Al conmemorarse los cien años del nacimiento de Jacobo Árbenz Guzmán, quiero destacar tres fases de su vida pública: su contribución a la Revolución de Octubre de 1944 y su período de gobierno al frente del Segundo Gobierno de dicha Revolución; el período de defenestración por sus enemigos y de abandono por sus aliados y amigos; y su recuperación histórica aún en marcha.
El papel de Jacobo Árbenz Guzmán en el movimiento que luego estalla el 20 de octubre de 1944 es fundamental. Es de los conspiradores, junto a jóvenes civiles, universitarios y trabajadores, y compañeros de armas, sobre quienes tiene el ascendiente de haber sido el abanderado de la Escuela Politécnica. No es casual, entonces, que se integre, junto con Francisco Javier Arana y Jorge Toriello, a la Junta Revolucionaria de Gobierno, la cual tomó decisiones históricas de gran sabiduría y clara visión, entre otras, no aplicar penas de muerte a los corresponsables de la dictadura ubiquista, declarar la autonomía universitaria, convocar de inmediato a la Asamblea Nacional Constituyente para redactar la Constitución y convocar a elecciones nacionales, sin que ninguno de los tres integrantes de la Junta fuese candidato. No cabe duda de que las decisiones tomadas no fueron ideadas solamente por los triunviros; pero estos les dieron coherencia, proyección y firmeza. No se le podrá negar jamás a Árbenz los bien merecidos méritos de la Junta Revolucionaria de Gobierno.
El Primer Gobierno de la Revolución, presidido por Juan José Arévalo, es el inicio real de la “Primavera Democrática”. Se dieron grandes avances en aspectos jurídicos e institucionales: Constitución de 1945, Código de Trabajo, Ley Orgánica de la Universidad de San Carlos de Guatemala, creación del Instituto Guatemalteco de Seguridad (IGSS) y diversas reformas sustanciales en Educación, que pasó a ser prioridad del Estado. Pero, también se dieron grandes avances en aspectos de política y realización de obras. Se construyeron y habilitaron las escuelas tipo federación, se otorgó la dignidad debida a los maestros, cobró vida el IGSS, se definió y puso en marcha una política no alineada de relaciones internacionales, se atendieron las demandas obreras y campesinas y se apoyó la revolución democrática de Costa Rica.
Desde luego, tuvo la oposición de los grandes terratenientes y las empresas extranjeras fuertes, presiones de la Embajada de los Estados Unidos y, a lo largo de sus años de gobierno un gran número de golpes militares (según fuentes, más de 25), varios de ellos con la luz verde de la Embajada estadounidense. Frente a estos, Arévalo siempre tuvo a su favor la decidida acción de Jacobo Árbenz Guzmán para salir en defensa de la Constitución y el gobierno.
En su imagen de “Soldado del Pueblo”, Jacobo Árbenz Guzmán fue electo Presidente en 1950. Basado en su experiencia del período de Arévalo, propone en su campaña dos medidas para contrarrestar el poder de la empresa de ferrocarriles (International Railroads of Central America, IRCA, propiedad de la compañía frutera) y de la empresa de energía eléctrica: la construcción de la carretera al Atlántico y la construcción de la hidroeléctrica de Jurún Marinalá.
Se profundizan las reformas de la Revolución de Octubre y aumenta la democratización del país. A la luz de la Doctrina Truman del gobierno de los Estados Unidos, la CIA empieza a preparar las condiciones para el derrocamiento de Árbenz, en connivencia con sectores burgueses, la Iglesia Católica, políticos de derecha y militares golpistas. Dos de las dictaduras más beligerantes de la región, la de Somoza en Nicaragua y la de Trujillo en la República Dominicana ofrecen sus territorios para el entrenamiento de tropa conformada por guatemaltecos mercenarios.
Árbenz sabe que a la Revolución no le queda más opción que avanzar; se necesita que los grandes sectores ignorados de la población la sientan como propia. El 17 de junio de 1952 se aprueba el Decreto 900, Ley de la Reforma Agraria, que favorecerá a las grandes masas de campesinos. Afectada en sus intereses económicos, al expropiársele una gran cantidad de tierra que tenía en concesión, la Compañía Frutera de Guatemala (UFCO), maniobra vía su directivo Allen Foster Dulles ante su hermano John Foster Dulles, para que el Departamento de Estado acelere los preparativos para el derrocamiento. La maquinaria imperial se pone en movimiento para aislar a Guatemala.
Árbenz se mantuvo firme ante los embates del imperio y sus aliados. Con el brillante discurso de su Canciller, Guillermo Toriello (el “Canciller de la Dignidad”), en la reunión de la Asamblea General de la OEA realizada en Caracas en 1954, se pide a los países latinoamericanos que reconozcan el derecho de Guatemala a ejercer su soberanía y definir su destino. La OEA, presionada al máximo por Estados Unidos, emite una condena ante el supuesto acercamiento de Guatemala a la órbita comunista. La ofensiva armada contra Guatemala se produjo en junio de 1954, cuando las fuerzas al mando de Castillo Armas penetraron desde Honduras, en donde el dictador Carías les daba cobijo y apoyo, y aviones de combate, tripulados por pilotos estadounidenses contratados por la CIA, iniciaron el ametrallamiento y bombardeo de la ciudad de Guatemala y otros lugares. Pide Árbenz, entonces, a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que analice el caso de este pequeño país democrático, asediado por el imperio estadounidense, y aunque el caso se traslada al Consejo de Seguridad, no se toma ninguna resolución. El discurso del Presidente del 25 de junio, Día del Maestro, es el último gesto público combativo.
Los días finales se dan dentro de un ambiente de suma confusión e inseguridad. Las tropas leales al gobierno habían logrado detener la marcha del llamado “ejército de liberación nacional” (Estados Unidos quiso robar el nombre a los verdaderos movimientos de liberación nacional que luchaban ya contra el yugo colonialista por doquier) en Zacapa, por un lado, mientras que, por otro lado, aviones enviados por Somoza bombardeaban un barco inglés de carga en el Puerto de San José y la radio rebelde, transmitiendo desde la Embajada de los Estados Unidos en Guatemala y no desde el supuesto frente de combate, anunciaba la marcha triunfante para derrocar a Árbenz.
Para decidir sobre las medidas militares, Árbenz recibía informes de los altos mandos, algunos de los cuales ya habían sido infiltrados o se habían comprometido con la rebelión. Internacionalmente, no hay posibilidades de parar la agresión ni de ayudar al gobierno. Estados Unidos mueve todo su ajedrez político-diplomático y el Embajador promete a Árbenz que si él y “los comunistas” salen del gobierno no habrá represalias contra los leales y se mantendrán todas las conquistas de la Revolución. Sin tener ningún antecedente histórico (hoy se sabe que Estados Unidos solamente cumple sus promesas bajo mecanismos de fuerza), la decisión final es la renuncia, expresada de manera clara, si bien triste y angustiada, en el discurso del 27 de junio de 1954.
Árbenz se asila en la Embajada de México, la cual es inundada con cientos de sus colaboradores, quienes no creen, y estuvieron en lo cierto, en que no habrá represalias, e inicia el largo período de recibir acoso de sus enemigos y de sufrir abandono de sus amigos. El gobierno impuesto por Estados Unidos no puede tocarlo físicamente cuando sale hacia México; pero lo humilla, obligándolo a quedarse en ropa interior en el momento del registro antes de tomar el avión, lo cual es registrado para la historia por los fotógrafos que sirven a la reacción.
Desde ese momento hasta su muerte, la CIA nunca dejó a Árbenz ser ni un ciudadano común y corriente ni expresar sus puntos de vista, bloqueando su acceso a los medios de comunicación en los diversos países por los que deambuló después. Un infiltrado al nivel máximo del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT, Partido Comunista), algunos de cuyos miembros habían participado en el gobierno revolucionario, no solamente mantuvo informada a la CIA de todos sus actos, sino que se encargó de socavar la imagen de Árbenz ante la izquierda mundial. Los países y los dirigentes que debieron haberlo acogido como a un paladín de la democracia guatemalteca, lo miraron con desprecio y nunca le dieron su lugar; se cometió una verdadera injusticia histórica, que aún no ha sido del todo enmendada.
Producto de la situación aislada de Árbenz y su familia y del acoso permanente de la CIA, se ha aceptado la tesis de que murió, producto de un accidente o de suicidio, en un hotel de la ciudad de México, el 27 de enero de 1971. El hecho de que sucediera en ausencia de su esposa y en un momento en que los revolucionarios guatemaltecos empezaban su reorganización para enfrentar a los gobiernos militares nos debería llamar la atención sobre su posible asesinato. Recordemos que ya para entonces se utilizaba el gas sarín para asesinar a opositores, como quedó demostrado con las acciones de Operación Cóndor y los grupos multinacionales que le antecedieron. Parte de la deuda histórica con Árbenz es investigar a fondo su muerte.
Con el acontecer revolucionario en Guatemala entre 1971 y 1982, desde el surgimiento de nuevas organizaciones guerrilleras y decisiones del PGT favorables a la lucha revolucionaria dentro y fuera de los espacios electorales hasta la conformación de la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG), la figura de Árbenz no tiene cabida. No obstante, cuando se discuten los Acuerdos de Paz entre la URNG y el Gobierno de Guatemala, entre 1993 y 1996, la “Primavera Democrática” recobra su valor y sirve de marco de partida para imaginar a la nueva Guatemala que con la paz se debe lograr.
Los frutos de la Revolución de Octubre regresan al centro del debate y los líderes de ese movimiento son nuevamente valorados y apreciados. Es en ese ambiente que se decide, por parte de la Universidad de San Carlos de Guatemala, realizar un primer gesto de justicia histórica: retornar los restos de Jacobo Árbenz Guzmán a Guatemala para darle sepultura en el país el 20 de octubre de 1995. Más de 50,000 personas acompañamos a Jacobo Árbenz Guzmán durante su entierro en el Cementerio General.
Han pasado 18 años del funeral de Árbenz en Guatemala y 17 años de la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera que puso fin al conflicto armado interno. La derecha del país ha desbaratado los logros de la paz y ha sumido a Guatemala en una crisis política, social, económica y moral que hacen del país un Estado casi fallido. Ante esta trágica realidad, el centenario del nacimiento de Jacobo Árbenz Guzmán ha abierto la oportunidad para hacerle justicia y para aprovechar su figura para provocar un nuevo tipo de unidad, en el cual todas las fuerzas sociales y políticas progresistas y los sectores populares puedan concurrir sin exclusión alguna.
Con el rescate de la figura de Árbenz, en la forma en que ya se realiza, en el año que iniciamos con su natalicio 100, el 14 de septiembre de 2013, construiremos el movimiento de unidad progresista y popular, para darle plena vigencia a los logros de la Revolución de Octubre de 1944, las disposiciones del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, las recomendaciones de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico y los aportes de las luchas de hoy a lo ancho y largo del territorio nacional y en dondequiera que se encuentre la diáspora.