasar con lo que se haya logrado de las mismas condiciones que ese sistema institucionalizó como mecanismo material y simbólico de integración: el trabajo asalariado con derechos sociales que debían ser garantizados por el Estado; arrasaron con las bases naturales de la vida, llevándose no sólo los productos de la tierra sino la tierra misma, su fertilidad, su agua, sus balances climáticos. Y ni siquiera en los países donde logra tasas inéditas del tan ansiado crecimiento económico revierte ese proceso. La pobreza y la indigencia pueden cambiar momentáneamente sus números pero la tendencia a la degradación de la calidad de la vida continúa, se extiende el avance de las formas más perversas de explotación de los seres humanos y la naturaleza. Esta economía capitalista periférica no va a integrar por sí sola sociedades justas, que requieran y permitan el reconocimiento y el desarrollo pleno de las personalidades y capacidad de todos los individuos y comunidades. Se requiere una política democrática y poder social de las mayorías.